Bodas de plata

El año que viene se cumplen 25 años de que terminé la secundaria. A raíz de eso, el casi único amigo (no casi amigo sino casi único) que mantengo de aquella época me informa que lo habían agregado a un grupo de Whatsapp que se llama “25 años de egresados” y que él ya sabía que de esa “bosta” iba a pasar. A lo que yo respondí que si él les daba mi número yo dejaba de escribir en Pausa. “¿Por qué eso iba a ser una amenaza?”, es una pregunta que nunca obtendrá respuesta, pero que funcionó porque acá estoy de vuelta.

No entiendo esa pulsión a conmemorar fechas que no tienen ningún sentido. ¿Qué se celebra? ¿Para qué sirve reencontrarse con personas que durante 25 años no anduve buscando sabiendo que no iba a encontrarlos? Afortunadamente, tengo un problema con la nostalgia y no me da culpa decir que no quiero ir a rememorar algo que ya no soy y que, sobre todo, no quiero volver a ser. A mí Joaquín Sabina me dejó de gustar hace rato ya pero tiene una frase de una bonita canción que reza: “Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver” o algo así. Yo en la secundaria fui feliz pero siendo una persona completamente diferente a la que soy hoy. Y discúlpenme el prejuicio, pero si hay tipos añorando rememorar algo que ya no son, prefiero sospechar que muy distintos a lo que fueron hace 25 años no deben ser. Y yo, sinceramente, cuanto más lejos esté de tipos que son como era yo a los 17 años, mejor.

Ustedes dirán que soy un intolerante. Chocolate por la noticia. Pero yo soy intolerante principalmente con la intolerancia: no tolero la homofobia, la transfobia, la xenofobia, el racismo, el odio de clase, el gorilismo, el desprecio por los derechos humanos, los que dicen que la menta granizada no es un gusto de helado, los que mojan la vainilla en la chocolatada y toda manifestación de discriminación hacia las minorías postergadas. Y eso es lo que voy a encontrar en ese revival.

¿Cómo sé que me voy a encontrar con ese panorama en el mitín por las bodas de plata? Tengo redes sociales y los stalkeo, obvio. El 99% de ellos me confirman el prejuicio. Igual, son muy pocos a quien aún tengo en el mundo virtual como contactos, y esta columna es la excusa perfecta para que los que quedan me eliminen y me ahorren el trabajo. Para que ustedes vean con quién soy intolerante, les cuento que una vez un ex compañero de la escuela me mandó solicitud de amistad. Lo agregué no sé por qué y cuando vi que en su foto de perfil estaba con un rifle en la mano y un pie encima de un jabalí asesinado mientras posaba en actitud triunfante, lo eliminé inmediatamente batiendo el récord Guinness de menor tiempo de amistad en redes sociales de la historia. Lástima: no había un escribano cerca, sino hoy sería millonario. Y como ese ex compañero, la mayoría pertenecerá a un universo paralelo al mío y no habrá tema de conversación más allá de todos los que no me interesan, tales como el clima, Unión, Colón, los compañeros que ya se murieron, el PBI afanado y que la política no interesa. Más de una anécdota en la que yo seguramente era bullyingueado y que no tendría por qué desear recordar y alguna que otra épica en torno al “3º B” que si uno/a fuera profesor/a de secundaria hoy, pensaría “qué estúpidos éramos”, como me pasó a mí cuando fui a dar clases a mi ex colegio.

¿Se buscará ostentar frente a los otros algo obtenido o ganado al organizar estas farsas? La verdad que ostentar mi vida delante de esta gente que acabo de tratar más o menos de despreciables me parecería ridículo e indigno de mi parte. No tengo nada que pueda resultarles interesante, y viceversa. Creo que lo único que podría llegar a enorgullecerme es que llegué a los 40 sin hijes, pero cuando les diga “hijes” voy a tener que soportar el “todo bien con el feminismo pero todo tiene un límite… vos que sos filósofo y das semiótica, ¿te parece que digamos nosotres?”, y ahí me cagaron lo único que me da orgullo de mí mismo, así que prefiero quedarme callado.

No logro dilucidar qué es lo que lleva a sostener este tipo de rituales. No me llama la atención participar de ellos, aunque dos amigos me hayan incentivado a pertenecer, uno diciéndome que voy a sacar material como para diez columnas y el otro sentenciándome de que no he de perder el deseo etnográfico. El primero tiene razón, como casi siempre. Y al otro le respondí que prefería ir a investigar sin presupuesto a una tribu caníbal del desierto africano con un collar de alita de pecho colgando del cogote antes que ir a exponerme a un baño de adolescencia con forma de cuarentones en los que hace más o menos 20 años dejé de pensar. Supongo que ellos también habrán dejado de pensar en la secundaria como yo. Y si no lo hicieron, si los viera les diría algo que nunca imaginé decir: soltar.

Un solo comentario

  1. Todo muy bien, en casi todo de acuerdo. A mi me pasó pero ya con 60 años, Pero al final pones (o te ponen ) la indicación de compartir por guacha. Y porqué me indican que tengo que reenviar alguna boludez que me interesó a gente que no se si le importa? Acá tenés tema para otra nota.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí