Verticales de la desdicha: el poema habla del instante del mundo

Reseña de poemario "Verticales de la desdicha", de Alicia Vincenzini (Editorial Baldíos de la lengua, 76 páginas).

Por Susana Ibáñez

El poemario que Alicia Vincenzini acaba de publicar en la editorial Baldíos en la lengua habla de su dolor ante el dolor de otros. Ya en siglo XIX Esteban Echevarría en Argentina, el británico Charles Dickens y el francés Víctor Hugo practicaron una literatura que exponía crudamente las injusticias y los sufrimientos más difundidos pero a la vez más ignorados de una sociedad.

Echevarría con El matadero, Dickens con Historia de dos ciudades y Víctor Hugo con Los miserables, por nombrar solo algunos textos, ya incursionaban en lo que después de la Segunda Guerra se llamaría “literatura comprometida”.

El escritor comprometido consideraba que su forma de accionar era la palabra y que el solo hecho de revelar ya era producir una nueva realidad. Los escritores existencialistas de la posguerra decían que “Todo hombre tiene su compromiso con la vida y aunque quiera no podría desprenderse de él”.

Este poemario se inscribe en la tradición que inicia González Tuñón, el precursor de la poesía social en Argentina, y que luego continuaron Julio Huasi, Juan Gelman, Roberto Santoro, Francisco Urondo y en general toda la generación de los años 60.

La pregunta acerca de la relación entre la poesía y su contexto se reformula cada vez que la violencia social se vuelve acuciante. Esta pregunta viene confrontando a los críticos desde hace siglos, ya que una parte considera que el arte es un fin en sí mismo y otra sostiene que debe ejercer su función social.

Nadie niega que el poema habla, no solo de su autor, sino también de su instante en el mundo, de ese momento que lo tiene como protagonista. Seamus Heaney construye una categoría particular para pensar la relación entre la poesía, la intención del poeta, su contexto vivencial y el contexto socio-político de producción y de lectura: habla de lo psico-político, enlazando así el contexto histórico con la vida cotidiana de las personas, con sus vivencias culturales, con el paisaje, con la historia.

A partir de los años 90 en Argentina surgió una poesía que rescata la voz común y una experiencia que desborda la individualidad para construir un espacio de duda, de interrogación, en el que la voz poética se vuelve testimonial. Esta duda, este preguntarse y el ensayo de respuestas son cuestiones que surgen de diferentes formas en este poemario y que dibujan un arco epistemológico y ético que articula la propuesta.

Verticales de la desdicha se organiza en seis partes. La primera de estas partes, “Empuje”, hace un planteo de la situación y enuncia su proyecto. Aquí ya encontramos una descripción del contexto: la distancia entre las clases sociales se agranda y se toma la solidez del hielo que mata a quien tiene como único refugio el cielo del invierno. Ese contexto se enlaza con la postura de la poeta, que dice tener tinta en los dedos, tener coraje y agitarse en su pensamiento ante ese otro empuje, más concreto y ácido, la revulsión que provoca no poder decir todo lo que la atormenta. Explica aquí su proyecto de crear un poema como “palabra solidaria”, como gesto de alivio hacia el otro.

La segunda parte, “Sin anestesia”, explica con crudeza lo que está ocurriendo. La pregunta, la duda y la paradoja se instalan aquí, como señala Heaney al hablar de la poesía psicosocial: la poeta no comprende lo que ocurre, pero sabe que lo que se hace destruye lo que se ha prometido. Divide a las personas en tres grupos: están los tiranos, que representa como disfrazados de líderes religiosos, los peregrinos que creen sin cuestionar y finalmente los que cabalgan la historia y que por lo tanto son responsables de registrar el cambio histórico, grupo en el que se ubica. Luego se pregunta sobre su papel en el momento que vive. Tal vez no sepa quién es, pero sí sabe qué no es: no es lo calmo, ni lo sumiso, ni lo quieto.

En la tercera parte, “La tristeza que pregunta”, describe con dolor la pobreza y el abandono que descubre en la ciudad. La voz de quien observa da cuenta de su sentimiento de culpa y trata de seguir creyendo en un futuro mejor, mientras contrasta el carro del ciruja con la carroza de Cenicienta, y la intemperie con su cama.

En la cuarta parte, “Gira la calesita”, continúa describiendo la situación pero con un cambio de tono, ya que ahora describe también el inicio de una rebelión. En “Páramo”, la desesperanza ya es total. Interesa aqui especialmente esa doble posicionalidad de quien observa y quien sufre, ya que en la parte anterior la poeta se ubicaba como observadora y ahora ya se suma a quienes se ven despojados de sus vidas, de sus futuros. La última parte, “Transversal”, abre con un intento de explicar el orden oculto con hipótesis que sabe transitorias.

A lo largo de los poemas se descubren imágenes recurrentes que se organizan alrededor de dos ejes principales, imágenes religiosas y bélicas. Tal vez la imagen menos recurrente pero más perdurable en nuestra memoria sea la del contraste final entre una “malla humana” que contiene y salva y la “condición inhumana” del opresor y sus seguidores. Esa diferencia se traslada al lenguaje, ya que se habla de un nosotros y un ellos: “Ya vinieron por ellos / y hoy / vienen por nosotros”.

Esta poesía despojada y de imágenes fuertes, que hace un esfuerzo por describir con justeza y por comprender, no crece solo en la duda y la pregunta sino también en la paradoja. No hablo aquí de la paradoja que surge de la tensión entre el poema como objeto autónomo y el diálogo con su tiempo, sino de la contradicción presente en todos nosotros. El pensamiento oscila como oscila la identidad, que observa y marcha, que se lamenta y actúa.

Y esta acción se traduce en la construcción de estas Verticales. La verticalidad es lo que hace que un poema sea tal. En Cómo leer un poema, Terry Eagleton descarta uno a uno los atributos de la poesía hasta quedarse con la verticalidad como único rasgo de la forma, con esa verticalidad que activa blancos en la página y que concentra la mirada en el verso.

Y hay otra verticalidad, la que apila a las personas en la opresión, una verticalidad de desdicha. Esto nos lleva nuevamente al costado político de este poemario: es político en el sentido que le daba Calvino, ya que busca abrir los ojos a realidades que trascienden las gestiones, aunque se trate de un poemario fechado al inicio. Muestra un movimiento epistemológico del no entendimiento a la comprensión, y un movimiento ético de la observación al involucramiento: primero no entiende, describe lo que no entiende, se desespera por lo que ve, entiende que vienen por nosotros y se suma, con su cuerpo y su escritura, a la malla humana.

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