El creador de una fintech argentina envió a estudiar a Oscar Oszlak, uno de los investigadores en ciencias sociales más destacados de nuestro país. ¿Qué ideas circulan entre los líderes del mundo empresarial?

El mes de noviembre cerró con una buena noticia para uno de los investigadores del campo de las ciencias sociales de mayor prestigio de nuestro país. El politólogo Oscar Oszlak recibió el Premio Houssay a la Trayectoria 2023 otorgado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. El galardón es otorgado a quienes contribuyeron a lo largo de su carrera científica a producir nuevos conocimientos, desarrollar innovaciones de impacto social y productivo y promover la transferencia de conocimiento y la formación de recursos humanos.

Para quienes transitamos el campo de las ciencias sociales, y más precisamente la ciencia política, los estudios de Oszlak resultan una lectura ineludible tanto para comprender el proceso de formación del Estado argentino como para estudiar al Estado y la administración pública. Su libro “La formación del Estado argentino” es considerado una de las obras más destacadas de la ciencia política argentina.

Incluso, la Universidad Nacional de Córdoba le entregó días después el título Honoris Causa como parte de una propuesta del Instituto de Investigación y Formación en Administración Pública (IIFAP) de la Facultad de Ciencias Sociales.

Sin embargo, un recorte muy breve de una nota que dio a Télam, en la que sostuvo que “no hay estudios que establezcan que el sector privado es más eficiente que el Estado”, le valió el sucesivo ataque virtual de sectores antiestatales. Esto se dio fundamentalmente a partir de la ironía del creador de la fintech Ualá, Pierpaolo Barbieri, que publicó en redes “Abran las escuelas!” como respuesta a la nota realizada a Oszlak.

Independientemente del estilo muy propio del contexto comunicativo en el que se encuadra el mensaje de Barbieri (Twitter), hay algo de la actitud adoptada por una figura reconocida del sector empresarial que es parte de un rasgo muy presente en empresarios del mismo sector a nivel internacional. Hay algo de esta agresividad disfrazada de ironía que es muy propio del encuadre que proponen algunos líderes del mundo económico en una cruzada muy personal contra los discursos defensores de la estatalidad, de lo público.

Es decir, no hay nada original en la reacción del creador de Ualá, sino una copia fiel de la actitud de empresarios de estos sectores que en Estados Unidos han comenzado desde hace algunos años a formar una corriente denominada como “neorreaccionarios”.

Este movimiento forma parte del campo de las alt-right, toda una serie de sectores de derecha más radicalizada especialmente en EEUU que comenzaron con gran presencia en los subterráneos de la web como 4Chan y Reddit. Esa “derecha alternativa” busca desafiar la “tiranía de la corrección política” y proclamar una especie de nacionalismo autoritario.

Es relevante destacar que las derechas alternativas fueron quienes funcionaron de semilla para el surgimiento y consolidación del trumpismo en 2016. Dentro del abanico de pensamientos hacia el interior de las alt-right se encuentran los “neorreaccionarios”, unos ultralibertarios elitistas y ultracapitalistas que buscan la supresión de la democracia (1).

Se trata de un movimiento no muy popular caracterizado su carácter antimoderno y nacido en 2007 con el blog Unqualified Reservations de Curtis Yarvin, alias Mencius Moldbug, un ingeniero de software de San Francisco, propietario de la startup Tlön. Para él, la democracia es un régimen “subóptimo” e inestable, orientado hacia el consumo en vez de la producción y la innovación, y guiado siempre a una mayor tributación y redistribución. Para lograr un régimen ordenado, sería necesaria una verdadera oligarquía elitista, encargada de gobernar correctamente sin responder la voluntad del electorado (incluso habló de “superar la fobia a los dictadores”).

Los Estados, entonces, deberían ser manejados como empresas; por este motivo, su obra poco ordenada y a retazos estuvo dirigida principalmente a sus colegas de Silicon Valley, que para él deberían ser quienes formaran parte de esa élite gobernante. Así Yarvin logró atraer a algunos tecnoempresarios a su entorno, como el cofundador de Google, Larry Page, o el cofundador libertario de PayPal (junto con Elon Musk), Peter Thiel. Este último hasta llegó a afirmar en una conferencia que “las startups y sus fundadores se inclinan por el lado dictatorial, porque eso funciona mejor”, por lo que brega a la idea de un “despotismo tecnológico”.

Para los neorreaccionarios, los países deberían transformarse en compañías competidoras administradas por directores generales competentes, es decir, una especie de monarquía, aristocracia, en el que el Estado es una sociedad anónima dividida en acciones y dirigida por un CEO. Una especie de rey CEO (2). A su vez, los neorreaccionarios defienden la libertad personal, pero no la libertad política, ya que consideran que la democracia es nociva y debe ser separada del capitalismo.

De lo expuesto hasta aquí es posible hacerse una imagen sobre cuáles son las ideas que circulan en los nichos vinculados a las startups. Esta corriente de “Ilustración oscura” es adoptada y reivindicada por algunos de los fundadores de las fintech más conocidas actualmente. Entonces, es importante prestar atención a la adopción de este tipo de retórica por parte de los tecnoempresarios argentinos.

Porque no es relevante si Oscar Oszlak se desempeñó como profesor, fundador y director de programas y redes de docencia e investigación en América Latina, en Europa, en África y en Asia; no importa si se desempeñó en 80 proyectos vinculados al sector público con el auspicio o financiamiento de organismos multilaterales como BID, Banco Mundial, OEA, FAO, OPS, CLACSO, CLAD, PNUD; o si tiene múltiples becas y premios a nivel nacional e internacional; aquí lo importante es reírse del que defiende lo público, del que defiende el Estado, y en última instancia, del que defiende las instituciones democráticas.

Es muy claro el coqueteo de Barbieri con sectores de la alt-right, como cuando publicó un mensaje de “solidaridad” hacia el pobre Elon Musk, al que le llovían críticas por su compra de la red social Twitter; o cuando manifestó su apoyo a Javier Milei luego de su victoria en la segunda vuelta presidencial, y previamente, cuando celebró sus iniciativas de dolarizar la economía argentina. Entonces, no resulta sorprendente su respuesta insultante a un investigador con la trayectoria de Oscar Oszlak. Pero sí resulta preocupante pensar de aquí a futuro cuáles son los horizontes políticos y sociales a los que los empresarios están dispuestos a contribuir.

Mandar a estudiar a quien precisamente escribió ríos de tinta que son estudiados por miles de profesionales, es mucho más que una ofensa para alguien de la talla de Oszlak; es un desprecio hacia las trayectorias académicas y al valor agregado a nivel científico que aportan a nuestro país. Todo esto en medio de los bombardeos constantes hacia el futuro de la ciencia argentina.

Pero sería mucho pedirle la misma solidaridad que tuvo con Elon Musk a alguien que ingresó a Harvard a los 17 años con una beca para estudiar Economía e Historia y que terminó recibiendo regalos de George Soros. Tal vez si hubiera estudiado Historia en Argentina no solamente hubiera tenido el placer de leer a Oscar Oszlak, sino que también hubiera sentido la necesidad de reivindicar su labor investigativa en un contexto adverso para el futuro de nuestra ciencia.

 

(1) Raim, L. (2017) “La derecha «alternativa» que agita a Estados Unidos” Nueva sociedad, ISSN 0251-3552, Nº. 267, 2017, págs. 53-71.

(2) Stefanoni, P. (2021) ¿La rebeldía se volvió de derecha? Buenos Aires: Siglo XXI.

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