Un sueño premonitorio, carne fría sobre pan untado en chimichurri y el orgullo de una ciudad. Cómo se vivió la ruptura de un récord guinness en Santo Tomé.
La gente estira los brazos entre las vallas para acariciarlo, los niños apoyan la boca en el metal y las señoras sacan sus celulares para documentar tal jugosa maravilla. El comienzo, en la intersección de Alberdi y Candioti, se ve fresco, unas manos majestuosas ubicaron capa por capa: chimichurri, tomate, lechuga, mostaza, mayonesa y carne. La escribana, con un chaleco carmín y una planilla abajo de la axila, fiscaliza medidas. Tras su paso, el enorme sándwich se va cerrando “para que no se seque”, como si las horas bajo el sol y el viento no provocarán lo inevitable. Los choricomisarios, scouts del grupo Brigadier Estanislao López, sostienen con fuerza la cinta métrica. “Que no se caiga. ¡Tirante!”, le grita un superior a unas nenas con pañuelo y cintillo al cuello. En el fondo alguien canta a micrófono abierto. La fiscal avanza, el pan va perdiendo sabor, la verdura brilla por su ausencia. Queda un mejunje tibio de mayonesa y mostaza. Un séquito de fieles le pisa los talones a la encargada del conteo. En la esquina de Salta, la tensión se palpa en el ambiente: hay 40 metros de pan sin chorizo.
Premonición
En este soleado Día de la Escarapela, los santotomesinos de los barrios aledaños a Alberdi parecen hormigas en día de lluvia. El clima no puede ser mejor, la tormenta de la noche anterior asentó un fresco agradable y no hay ni una sola nube visible. Desde las 10 de la mañana, los comerciantes se encuentran ubicados entre el cordón de la vereda y las estructuras metálicas que cercarán el choripán. “No sabés lo que era esto temprano, tuvimos que ponernos a escurrir el agua de la calle antes que llegara la Municipalidad con las vallas”, cuenta Patricia de la verdulería Pato’s, única comerciante que aportará los vegetales necesarios para romper el récord. Aunque es temprano y el fuego no se prenderá hasta pasadas las 14, la gente comienza a aglutinarse sobre el corredor libre que ha dejado la organización y visita los diferentes puestos de emprendedores. En el descampado de calle Falucho se montó el escenario y se dispusieron unas mesas a modo de patio de comidas. Poco a poco, un conjunto de jubilados compra terreno en las sillitas de plástico. Por ahora, las parrillas son solo un esqueleto metálico inerte sobre Pasaje Bepmale. Según contarán más tarde los encargados de la cocción de la carne, se contempló no comenzar tan temprano el fuego para darles oportunidad de venta a los puestos de comida. Mientras transcurre la espera, trabajadores de la panadería Los Obi ubican las bolsas de masa cocida sobre los tablones.

“Esto empezó como una joda, tirando cosas al aire. Pero te voy a decir algo, yo al chorizo lo soñé”, dice José Luis, el parrillero. Tiene una chomba negra percudida, una bombacha de campo y zapatillas deportivas. Sobre su cabeza, lleva un sombrero oscuro con una guarda pampa y en la copa flamea una cinta celeste y blanca enganchada con un alfiler. Germán, el chef, acarrea bolsas de carbón, contabiliza los embutidos y hace señas apresuradas a los ayudantes. “Este evento ha unido a la comunidad, algo que no se veía hace rato en Santo Tomé. Sesenta personas van a venir con su cuchillito para cortar y armar todo bajo la directiva de Germán”, asegura el cocinero. 300 kilos de carne para 300 metros de choripán se repartirán en ocho parrillas, cedidas a la organización por la parroquia Nuestra Señora de La Paz. Un campeonato mundial que se ganará con la colaboración activa de vecinos, vecinas y comerciantes. Todo ad honorem. Cómo dirá luego Lucas del supermercado El Cone de barrio Loyola, el sándwich gigante “tiene un sabor especial: el de sacarle el puesto a los chilenos”.
