Analizamos el nuevo disco de Cazadores Recolectores: riffs pegadizos, coros chamánicos y una lírica atada al sentir argentino.
Cazadores Recolectores sacó su segundo disco de estudio, Las multitudes argentinas, un trabajo que continúa la búsqueda iniciada en A los que creen haber ganado (2022), pero con un aire más ritual, más existencial, más sudamericano y, por momentos, más nostálgico perfumado con acordes menores. El álbum fue presentado en mayo en el Centro Cultural El Puente, ocasión que sirvió también para el estreno del videoclip de “Eso, son tus miedos”, dirigido por Florencia Palacios.
A fuerza de swing polvoriento, guitarras melódicas y letras que pegan donde duele, Las multitudes argentinas suena a lo que su nombre promete: un collage sonoro que recoge pedazos del inconsciente colectivo. No importa si canta la ciudad o el monte, si es una bronca callejera o una plegaria hacia el cielo: todo lo que aparece está vivo, transpirado y vibrando en el tono exacto entre lo lírico y lo brutal.
Cantos de la intemperie
Lo primero que aparece al entrar en el universo del disco es un país que arde. El país como campo de batalla afectiva, como paisaje de despojo y como espacio simbólico. En “Populismo”, un riff surfer, una voz –más bien una mirada– narra desde la esquina: “Te veo sola y sonriendo. Te cuenta cómo se gana la vida / de cualquier forma y como decida”. La frase es cruda pero tierna, como quien reconoce, sin juzgar, la lucha cotidiana del otro (¿de la piba de PedidosYa? ¿del chofer del Uber?). Ese equilibrio entre ternura y filo se mantiene a lo largo de toda la obra.
Las letras, fieles al estilo de la banda, están llenas de fragmentos, imágenes discontinuas, sensaciones más que historias. Funcionan como fogonazos de sentido. En “Temí quedar así” el dramatismo no es gratuito: ahí hay duelo, hay país, hay historia. “Mientras que en el tembladeral se expande la pampa” se repite como un eco ancestral, algo entre el canto chamánico y la alucinación colectiva. El disco no explica: abre grietas, propone climas, entrega pistas.
El corazón lírico late entre el existencialismo (“¿Qué es lo que quieren? Vivir”), dolores transgeneracionales (“No pudieron pegarle un tiro al corazón”) y epifanías de barrio (“¿Te acordarás cuando escapamos para ir a bailar y no nos dejaron?”). Todo con un dejo de resignación luminosa, como si cada canción reconociera su lugar: no el de la denuncia panfletaria ni el del escapismo narcisista, sino el de la voz colectiva que acompaña el desborde emocional de un país que no se deja entender del todo.
Sonido mestizo, poesía de callejón
A nivel musical, Cazadores Recolectores sigue mezclando rock clásico (hay una cita a The Kinks en “Populismo”) con pinceladas de indie, clarinetes con delays, percusiones nerviosas con pasajes de guitarra delicada. La interpretación siempre picaresca de Mariano Rinaldi se sostiene en una zona expresiva que sabe ser dulce y rota a la vez. El bajo de Nacho Barreda y la batería de Álvaro Fernández ofrecen una base por momentos bailable y por momentos ceremonial. Y cuando aparece el clarinete de Juan Ignacio Palacín, la cosa se pone mágica: esa madera entre litoraleña y balcánica parece arrastrar con ella a las almas que duermen en el aire.
No hay virtuosismo por el virtuosismo. Hay fraseos precisos, silencios que pesan, decisiones armónicas que no se explican desde la técnica sino desde la intención. Las canciones suenan ensayadas y al mismo tiempo espontáneas. Hay una artesanía en la producción –incluso en los momentos de caos o distorsión– que le da al disco una unidad envolvente, como si estuviéramos escuchando una película sin imagen.
El ritual de resistir
Las multitudes argentinas es, también, una obra espiritual. En su propia rareza, plantea una forma de estar en el mundo: frágil, lúcida, emocional, argentina. La figura de la multitud funciona acá no como masa amorfa, sino como red de singularidades conectadas por un dolor, una fiesta o una historia que nunca termina de contarse.
Hay algo de canto ancestral en frases como “se pierde entre la gente / de boca en boca / sin norte / por un camino cualquiera”. Hay algo de fuego ceremonial en “los que dicen que viven el presente / son suicidas que escriben la carta”. La banda elige quedarse en esa zona: ni arriba del pedestal ni en la queja destructiva. Simplemente en la calle, al lado nuestro.
Cazadores Recolectores no bajó línea, pero bajó a tierra. Lo suyo es un ejercicio de memoria emocional y política, una cartografía del sentir colectivo. En tiempos de algoritmos y desmemoria programada para ganar lugar, hacen lo que pueden: una música que acompañe, que nombre, que reencarne. Porque si el país está lleno de multitudes dolidas, alguien tiene que hacer que canten.
Y en esa tarea, no está de más mencionar a Florencia Ordiz, la Negra Poli del grupo, que no sólo gestiona prensa, difusión y logística, sino que sostiene a la banda con el mismo pulso colectivo y amoroso con que se construyen las buenas canciones: desde la trinchera invisible, pero indispensable.



