Carpetas

Grupo de wasap de mi secundaria, promoción 1992. Tema: tuneo de carpetas. Mi mente gira rápido hacia el altar de esa adolescencia: la tapa de la carpeta como una forma de posteo gráfico, ambulante y presencial. Bien material, bien indie, aunque no sabíamos que lo éramos.

Carpeta: modo de ser en un capitalismo de stickers analógicos. Bandas de rock, tarjetas de boliches, fotos de cantantes que adorábamos con devoción. ¿A ver tu carpeta? Era una pregunta repetida para saber quién eras y de qué tribu. Nada de escribir con liquid letras de canciones o frases de amor, la escritura blanca vino después. En los tempranos 90 comprabas la 13/20, la Rock & Pop o la Madhouse y recortabas, pegabas y encintabas.

Las hojas de mis carpetas siempre estaban escritas en los bordes. Las cartucheras, estampadas con palabras y frases. Todo escrito. Si pienso en el modo en que aparece la palabra personal en la secundaria, lo veo en modo under: los márgenes de las hojas, los papelitos escritos a mano y pasados unos a otros con declaraciones de amor o citas, más tarde los mensajes de wasap. El orden escolar aparece adentro de los márgenes y de las hojas pasadas en limpio. Las hojas borradores, ajadas, arrancadas, se conservan sueltas o dobladas. En algunos casos, como mi carpeta de 1990, los bordes eran un organismo simbiótico, cooperador, que me permitía sobrevivir y aprender mejor. Esa factoría del arte de los márgenes se pierde cuando se masifican los celulares.

Veo a mis alumnes que vuelven a escribir y dibujar en las carpetas y en los márgenes de las hojas. Mientras leemos en voz alta, dibujan con técnica o sin ella, la cara de su mascota, una superheroína que aman, corazones de los que brotan plantas y colores, plantas mágicas y seres sobrenaturales, palabras de amor en letras con forma de nubes y también palabras de desencanto pintadas de negro como la ropa que usan. Veo ese giro nuevo al gozo del símbolo, del desperezarse con un lápiz o lapicera sobre una hoja de carpeta, el borrador y el dibujo, sin miedo a sostener “escucho la lectura y mientras, profe, dibujo”. Me gusta. Lo dejo existir, me da placer verlos leer dibujando en las carpetas. Es una revancha silenciosa, personal, contra el pensamiento roto que impone Silicon Valley.

¿Para quién es importante esto que sucede, a quién le interesa? Me interesa a mí y a mis alumnos. Suficiente. La clase es un disco que puede ser puesto mil veces. Su sonoridad de aprendizaje es a media rienda. Nos preocupamos por el contenido y la estructura, sí, pero cada generación, reversiona. No sé si hay algo más difícil y político de la práctica docente que lograr oír esa variante sin desaparecer por completo o sin operar en su contra.

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