Orgullo santotomesino
Quienes encabezaron la iniciativa son Alejandro Ferreyra y Lorena Aguirre de la peluquería Karadura, una pareja que, desde hace un año, trabaja en conjunto con algunos feriantes llevando adelante el Paseo de Compras Alberdi. Según narran los organizadores, es algo característico del evento elegir temáticas especiales para cada edición. Así se llevaron adelante La Fiesta del Liso y La Fiesta de la Hamburguesa Triple, entre otras. Tras ocho meses de arduo trabajo, modificaciones en las fechas y suspensiones, la conquista de un récord Guiness por fin tuvo lugar en la agenda de la ciudad. choripán
“Como santotomesinos que somos tenemos que tener identidad. Siempre nos quejamos de que somos un lugar de paso, la gente va para Santa Fe o a la Fiesta del Pescado Frito en Sauce Viejo. Entonces decidimos hacer algo nosotros; que la gente venga a la ciudad por esto: el choripán más grande del mundo”, asegura Alejandro. En consonancia con el objetivo, a las 15:00 los chorizos humean sobre las rejillas ardientes, la gente se reúne excitada a ver como la carne transpira grasa y más de uno volverá a casa con el olor impregnado en la piel. Ya nada importa, los pibes se pasean entre los chorizos sacando fotos. El ayudante de cocina palea carbón rojizo y esquiva viejas entrometidas. La suerte está echada y aún queda un largo tramo por recorrer. choripán
A José Luis le transpira la mollera, abajo de su gorro debe hervir, pero custodia la carne como fiel perro guardián, orgulloso, con una sonrisa de niño excitado. Sus palabras hacen eco entre el siseo de la brasa hirviendo: “El sur también existe, no todo es el centro, 7 de marzo y la Costanera. De este lado de la ciudad hay una barriada muy grande”. Los santotomesinos lo saben. Se percibe en los rostros iluminados que cuelgan encima del pan abierto sobre el tablón de madera, en los niños que tironean de las camperas de sus madres para preguntar: “¿Todos vamos a poder comer eso?”. Un tipo en delantal que responde: “Sí, a todo esto lo vamos a regalar”.
En los grupos de música de la ciudad, que han copado el escenario, hay un calor especial, que no es el de las parrillas, es la emoción de saber que hay algo propio que se gesta gracias al laburo de todos. Cuando a las 16:15 Alejandro o “el karadura”, como lo llaman todos en el barrio, se acerca con un carrito rebosante de chorizos, la multitud estalla en aplausos y chiflidos.

The final countdown choripán
Panes de un metro cortados y abiertos, aderezos y vegetales encimados, chorizos en proceso de colocación. La carne debe ir una encima de la otra, como entrelazada al final de cada choripán individual, sólo así se conseguirá el récord. La gente se pisa, los que quieren ver los puestos de la feria empujan contra el cordón a los hambrientos de reconocimiento mundial. La escribana avanza, se frenan cada cierto tramo, analiza con cara de seriedad las medidas expresadas en la cinta. Los scouts transpiran, algunos se sacan los guantes y se alejan del tablón. En la esquina de Salta y Alberdi el grupo de supervisores se frena en seco. Faltan 20 centímetros de carne para pasar a Chile.
—¿No van a llegar hasta el final?
Una de las encargadas del armado entorna los ojos, tiene la cara comprimida de tristeza. Abre la boca varias veces antes de decir:
—No, imposible. No llegamos.
Son las 18:00 pasadas y al menos 40 metros de pan se enfrían sobre la mesa, desparramados y con la miga tiesa. Los números empiezan a resonar entre la gente. “Tenemos 269 con 30”, dice una chica con delantal y cofia. “Son 270, hay 270 metros”, asegura una persona entre el público. De repente, la fiscal, Alejandro y su comitiva se alejan del tablón y corren pisándose los cordones por entre la gente. “Al escenario, vamos al escenario”, explica el organizador. Los presentes se miran, algunos se quedan pegados a la cerca metálica. Muchos parecen estar ahí solo para deleitarse con una porción del indudablemente helado sándwich de chorizo. Otros persiguen a la poseedora de la verdad apresuradamente. Una franja anaranjada se esconde detrás del pastizal del terreno baldío, los que están sobre la tarima parecen bocetos ennegrecidos. En menos de 15 minutos, la calle estalla en vítores. El choripán más grande del mundo es santotomesino y tiene 267 metros con 70 centímetros.