A una pareja de enfáticos cronopios se les dio por hacer un vástago, y he aquí que viven de alabanzas y de elogios que derivan en entusiastas conversaciones donde el niño es objeto de una admiración constante y, lo que es peor, compartida. Hoy subimos por primera vez a un colectivo y todo el mundo lo miraba y él miraba a todo el mundo, fascinado, cuenta el padre. Todo el tiempo en el trabajo lo extraño, dice la madre mientras lo abraza como si hubieran sido varios días de separación.

Para la vida de la abuela, hay un antes y un después. Antes era una vida como la de todo el mundo que ha logrado pasar los 70 y se regocija por ello. Una etapa de relativa serenidad, mucho ocio, una jardinería que por momentos decae y por otros, no; alguna artesanía, algunos amigos, algunas lecturas, mucha serie y películas. Después es un borramiento del universo que, a la manera en que colapsa una estrella, estalla en mil colores hasta convertirse en un núcleo de intensa capacidad gravitacional, donde el espaciotiempo es capaz hasta de curvarse: el nieto.

Nadie nada nunca, excepto ese bollito de suavidad que se convierte en un pequeño oso pardo que corretea gateando, jugando con todo lo que no sea un juguete: empujar y detener el coche de paseo, pararse ante el espejo a reírse con el niño que lo mira, golpear con las manos cualquier superficie para escuchar el golpeteo, (ya que el papá sabe usar tambores), masticar cualquier cosa como zapatillas, libros de plástico y bolsitas de nylon.  Mirá cómo usa las dos manos para sostener cosas, cómo empuja el hipopótamo para llevarlo hasta el patio, cómo se para y se sostiene, cómo balbucea algo como da da baba. Mami, no te sorprendás si se suelta, a lo sumo se va a caer sobre la colchoneta. Me parece que cree que puede caminar.

Elemental es alabar las nuevas tecnologías: en el tiempo en que los encuentros no son presenciales, te dedicás a ver los videos y las fotos que van atestiguando su crecimiento. Los videos y las fotos también vienen bien para alardear de la belleza del niño, fatigando a les amigues, obligándoles a compartir las alegrías. Mandás uno por wa y te cargan: ¿quién es ese niñito? tipo, eh, todos los días una foto o un video nuevo. 

Como su sueño sigue siendo díscolo, la hija envía muchas fotos con el bebé durmiendo. Y es imposible no sonreír sabiendo que, con ese sueño, descansan todes en su casa.

El horizonte de posibilidades que tiene ante sí un ser humano tratado con cariño, es infinito, y es lindo observar cómo se alegra cuando llega su mamá o su papá, cómo se ríe, cómo llorisquea si quiere teta o mimos, cómo sabe si no debe tocar algo peligroso, se entusiasma, tiene sueño, es feliz, no le gusta la oscuridad. Jugar a adivinar una manera de ser: no le gustan las hamacas; le gusta el césped.

El resto del tiempo, la abuela intenta trabajar para poder alzarlo un rato: gimnasia, dieta, caminar un poco, hacer mandados para cocinar, de vez en cuando, algo para que su mamá y su papá coman algo rico ya que sus tiempos son severos.

Tampoco falta la capacidad de todo adulto extraño que quiere hacer valer su propia experiencia: ese nene tiene frío, ponele otro abrigo, mientras sabés que nunca debés decir esas cosas mientras sabés que su mamá contiene las ganas de una buena bronca; es irresistible: a veces la confianza que te asegura que el amor no le falta a ese bebé, se tambalea de manera innecesaria, y allá van las inútiles y molestas recomendaciones, las comparaciones, los consejos torpes.

Y una pena pequeñita: pensá que este niño, cuando crezca, va a olvidar completamente todas estas atenciones, todos estos desvelos, todo este amor inconmensurable. Y una desazón: si todos los niños del mundo…

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