Con una voz íntima y narrativa, Bicho sin dueño de Leonardo Pez se afirma como un aporte clave a la poesía santafesina contemporánea. El libro recorre la memoria personal y colectiva desde la infancia hasta la adultez, con un tono confesional que no abandona nunca la sensibilidad social ni el oficio de escribir desde el margen.
La poesía santafesina contemporánea se multiplica en voces que, como la de Leo Pez, construyen un decir propio, anclado en la memoria emocional y la geografía íntima. En Bicho sin dueño (Lubieta, 2024), Pez afina un tono narrativo y confesional, donde el yo lírico se mueve como un cronista de la infancia, la adolescencia y las transformaciones personales que implican crecer, mudar de barrio, separarse, atravesar pérdidas o hacerse cargo —al fin— de una voz poética que ya no puede postergarse.
El libro nace de un largo proceso, con semillas que germinan desde 2015 en clínicas de poesía y festivales donde el autor se empapa de nuevas lecturas y formas de decir. “Uno cuando publica suelta —reflexiona durante la charla con Pausa— y yo no sé si alguna vez podré escribir algo mejor que Bicho sin dueño. Porque para mí, hasta el momento, es lo mejor que pude dar de mí”. Esa frase, dicha en la entrevista, no funciona solo como confesión, sino como declaración de principios: la poesía como forma de exponer(se), de dejar registro, de decir lo indecible desde un lugar de ternura y de oficio. La poesía como vía de escape del sentimiento que hace pressing desde adentro para salir al mundo en forma de palabras.
El libro está dividido en dos partes. La primera funciona como un viaje hacia la adultez: un pibe que crece en el barrio El Pozo, que transita el secundario, que migra con su familia a una casa “pozilga” con patio y limonero, que empieza a estudiar comunicación, que descubre el poder de nombrar el mundo con palabras. La segunda parte, en cambio, se vuelca hacia la memoria colectiva, con poemas que recuperan a su manera la figura del abuelo peronista que murió mirando la TV el mismo día de la masacre de Trelew, y una adolescencia marcada por dos quiebres: la mudanza y el cambio de colegio, que implicó “un duelo de años”. Todo está escrito con un oído atento a lo coral: muchas voces conviven en cada texto, a veces reproducidas casi con fidelidad oral. Como si la poesía fuera también una operación de montaje, un documental doméstico.
La poesía santafesina contemporánea encuentra en este libro un ejemplar potente, que se permite explorar la autobiografía sin caer en la autoficción complaciente. El narrador-poeta no escribe para sí: escribe para entender(se) y para dejar marcas. El tono es austero, pero no seco. Hay un lirismo contenido que nunca se desborda, pero que roza y deja huellas profundas. Cada poema se construye con imágenes reconocibles (una baldosa suelta, una escena en el colectivo, una conversación con la mamá) que consiguen activar la memoria de cualquier lector.
Bicho sin dueño también puede leerse como una novela, aunque no lo sea en sentido estricto. Así lo sugiere el propio autor: “La clínica no es como el taller. Ahí hay un objetivo concreto: publicar. Y el libro terminó teniendo una estructura que yo no había planeado, pero que ahora veo con claridad”. Esa organicidad no es casual: es fruto de la escritura atenta, de las correcciones minuciosas, de la relectura persistente. Una ética de la paciencia que el propio Pez reivindica: “Estuve con las antenas paradas mucho tiempo. Aproveché ese momento, anoté todo”.
Una de las imágenes más memorables aparece en los poemas dedicados al abuelo, donde conviven el orgullo político y la desolación generacional. El golpe no fue solo institucional: fue afectivo, histórico, íntimo. Y esa tensión entre lo público y lo privado es una de las mayores virtudes del libro.
Leonardo Pez —periodista, docente, editor, lector voraz— es también un artesano del lenguaje. Lo demuestra no solo en sus poemas, sino en el modo en que reflexiona sobre ellos. “El libro fue mi mejor sesión de psicoanálisis”, dice. Y no exagera. El resultado es una obra que deja huella y que, con justicia, ya está comenzando a circular por festivales, escuelas y clubes de lectura.
Publicar Bicho sin dueño en este contexto, además, es una toma de posición. Frente al desmantelamiento cultural que atraviesa la Argentina actual, la poesía santafesina contemporánea aparece como un espacio de resistencia íntima, de cuidado sensible, de memoria persistente. Un lugar donde aún se puede respirar.
En un tiempo donde la poesía parece correr el riesgo de encerrarse en el gesto vacío o en la sofisticación innecesaria, libros como este recuerdan que hay otra posibilidad: escribir para conectar, escribir como acto de escucha, escribir para dejar algo en los demás. Esa es, quizás, la apuesta más profunda de Leo Pez. Y también el legado que Bicho sin dueño viene a ofrecer.
En definitiva, el texto es también una bitácora emocional: una forma de mirar hacia atrás con ternura, de inventariar las pérdidas y los afectos, de devolverle sentido a lo que parecía haber pasado sin dejar huella. Es un libro que emociona sin grandilocuencia, que trabaja con lo mínimo —una anécdota, una imagen, una voz familiar— y lo vuelve universal. En esa operación de rescate íntimo, Leo Pez se sambuye con prestancia en las aguas de los autores santafesinos y fluye con la corriente, embolsando palabras certeras con cada brazada. Y lo hace sin ahogarse, sin olvidarse de respirar.