Qué es lo siniestro. De los discursos y prácticas de segregación y estigmatización a darle lugar a aquello que es nuestro y de lo que nada queremos saber. Reconocer en el padecimiento ajeno el padecimiento propio reprimido.

Es difícil abordar algunos temas de la cotidianeidad sin caer en lecturas fatalistas. Misma complicación podemos notar si nos dejamos tentar por optimismos acríticos. Lo cierto es que, si bien existen elementos estructurales, desde el punto de vista socioeconómico, político y hasta cultural, intentaremos realizar un aporte a partir de las coordenadas que el psicoanálisis nos brinda, a lo que podría llamarse como nuestro propio aparheid. Este término tiene su origen en la separación en Sudáfrica de los africanos negros por parte de los colonialistas ingleses, pero hace tiempo que se ha extendido a diversas políticas que apuntan a la segregación de grupos sociales, pueblos o culturas.

Desde hace tiempo, es común escuchar dichos que hablan de sujetos que viven en condiciones de vulnerabilidad social identifícándolos como culpables de su miseria y merecedores de las peores penas. Una de las formas simbólicas de este tipo de segregación responde a las exigencias dirigidas al Estado para que no brinde protección ni amparo alguno.

Cuando nos referimos a la segregación que efectuamos a diario, aludimos a dos niveles: Uno social, referido a las acciones de estigmatización; otro subjetivo, en el que se produce una extrañeza inherente a nosotros mismos.

¿Cuál es nuestro aparheid local desde el punto de vista social? Salta a la vista que el Otro, en tanto lugar en el que se deposita todo rechazo, es la población vulnerada. Pero, ¿qué conduce a un sujeto a dirigir el trato más indigno, cargado de odio y desprecio por quien la está pasando verdaderamente mal? Aquí es donde invitamos a ubicar algunos aspectos que atañen a nuestra propia constitución subjetiva, entendiendo por ella, ese edificio o andamiaje, en el que sostenemos nuestros proyectos, y a partir del cual construimos nuestra historia.

Darle lugar a aquello de lo que nada quiero saber

Sigmund Freud, detalla que existen en nosotros fenómenos psíquicos que denominó siniestros u ominosos, como lo familiarmente extraño, vale decir, lo que es familiar para uno y que luego se torna súbitamente ajeno. Esta experiencia entra en asociación con complejos infantiles alejados de la conciencia –reprimidos– y reanimados por una impresión exterior. Así, lo siniestro revela lo que debiera permanecer oculto, secreto.

Señalemos que el sujeto en constitución no percibe el mundo externo de forma pasiva; está claro que debe percibirlo, sin embargo, no alcanza si no se lo admite, es decir, si no se lo apropia.

Se puede, desde aquí, tomar dos decisiones: o se afirma o se niega que lo que se odia o ama afuera es algo que entra en relación con uno mismo.

Debe por lo tanto “decidir” entre incorporar o expulsar fuera de sí aquello que le adviene a pesar suyo. El principio del placer que gobierna nuestra vida produce un movimiento de asunción como propio –introyección– todo lo bueno, expulsando al mismo tiempo todo lo malo o amenazante. De este modo, lo que causa espanto o daño, aún siendo propio, se percibe como formando parte de lo exterior.

Los límites entre lo que le pasa a cada sujeto en su interior y lo que se atribuye al afuera, es una construcción que hace cada quien y que pareciera no estar presente en las miradas contemporáneas acerca de los males que atraviesan nuestra realidad social.

Tomemos el caso de la representación social de “la locura”. El rechazo hacia el sujeto loco, fuera de la norma, puede fundarse en que en el inconsciente existe un registro que da cuenta de experiencias semejantes vividas por el sujeto y de las que nada quiere saber.

La amenaza no siempre está afuera

Hacer intervenir lo familiar oculto, aun cuando se presente como extraño, puede significar el primer paso hacia un modo de abordar el malestar que atraviesa nuestra cotidianeidad. En consecuencia, se trata no de renegar aquellos puntos intolerables, puesto que esta disposición culmina poniendo en otros los propios males con la consecuente agresividad y enfrentamientos que dañan el tejido social. Contrariamente, podrían propiciarse análisis que conlleven la implicancia de los diferentes actores sociales con respecto a lo que le sucede a quienes integran y constituyen la trama social. No se trata, importante es despejarlo, de trabajar y reforzar mecanismos de identificación con el otro, pretendiendo vivir lo que el otro vive, para poder comprenderlo –como se dice, “ponerse en su lugar”. Convendría, reconocer en el padecimiento ajeno el padecimiento propio reprimido y no homogeneizarnos, sino más bien, hacer entender que aquello íntimo tocado por lo externo no representa la intimidad del otro semejante, sino nuestro propio aparheid.

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