Los libros están en peligro

En el último año, el papel aumentó entre 150% y hasta 300% debido al abuso de posición dominante de Ledesma y Celulosa, las dos empresas que concentran toda la producción local. Dialogamos con Juan Pampin, vicepresidente de la Cámara Argentina del Libro, y con editorxs litoraleñxs.

En las primeras semanas del 2023, la Cámara Argentina del Libro (CAL) alzó la voz para expresar su preocupación por los aumentos desmedidos de los costos del papel, que hacen peligrar la sustentabilidad de la producción editorial en la Argentina. Según cifras que aportó la CAL, los incrementos están muy por encima de la inflación promedio, llegando al 150% en papel obra, ahuesado y ecológico y hasta 300% en papel ilustración para tapas o interiores de libros infantiles.

En diálogo con Pausa, el vicepresidente de la CAL, Juan Pampin, ahondó en la gravedad del asunto: “Hay una serie de costos fijos: el autor, el diseñador, el traductor, el diagramador, el editor. Tradicionalmente, la proporción del papel en el precio de venta al público era cercano al 30%, y hoy está en más del 50%. Es decir que sólo el papel se lleva más que lo que se lleva el resto de la cadena”.

Los motivos de este aumento excesivo son varios, pero para Pampin la principal explicación reside en el carácter oligopólico del mercado del papel: “Hoy por hoy, en Argentina hay dos grandes fábricas: Ledesma y Celulosa. Entonces hay un abuso de posición dominante. El papel es un insumo dolarizado, y subió a nivel internacional, eso es cierto, pero no a un ritmo de 150% en un año. A su vez, el papel editorial es algo marginal en la producción de estas empresas, porque cada vez se están volcando más a lo que es cajas y packaging”.

Este panorama inhóspito obliga a las editoriales a ensayar estrategias de supervivencia: recortes de planes editoriales, menor cantidad de ejemplares por tirada y suspensión de reimpresiones. En este escenario, se acentúa la brecha entre las editoriales grandes, que cuentan con más espalda, y las pequeñas, como explica Pampin: “Una editorial grande puede comprar el papel, garantizarse el precio y esperar, pero en las editoriales chicas vos pedís lo que vas a necesitar el mes que viene, no podés aprovisionarte por seis meses para evitar cinco aumentos”. “El chico es cada vez más chico y el grande es cada vez más grande”, sintetiza.

Ya en noviembre, en el Primer Congreso de Libreras/os y Editoras/es, la CAL había manifestado su preocupación frente a esta problemática. Sin embargo, aún no recibió ninguna solución concreta por parte del gobierno: “El Estado debería arbitrar entre el oligopolio y las pymes argentinas. Es lo que le venimos pidiendo a la Secretaría de Comercio hace ya bastante tiempo, pero cuando nos atendieron -después de diez pedidos de reunión- nos dijeron ‘nos molestan por un café y dos medialunas’, en referencia al tamaño de nuestro negocio. Este es un gobierno que apuesta e invierte en cultura, que este año está comprando 14 millones de libros para las escuelas. Fue muy fuerte que nos digan eso. No pedimos subsidios ni nada de eso, simplemente que arbitren con reglas lógicas”.

Experiencias litoraleñas

Daiana Henderson es codirectora de Ediciones Neutrinos, editorial de poesía nacida en 2012 en La Paz, Entre Ríos, y afincada desde el 2014 en Rosario, y coincide con el diagnóstico de la Cámara Argentina del Libro: “En Argentina, muchos de los problemas con el papel derivan del carácter oligopólico del mercado: casi la totalidad del papel utilizado para el interior de los libros es fabricado por Celulosa Argentina y Ledesma, que en determinados contextos especulan y tienen a la industria del libro como rehén”. Además, resalta que insumos como el papel y la tinta están dolarizados: “lo curioso es que cuando el dólar aumenta el papel también, pero cuando el dólar baja el papel no”.

Libros Silvestres es una editorial rosarina de literatura infantil y juvenil, rubro al que la situación golpea particularmente, ya que el papel ilustración es uno de los insumos que más ha aumentado en el último tiempo. Para Carolina Musa, su directora, el fenómeno es multicausal: “en primer lugar la producción argentina no llega a abastecer al mercado interno, porque durante la pandemia se comenzó a fabricar más embalajes; el papel que venía de Brasil no está entrando tampoco, y si a eso le sumamos la inflación y la especulación de las papeleras, el resultado es no sólo el aumento irracional del precio del papel sino también la falta de stock, que es otro problema gravísimo”.

