Mi viejo se olvidó de Maradona. Repite lo que todos dicen sobre él, sobre su zurda y de sus goles y gambetas, intenta explicarme lo que generaba en cada estadio o en cada ciudad del mundo, lo compara con los mejores años de Messi en Barcelona, se emociona al hablar de él pero se sorprende ante la pregunta que le hago en un audio: “¿Qué era de tu vida, cuando Diego sorprendía al mundo?”. Entonces mi viejo me confiesa que no sabe dónde presenció los goles a los ingleses o la expulsión en el ‘82, no recuerda dónde estaba cuando “el diez” gambeteó a medio Brasil o cuando la enfermera se lo llevó tomado de la mano. O si vió los goles ante la Juventus en vivo o en otra década en algún video de YouTube. Tiene una idea de Dios, pero es como si sus milagros no lo hubiesen atravesado, como un creyente que va perdiendo la fe con los años y precisa diferenciar al jugador de la persona. Como si juzgarlo justificara su olvido.

Durante muchos años, la relación con mi papá estuvo ligada al fútbol. Un viernes a la tarde, me llamó desesperado y casi sin decirme hola me soltó su indignación: “¿Viste el codazo que metió ese hijo de puta?”. Sonreí, y entendí que estaba mirando algún partido del que yo no había registrado el horario, entonces me explicó la acción desmedida, me saludó y cortó sin preguntarme nada más. Hacía dos semanas que no hablábamos y ese exabrupto telefónico era su forma más genuina de decirme que me amaba.

La anécdota quizás sea suficiente para ilustrar todo lo que el fútbol significa para mi papá. Ha sido su carta de presentación en cada grupo humano del que ha formado parte desde la niñez, un idioma que lo igualaba ante tantas carencias, su curriculum vitae para ser contratado en diversos trabajos, y la actividad que lo distinguía como profesional y le permitía renovar contrato año tras año en distintos clubes. Además de todo eso, siempre fue un gran consumidor de partidos televisados. En horarios y de categorías diversas, sin importar la liga y lo ajeno que resultase el encuentro, mi viejo forzaba el anclaje con aquel juego y justificaba el deleite de aquellos 90 minutos. Por todo eso, me asustó el bloqueo ante los recuerdos de su Maradona, no del Diego de todos, sino del propio, de sus vivencias más íntimas.

Teresa Herrero Zamorano dice que la memoria sólo guarda aquello que puede poner en un contexto y al guardarlo enriquece y modifica su propia estructura. A mi me angustia pensar que no recordaré dónde y cómo viví los mejores momentos de Messi. Yo que lo exprimí todo, que recorté cada pedacito de diario con su nombre y lo conservo por encima de otros objetos de valor. Que organicé mis jornadas laborales para que no coincidieran con sus noches europeas y rompí el silencio de las siestas rosarinas con cada conquista y récord superado. Necesito encontrarme con aquellos días de unos años atrás.

Por ejemplo, a mi hermano lo operaron de ligamentos cruzados un sábado de 2011, viajamos a San Nicolás para la intervención y disfruté esa espectacular final de Champions contra el Manchester United en el pequeño televisor de la habitación. Cuando despertó de la sedación, le dije contento que había salido todo bien, que el Barcelona era el campeón. El año en que metió 91 goles, Messi ya jugaba para las personas que solo podrían verlo una vez en la vida. Yo viajé con la excusa de mi luna de miel y estuve en Camp Nou cuando metió un triplete y se convirtió en el goleador histórico blaugrana en la goleada 5 a 2 frente al Granada. En junio de 2014 comenzamos a construir nuestra casa en Roldán: carpetas y trámites del ProCreAr, presupuestos, acopios, e incertidumbre en medio de ese maravilloso torneo que nos aliviaba el estrés de estar edificando.

Pero, son tantos sus momentos memorables que no puedo hallarme en todos ellos. Yo era mozo de un restaurante cuando televisaron el partido amistoso que organizaron ante Paraguay para que España no pudiese nacionalizarlo. Lo vi ingresar y surcar la cancha como un rayo, pero no sé si esa emoción es más o menos comparable con la noche de la copa Joan Gamper contra Juventus. ¿Y quiénes eran mis amigos cuando debutó durante 13 segundos con Hungría? Ya no sé si sus goles al Madrid abrieron las goleadas o cerraron las semifinales de Champions sobre la hora en Bernabéu. O si yo estaba seguro de mi carrera y mi trabajo mientras él le marcaba tres goles a Brasil. Tampoco recuerdo si mis temores por fracasar como padre fueron previos o posteriores al día de la clasificación a Rusia en tierras ecuatorianas.

¿Qué recordará mi viejo de mi infancia? La vuelta que teníamos que darle a la manzana apenas volvía de trabajar, lo que me gustaba colgarme de la reja que daba a la calle, jugar a las carreras con su bicicleta galga entre los autos, la siesta de verano con un pato de colores, el mate acompañando algún partido de Maradona. ¿Cuál será la relación?, ¿cuánto amor hemos depositado en este deporte? ¿Cómo pueden los ídolos sostenernos en un abrazo y filtrarse en nuestra historia? A veces siento que olvidé todo sobre mis primeros años de paternidad, como con Messi, sé que estuve ahí, acompañando cada paso, pero no recuerdo quién era yo o cuánto aprendí. Quizás las lágrimas y las sonrisas no necesitan demasiada explicación, ni demasiado contexto. Son la fotografía que nos recuerda que estamos vivos y eso debería consolarnos.

Mi nombre es Leandro y estoy llegando a los 40 años, a punto de vivir mi séptima copa del mundo, haciéndome preguntas que no puedo responderme e incluso tienen escasa relación entre sí y culpándome de no atender problemas verdaderamente importantes. En esta pequeña parte del año, me van a tener que disculpar, necesito atesorar los siguientes 30 días. En un cuaderno rayado y sin temor al desvelo. Un diario de pequeños escritos que vayan y vengan de la cancha a nuestro hogar, de Qatar a otros mundiales, de conexiones con mis niños y de mi viejo a un Leandro más joven e ingenuo. Preciso dejar que el fútbol sea, como dice Valdano, una extensión de mi infancia. Que me permita jugar y ser, volver y reconocerme entre recuerdos y partidos, en un evento que atraviesa, afecta y envuelve pasado y presente.

2 Comentarios

  1. Impresionante Leandro !! Una perfecta reseña de lo que significa el mundial para los futboleros, pasión que a veces logramos transmitir a nuestros hijos

  2. Me preguntaba como tu memoria prodigiosa hilvana tantos recuerdos y emociones que se entrecruzan con tus vivencias. Te quedará algo más para contar? Algo que me llene los ojos de lagrimas como recién? Gracias, amigo por regalarnos tus palabras.

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