Los militares odian esas almas

Esa mujer de pelo rojo, tan hermosa. Esa mujer con un tapado de piel y un hijo en brazos. Esa mujer, ahí parada sobre ataúdes amontonados. Es la primera argentina que habló en un acto político. Ahora otra vez les habla a sus compañeros, los llama corbatas voladoras. Son los anarquistas que están enterrando sus mártires de la semana trágica. No va a terminar su discurso porque los cosacos predeciblemente aparecerán sobre caballos para atropellar toda humanidad que puedan, agregando seis obreros más, a la escandalosa cantidad de muertos que esperan sepultura.

Virgen roja de los soviets la van a llamar los fascistas y Lugones “A pesar de ser mujer, me permito el lujo de tener ideas ¿Sabe? Yo tengo ideas boxeadoras. Ideas que se dan directos y crosses y swings con la vida” Va a responder en una de sus obras.

Esa mujer que maneja un Roll Royce, va a ser la primera dramaturga anarquista y la primera directora de un diario. Aunque será más conocida como amiga de Alfonsina Storni y Severino Di Giovanni, esposa de Natalio Botana y abuela de Copy (copito de nieve lo llamaba ella).

También la van a llamar lesbiana, asesina, puta, drogadicta, arribista y mucho más, la van a llamar abandónica y cruel, la van a culpar por la muerte de su hijo.

Esa mujer que va a planear la fuga de Simón Radowitzsky y después va a conseguir que lo indulten en una sesión de espiritismo con Hipólito Yrigoyen, será la primera presa política en la pronta dictadura de Uriburu. Cuando sea interrogada por el comisario hijo de Lugones, le va a recordar su pasado de violador de gallinas, hecho que, hasta ese momento, el inventor de la picana eléctrica, errónea y cándidamente creerá desconocido u olvidado. (No así su condena por torturar y violar niños, que Yrigoyen también supo perdonar)

Borges, Arlt y Quiroga van a pedir su liberación. Ella va a agradecer el pedido, pero va a rechazar el indulto, le va a decir a Uriburu que se lo guarde. Lo va a llamar Júpiter doméstico. Lo va a llamar Fantoche con bigotes:

Señor general Uriburu, yo sé sufrir. Sé sufrir con serenidad y con inteligencia (…) En este innoble rincón donde su fantasía conspiradora me ha encerrado, me siento más grande y más fuerte que Ud (…) Guárdese sus magnanimidades junto a sus iras y sienta cómo, desde este rincón de miseria, le cruzo la cara con todo mi desprecio”.

Va a amar a los gatos, va a gritar en la calle, va a tirar las cartas, va a llevar en su cartera un frasquito de éter y morfina. Quienes admiran a esta maestra, madre soltera, escritora, periodista, anarquista, feminista, aristócrata, teósofa, atrevida, escandalosa, luminosa hasta cegar, la van a llamar La Venus Roja

Que somos Álvaro, Criaturas de un minuto, sombras de carne que nos desvanecemos. Si queremos ser algo nuestro, ser yo, vibrar por nosotros, afirmarnos en nuestros pies, gritar yo, elegir nuestros destinos. Nos destrozamos. Yo elegí mi destino y me destrocé. La ola nos tira a un lado como muñecos rotos”.

Las descentradas somos las que no pensamos, las que no sentimos, las que no vivimos como las demás. Las que entre gente burguesa somos ovejas negras y entre ovejas negras somos inmaculadas. Todas somos raras”

Eso y muchas otras cosas va a escribir Salvadora Medina Onrubia. Después va a morir sola y pobre.

Envejecer no es triste porque siempre queda el clítoris, va a decir alguna vez otra rara y descentrada, nacida empecinadamente un 8 de marzo, en el mismo año en que Salvadora hablaba a los anarquistas y presentaba su primera obra de teatro. Emma Barrandéguy, maestra, traductora, periodista y escritora, inquieta, irredecutible. Escribió sobre Salvadora. Escribió erotismo subversivo, lo hizo casi en secreto en los 50. Escribió lo que décadas después llamaron Queer, escribió lo que desde hace poco se puede leer en voz alta.

Qué hacés –me dijo tutéandome por vez primera–, dejá eso. Tenés ganas de que te bese, ¿no es así?” Sorpresa y timidez me trabaron la respuesta. Sólo asentí con la cabeza. Se hincó en el suelo frente a mí, con ademán resuelto levantó la pollera, bajó la bombacha y me besó. Y yo esperando con mis labios hambrientos. A partir de ese momento, toda yo fui un ser ansioso, enloquecido, frenético, detrás suyo como un perro tratando de repetir una experiencia que no había pasado de eso, pero que se convirtió para mí en una muestra de sabiduría, de deferencia, de halago, de cariño, de algo diferente de lo que era nuestra vida de grupo humano sin ton ni son”.

Le escribió a Salvadora, ella la alentó a mudarse a Buenos Aires y la empleó como su secretaria en el diario Crítica dirigido su enemigo marido. Emma se casó con un estadounidense artista de circo, aficionado al whisky y a los marineros. Tuvieron buena relación, hasta que un día él subió a un barco para visitar a su madre y no volvió nunca más. En las noches en que el marido acróbata trabajaba o salía, que eran casi todas; Emma, la esposa ácrata, iba a jugar a las cartas al departamento de Salvadora. Esta costumbre le valió a Emma el despido de Crítica y a Salvadora el incendio de su departamento, además de un ataque con huevos, que intentaban sugerir, patéticamente, la palabra “Tortillera”.

Antes de eso, habían llorado juntas la muerte a contramano y desafiante de Alfonsina, Emma no la conoció personalmente, pero no hacía falta. Salvadora se ocupó de que trasladaran los restos de esta descentrada ilustre que también peleó y sufrió por rechazar el mundo que los hombres le ofrecían. Por no querer ser blanca, ni pura, ni flor.

“Tal vez en ella vibra más la carne que el alma, pero es, sin embargo, una vibración magnífica, varonil a veces, pero siempre inspirada, siempre hermosa”

Afirmaba una nota en caras y caretas, es decir, una revista social que aún en su desesperado intento de camuflar lo monstruoso, no podía evitar la incomodidad. Por su parte, la revista Martín Fierro, nada menos, prescindía de tales pruritos y por ejemplo, Ramón Doll uno de sus críticos, decía sin titubear.

“En cuanto a los poetas y poetisas de sexo indefinido, de inspiración andrógina, su peligro entra en los dominios de la higiene social y fuera de este trabajo crítico”

La lista de estas hechiceras de la rebeldía, la dignidad y la belleza, felizmente, es mucho más larga. Es imposible, improcedente, ponerle un nombre, porque no caben en ninguno, porque también escribieron con el cuerpo y porque en sus almas sigue ardiendo el fuego más temido y deseado.

Hoy escribo sobre Salvadora, Emma y Alfonsina, porque hace poco las escuché y las vi. Estuve con ellas en un bar, en una sala de teatro o en un sueño plenamente nítido y consciente, pero también alucinatorio, revelador y persistente. Tanto, que sus palabras, risas y llantos todavía resuenan como crepitación o murmullo que no quisiera que se apague.

Si quieren tener la misma suerte, presten mucha atención a las próximas y prontas funciones de “Las del gremio” del grupo Las Indómitas y les prometo que así será.

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