Un lugar para aprender jugando

“La Ludo en el barrio” es un espacio que reúne a pibes de entre 6 y 13 años en el Centro de Atención Primaria en Salud del barrio Las Lomas y que combina el juego, la cultura, la educación y los cuidados.

“¿Él va a trabajar todo el año con nosotros?”, pregunta Dylan, cámara en mano, mientras me señala. “No, viene a hacer una nota”, le responde Carlos. “Entonces le saco una foto para recordarlo”, dice Dylan, y hace clic.

Dylan es uno de les niñes que participan de “La Ludo en el barrio”, un espacio que reúne a pibis de entre 6 y 13 años en el Centro de Atención Primaria en Salud del barrio Las Lomas, y que combina el juego, la cultura, la educación y la salud para que las infancias puedan construir colectivamente nuevas maneras de pensar y crear a través de la palabra y la expresión, en una cotidianeidad signada por la desigualdad y la violencia. “Jugamos y hablamos de lo que nos pasa”, sintetizan les niñes frente a la pregunta de qué hacen en La Ludoteca.

Los comienzos del espacio se remontan al verano de 2016, cuando seis niñes de entre 4 y 12 años irrumpieron en el centro de salud al grito de “¡Queremos taller! ¡Queremos dibujar!”. La psicóloga los hizo pasar y empezaron a hablar: contaron cuáles eran sus miedos, hablaron de armas y de La Llorona, y desde esa demanda concreta se empezaron a pensar estrategias para resignificar lo traumático. En un barrio con una precariedad habitacional absoluta, con tiroteos constantes a plena luz del día y con una crisis económica que vuelve cada vez más difícil el llevar un plato de comida a la mesa, ¿cómo pensar dispositivos de atención y cuidado que representen un espacio seguro y libre para las infancias? A partir de esa pregunta, el equipo del centro de salud empezó a articular con el Ministerio de Cultura para generar un taller de títeres y una serie de intervenciones culturales para las familias. En 2019, estas experiencias lúdicas se conjugaron con el trabajo que se venía realizando en La Punta del Ovillo, un dispositivo del Hospital Mira y López que proponía estrategias similares para sustituir las lógicas manicomiales, y así terminó de nacer La Ludo en el barrio, que actualmente cuenta con talleres de comunicación, pintura y fotografía.

Por sobre todas las cosas, La Ludo es un lugar en el que les niñes pueden expresarse, contar aquello que les gusta o que les preocupa y aprender a poner en palabras aquello que aún no ha sido dotado de sentido. “Ayer se escucharon tres tiros y salimos disparando: cuando hay tiros tenés que esconderte porque tiran para cualquier lado”, comparte Ian en la mesa. Lucía, psicóloga del centro de salud y tallerista, explica que es habitual el narrar “cosas que nos hacen ruido”: “a veces lo hablamos en grupo y a veces lo hacemos solos”, añade.

“Se traen muchas situaciones que están naturalizadas y que hay que pensar colectivamente para desnaturalizarlas y tratar de generar herramientas para resolverlas”, explica Carlos, otro tallerista. “A veces la ficción, el hecho de inventar una historia o un personaje, les permite trasladar un montón de cosas que por sí mismos no contarían”, agrega, en un ejemplo que da cuenta de la cercanía entre juego y salud y de la profundidad de los procesos de construcción de sentido que habilita el dispositivo. 

En 2020 y 2021, las fotos, pinturas e historias que brotaron de les niñes del taller fueron recopiladas en un libro publicado en conjunto con el taller de pintura y cuentos de La Punta del Ovillo. “Me gusta ver mucho las estrellas porque siento que caen y puedo agarrarlas”, escribió Xiomara, sosteniendo una pintura hecha con sus propias manos. En el mismo libro, Ian posa para la cámara y se puede adivinar su sonrisa detrás del barbijo: “Me gusta esta foto porque me recuerdo. Cuando sea grande, me voy a ver chiquito”, añadió como epígrafe. 

En 2022, La Ludo redobló la apuesta y publicó su propia revista, titulada “Ojos de Barrio”, que este año fue presentada en El Molino. En ella se pueden ver fotos maravillosas con sus respectivas descripciones, como una en la que hay “tres patoganzos tomando sol” y otra que muestra el basural, “un mundo de basura donde van a cirujear y cazar pájaros”. La iniciativa, gestada y llevada a cabo por el propio dispositivo, significó una experiencia impresionante para les pibis, que por primera vez llevaron al centro de la ciudad su forma de mirar su barrio y su vida cotidiana. 

A medida que avanza la charla, la cámara, que al principio estaba guardada en uno de los estantes, comienza a pasar de mano en mano, mientras la ansiedad de les niñes por el inicio de la recorrida por el barrio va en aumento. Quieren salir a sacar fotos y están ilusionades con mostrarme su lugar favorito para jugar, al que llaman “el paraíso”. Finalmente salimos. Yendo hacia el fondo del barrio, atravesando una laguna de residuos cloacales, está el paraíso, un gran espacio verde con agua estancada y basura en el piso, lindero con la Avenida Circunvalación. Antes el lugar estaba completamente deshabitado, me cuentan, pero ahora, con el crecimiento de la población del barrio, fueron apareciendo algunos ranchos de chapa. Les pibis corren y desaparecen rápidamente de nuestra vista detrás de los altísimos yuyos. Cuando vuelven, sus ropas ya están embarradas: “¡Hay pájaros nuevos! ¡Flamencos! ¡Estoy re emocionado!”, grita uno de ellos, feliz. 

La Ludo en el barrio se sostiene a pulmón por les trabajadores, que se encarga de la planificación y la ejecución de los talleres. Económicamente, se sustenta con el aporte del Ministerio de Cultura provincial, que paga los salarios de les talleristas –con una demora de seis meses-, y con una partida mensual de la Dirección de Salud Mental y del Área Cultural de la Región de Salud para la compra de materiales. En un año electoral, les integrantes del espacio manifiestan su preocupación por la continuidad en el tiempo del dispositivo, algo que requiere planificación a largo plazo, voluntad política y acuerdos interministeriales que amplíen el acceso a la salud y la cultura de las infancias en los barrios populares. 

Mientras tanto, La Ludo sigue intentando dibujar un horizonte mejor para la pibada de Las Lomas. El nuevo desafío es un taller de comunicación, con el eje puesto en contar historias, para que les niñes puedan seguir encontrando resquicios de amor entre la violencia. Al igual que el primer día, hace ya siete años, cuando en una siesta calurosa se metieron en el centro de salud con un pedido sencillo:

—Entramos gritando que queríamos taller.

—¿Y por qué entraron?

—Porque la puerta estaba abierta.

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