Una reseña sobre El sistema Keops, un film argentino disponible en Netflix que ronda ese particular género policial que Piglia dio en llamar "ficción paranoica".

Recibís un email. Lo abrís y ves un video en el que te estás masturbando furiosamente frente a la pantalla. De fondo se oyen gemidos.

Escuchás un rechinar y de la impresora empiezan a salir, una detrás de otra, hojas con el mismo texto impreso.

Te llega un sobre con fotos recién reveladas. En la primera foto, estás entrando a un hotel alojamiento con una chica que no conocés. En la última foto, ambos están desnudos.

En un enlace a un streaming, ves la ventana de tu departamento, las veinticuatro horas del día, filmada desde muy lejos. Aunque cerraste las cortinas, de vez en cuando te asomás a espiar.

Esto y otras cosas le pasan al personaje de Daniel Hendler, el protagonista de El sistema Keops (de Nicolás Goldbart) después de ingresar su dirección de email en una de esas páginas basura que pululan en internet y prometen hacernos millonarios en menos de una semana. ¿Quiénes están detrás? ¿Cómo obtuvieron acceso tan rápido a su computadora? ¿O llevan más tiempo investigándolo?

Hendler interpreta a un guionista sin trabajo, padre de familia y receptor de los justificados reclamos de su esposa, una graciosísima Violeta Urtizberea, que será fundamental en el momento más tenso de la trama.

Lo que sigue al desconcierto inicial es una noche de locura por intentar descubrir quiénes están detrás del acoso, ¿quieren extorsionarlo?, en un ambiente que mezcla lo ominoso con el humor en dosis que recuerdan a El día de la bestia. Pero nuestro héroe no está solo; cuenta con la ayuda de su amigo, interpretado por Alan Sabbagh, también guionista a la espera de que alguien financie su película y, de los dos, el que hace avanzar la historia. Donde el personaje de Hendler aprieta el freno, el de Sabbagh aprieta el acelerador.

Mientras suben por la pirámide, se encontrarán, entre otros individuos, con un nerd rockero (Rodrigo Noya), un paraguayo que recita “Reír llorando” (Nico García) y un apicultor tuerto (Esteban Lamothe).

Además, desde mi óptica de simple espectador, puedo destacar recursos como la saturación de escenas mediante la música (jazz cuando piensan o discuten, heavy metal en las peleas de puños), el montaje intercalado de planos desfasados en el tiempo como una forma de acelerar la trama y comprimir el tiempo, y la contraposición de elementos diametralmente opuestos (la ceremonia del té en manos de terroristas encapuchados, la estatuilla de un premio Oscar usada para romper un cráneo, una computadora que se cuelga en el medio de una sofisticada puesta en escena).

Retomo entonces el título de esta nota, “La internet paranoica”. ¿Podríamos ser nosotros víctimas de este tipo de ataques? ¿Hay en internet muchas personas al acecho? ¿O incluso empresas? Los usuarios más paranoicos que conozco tapan la cámara de sus computadoras con un sticker y solo lo despegan cuando tienen que usarla. Pero esa barrera física no es suficiente si alguien tiene acceso al micrófono de nuestro teléfono, a nuestros archivos en la nube o a las cámaras de nuestra cuadra. En su novela de 2010, Blanco nocturno, Ricardo Piglia escribe: “Habría que inventar un nuevo género policial, la ficción paranoica. Todos son sospechosos, todos se sienten perseguidos. El criminal ya no es un individuo aislado, sino una gavilla que tiene el poder absoluto. Nadie comprende lo que está pasando; las pistas y los testimonios son contradictorios y mantienen las sospechas en el aire, como si cambiaran con cada interpretación. La víctima es el protagonista y el centro de la intriga; ya no el detective a sueldo o el asesino por contrato”.

Esto sin duda es lo que ocurre en la película. El personaje de Hendler es la víctima, no se sabe quiénes son los malos y si logra encontrar a algunos, siempre habrá otros más allá. Y si hablamos de ficción y paranoia, otro nombre que aparece es el de Philip K. Dick. No creo que sea casualidad que en una de las primeras escenas de la película la víctima esté leyendo justamente Confesiones de un artista de mierda, una novela del autor.

Lo anterior me da pie a una advertencia importante: esta película no es un producto cerrado, un paquete con moño, una historia sin cabos sueltos que contenta al espectador pasivo. Para quienes encuentran placer en las obras que los dejan sin preguntas, tal vez esta no sea la recomendación más acertada.

Y para reafirmar que reseñar es recomendar, cierro con una lista de películas argentinas que recordé mientras veía El sistema Keops y que también me gustaron mucho. No necesariamente están relacionadas en temática o estilo, pero sí tienen puntos de contacto en actores, directores y guionistas, es decir, forman una constelación:

  • El fondo del mar, 2003
  • Los paranoicos, 2008
  • El otro hermano, 2017
  • Fase 7, 2011
  • 20000 besos, 2013
  • El rey del Once, 2016
  • La cordillera, 2017
  • Días de vinilo, 2012
  • Punto rojo, 2021
  • Los sonámbulos, 2019

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