Gustavo Martínez encabeza EDUNER, la editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos, y aclara que la situación les afecta de manera diferente: “Nosotros no compramos papel, sino que hacemos llamados a licitación pública y los aumentos los vemos reflejados en los precios que nos pasan los proveedores”.  Debido a la concentración de la producción y a la reconversión de la misma como consecuencia del furor por la compra online (“algunos pequeños proveedores se convirtieron completamente a ese otro mercado”), el papel representa un porcentaje cada vez mayor de los costos. “Para los editores los costos de reproducción se dispararon, y las tiradas bajan y los precios de venta al público aumentan”, explica Martínez, que contrapone los problemas para acceder al insumo con el carácter “vivo, vital” de la industria editorial argentina: “Tenemos gran cantidad de sellos editoriales muy reconocidos y una producción de mucha calidad, y todavía entendemos que el libro impreso es un dispositivo fantástico para la transmisión del conocimiento”.

Para Henderson, la situación se agudizó particularmente en el último año: “hubo un día en que aumentó un 15% a la mañana y otro 15% a la tarde”. Según su relato, a principios de 2022 comenzó en el país un desabastecimiento de bookcel (“papel semiamarillo, predilecto para el interior de libros”) que no se ha vuelto a regularizar: “Aparentemente, por el incremento del e-commerce las papeleras prefieren volcarse a la producción de cartón para embalaje, que les resulta más redituable”. “No sería descabellado suponer un trasfondo ideológico en esa preferencia, en detrimento de un bien cultural como el libro, soporte para la circulación de ideas y literatura, teniendo en cuenta que son empresas que se supieron enriquecer en complicidad con la dictadura”, considera.

Según Musa, la situación “afecta principalmente a las editoriales pequeñas, que no tenemos el respaldo económico ni financiero para stockearnos de papel, cosa que sí pueden hacer las editoriales grandes y medianas”. Henderson destaca que la situación también afecta de manera especial a las del interior del país, porque en Buenos Aires se concentran las imprentas más grandes, que tienen una mayor capacidad de negociación. Frente a esto, Ediciones Neutrinos ideó nuevas estrategias de resistencia: “Procuramos trabajar con imprentas locales, en nuestro caso de Rosario, y resolvimos renunciar a la búsqueda del bookcel y empezar a usar un papel alternativo, fabricado con caña de azúcar en vez de celulosa, que también fabrica Ledesma”, comenta. “Algunas estrategias efectivamente incluyen achicar la tirada, en nuestro caso siempre hicimos tiradas muy pequeñas (500 ejemplares) entonces no nos sirve”, señala Musa. “En vez de achicar el costo del libro y tener un producto de menor calidad optamos por agregar valor y tener algo que pueda diferenciarse en las librerías: prefiero darme ciertos gustos imprimiendo con gran calidad y luego compensar con otra propuesta más económica y con algún trabajo manual”, agrega.

Henderson señala con preocupación que “los altos costos de impresión repercuten en los planes editoriales, sea reduciendo la cantidad de títulos a producir por año o la cantidad de ejemplares, algo que “daña enormemente la bibliodiversidad, ya que si una editorial está con el agua al cuello priorizará publicar títulos o autores que le garanticen cierto nivel de circulación y se vuelve cada vez más difícil la circulación de nuevas voces o de literaturas más experimentales o menos dóciles para el consumo masivo, como es el caso de la poesía”.

“El Estado tiene una manera de incidir concretamente que es con una política de demanda -comprándole libros a las editoriales-, algo que activa la producción y genera fuentes de laburo”, considera Martínez, y agrega: “esto es necesario, pero no va a alcanzar, porque si esos que producen luego se van a chocar con la pared de no poder acceder a los insumos que necesitan, el Estado tendrá que desarrollar políticas para que puedan hacerlo”. En el mismo sentido, Henderson afirma que si bien el Estado podría subsidiar a las editoriales para afrontar los costos de impresión, incentivar a las empresas a priorizar el papel para libros en desmedro del cartón de embalaje y monitorear los precios para sancionar los aumentos desmedidos, la respuesta más profunda implicaría una voluntad política más profunda y a largo plazo: “idear maneras de combatir la concentración o fomentar la competencia de este sector productivo, evaluando cómo empresas de menor capital podrían acceder a competir, o buscar una manera de que el Estado sea un mediador”.

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