La noche del 6 de diciembre renovó un mito: sin aire acondicionado ni ventiladores, la Estación Belgrano era una caldera burbujeante en la que nadie se quemó. La vuelta de Cacho fue como tenía que ser, calurosa y apasionada, santafesina.
¿Por dónde empezar a contar un regreso? ¿Por el abrazo con la familia arriba del escenario, por los meses de silencio o por el incidente que desencadenó todo el resto? Vamos así: para el hombre que, con su voz ya áspera y alegre, moldeó la memoria sonora de esta tierra prácticamente todo 2025 se fue en la recuperación de su salud… y de su independencia artística. Ya que estamos, hagamos todo el recorrido: a principios de enero, Rubén “Cacho” Deicas, 72 años, sufrió un accidente cerebrovascular que lo obligó a poner un freno de micrófono. Una semana de internación, alta y rehabilitación en casa.
Convalecencia, reposo y, sobre todo, incertidumbre: para alguien acostumbrado a la vorágine de giras con Los Palmeras, tener que guardar la voz fue un desafío físico y emocional. La agenda de shows, que ya era demasiado intensa para su edad, se canceló de golpe, y las cámaras se apagaron.
En junio vino el desgarro. En un comunicado en sus redes, Cacho explicó que las condiciones que le exigía la banda de su vida para volver a los escenarios después del ACV eran incompatibles con su recuperación, y dos de los dioses mayores de la cumbia santafesina sellaron así su separación. La separación se oficializó el 25 de junio, y quedó claro que las diferencias abismales con Marcos Camino –otra mitad de Los Palmeras– iban más allá de lo artístico. El propio Deicas anunció a fines de septiembre que haría carrera solista: presentó un nuevo logo, banda nueva (con el bajista Maxi Frutos, ex Palmeras, como uno de los destacados) y confirmó fechas en el Gran Rex en Buenos Aires y acá en la Estación Belgrano, dejando en claro que su salud ya no era el problema.
Una fiesta llamada “El Secreto”
La cerveza Santa Fe tendió el puente para la vuelta a casa. Bajo el lema El Secreto, la marca montó una fiesta en la Estación Belgrano, el galpón ferroviario que se convirtió en epicentro de festivales. La campaña –como se hizo anunciar a través de los medios– apuntaba a celebrar más de cincuenta años de trayectoria y a reafirmar que el sabor de la ciudad está en su música, aunque la puesta en escena con carribares, photo oportunities y sendas parafernalias configuraron lo que se llama “experiencia”. En la previa, Mattungo & La Hot Band, con versiones de Electric Light Orchestra y Bruno Mars, fueron elevando la temperatura. Vulva Soul pinchó unas cumbias para que la multitud –unas cinco a seis mil personas desperdigadas entre los andenes– se acomodara mientras los vasos de plástico ilustrados con el protagonista de la noche se llenaban y recargaban con liso.
Pasadas las 23, las luces se atenuaron, entró la banda y el medley instrumental de cumbia puso a chillar la olla. Enseguida nomás, la estampa del cantante –saco y camisa clara, rulos negros entrecanados– desataba el recuerdo de tantas noches de parlantes al palo y olor a fosforitos y chasquibunes en navidades pasadas con las mesas completas. La apertura fue con “Bombón asesino”, para tirar abajo de una patada la noche de Barrio Candioti. De ahí en más, la noche se pareció mucho a la vuelta de Maradona a Boca o a la de Messi al país para festejar el Mundial: homenajes intermedios, ovaciones cada 5 minutos, invitados especiales (Coty Hernández y el músico e instagramer Qkarda que subió con una strato a hacer un medley de Los del Bohío). A cada vuelta de Cacho al micrófono, clásicos y clásicos no paraban de avivar el fuego de la gente que coreaba con una efervesencia religiosa los coros de "Perra", "Diferencias" y, no podía faltar, también la de "Yo soy sabalero", que se pilotea con bastante más prudencia que cuando se tocaba con el grupo anterior de Cacho.
El calor y el abrazo
Dicen que el santafesino de ley no se achica ni con el calor ni con la humedad, que te acepta un mate caliente en pleno diciembre aunque le lloren los ojos y no se resiste a bailar una cumbia aunque la frente se le ponga brillante al segundo. La noche del 6 de diciembre renovó ese mito: sin aire acondicionado ni ventiladores, la Estación Belgrano era una caldera burbujeante en la que nadie se quemó. La vuelta de Cacho fue como tenía que ser, calurosa y apasionada, santafesina.
Sobre el final, su familia subió a abrazarlo. Papelitos caían desde arriba mientras hijos y nietos rodeaban al padre y al abuelo, y en esa escena quedaba resumida la esencia de la cumbia santafesina: una música que nace del hogar y se expande a los barrios, que se baila en casorios, cumpleaños y peñas, sin distinguir edades ni paladares. Porque, al final, ¿qué importa la marca de la cerveza o el sponsor cuando la emoción se mide en voces afónicas y cuerpos transpirados? Lo que perdura es la historia de un hombre que, tras un ACV y una ruptura dolorosa, volvió a cantar en su ciudad con la misma entrega de siempre.
Un buen cacho de lo que significa ser santafesino surgió esa noche de las cuerdas vocales de este buen hombre, y quedó claro que la cumbia sigue siendo el secreto mejor guardado de nuestra identidad.










