Cinema Santa Fe

Si tuviera que definirme según el consumo de algún arte, diría que soy predominantemente cinéfilo y amante de la música. Pero yo doy como supuesto básico, universal y trascendental que humanidad y música son sinónimos, entonces voy a enfocarme en mi adoración por el cine.

No tengo recuerdos de mi vida sin el cine. De hecho, muchas veces he sentido que mi vida es una película. Al punto tal de creer que como soy el protagonista de mi vida no me podía pasar nada. Vamos, sé que no soy el único. ¿O sí? Bueno, no importa. La cosa es que las películas son una de las mejores cosas que me pasaron en la vida. ¿En serio no salían de ver Karate Kid con ganas de cagar a patadas voladoras a todo el mundo? ¿No? Bueh, qué aburridos que resultaron.

También salí del Cine Ideal llorando con E.T., que es como mi recuerdo fundante. El Cine Ideal estaba en San Martín, entre Hipólito e Yrigoyen. Ahora me van a decir que también soy el único que nunca supo cuál es Hipólito y cuál Yrigoyen, dale. También conocí el Roma sobre San Jerónimo, el Garay en la Inmaculada, el Luz y Fuerza en Luz y Fuerza. El América, claro. En el Atlas vi Rambito y Rambón. Eran los ’80, che. El Atlas quedaba en la ochava de Ituzaingó y San Luis. Sí, en esa esquina que no se sabe qué es hubo un cine. El Ocean era mi favorito de todos esos: 25 de Mayo en frente al cadáver del Plaza Ritz. Ahora es un edificio donde viven jugadores de fútbol. Supo tener una santería en su fachada.

Pero mi favorito siempre fue el Microcine. Donde ahora es la Sala Moreno. Donde siempre fue la Biblioteca homónima, sobre Marcial Candioti. Mi infancia la viví en Candioti. Y mi papá también era cinéfilo. Dice que repitió primer año de la secundaria porque se pasaba toda la tarde en el cine. Yo le creo. No lo culpo; yo hubiese hecho lo mismo. El cine es mucho más divertido que la escuela. Y en el cine también se aprende. A mi papá le debo mi amor al cine. Él me llevaba al cine todos los sábados y me dejaba ahí, doble función. Con plata para los confites Sugus del intervalo. Yo iba solo al cine con 8 o 9 años y me quedaba tres horas mirando Laberinto, La Historia sin Fin, la saga de la Brigada Z, Ico, Expedición Atlantis, Leyenda y la pasaba genial. No había nada mejor que eso. Capaz de ahí viene mi adoración al sábado. En el Microcine vi Volver al Futuro por primera vez. A mí el cine me definió la vida. El cine, por suerte, es parte de mi rutina.

La videocasetera fue una bendición en los 90. Aunque ya la disfrutaba de mis tíos en Gálvez. Siempre alquilaba la misma película: Retroceder nunca, rendirse jamás, con Van Damme haciendo de malo. Yo tuve una recién en el segundo menemismo y porque se la regalaron a mi hermana por su confirmación. A mí me hizo la vida un 300% mejor pero, ¿por qué le regalás a alguien que confirma su fe católica una videocasetera? Eso me dio acceso a uno de los espacios que más disfruté en mi vida: el videoclub.

Obviamente, desde que llegó a mi casa la videocasetera fue mía. En mi barrio de la adolescencia, Guadalupe, hubieron tres videoclub que marcaron tendencia. El “de la Costa”, el “Máster” y el “de General Paz en frente de los Monoblock”. No me acuerdo cómo se llamaba pero era el mejor de todos. Ir a alquilar una película era un acontecimiento. Yo habitaba el videoclub. Permanecía. No era un lugar de tránsito o un “medio para”. El videoclub era un fin en sí mismo. Iba a quedarme. Disfrutaba leyendo las contratapas de las cajas de las películas. A veces se acercaba el pibe que atendía y me recomendaba alguna sabiendo que podía gustarme, de acuerdo a lo que yo le comentaba cuando las devolvía.

El día que conocí el DVD lo recuerdo todavía con extrema frescura a pesar de haber sido en 1998. Expo Seguí, en Seguí, Entre Ríos, claro. Yo fui como “plomo” de la banda de mi tío que tocaba en la feria. Estaba al pedo recorriendo los stands y de golpe escucho un estruendo muy intenso dentro del galpón. Como si hubiese explotado un motor. Me acerco y en realidad era una película: “El quinto elemento”, en DVD. Nunca jamás había visto ni escuchado una cosa semejante. Desde ese día, mi vida no fue la misma.

El cine después mudó al streaming. Les puristas vaticinan la muerte del arte. Pero como les puristas ven la muerte siempre en la novedad no me preocupa. El cable lejos de matar al video sucumbió al Blockbuster 2.0 llamado Netflix. ¿O alguien mira Space? Es un nuevo acceso, un nuevo formato, un nuevo cine. A veces me hace sentir que no está pensado para mí. Es lógico: yo ya no soy el target de la industria. Pero a la vez me ofrece un catálogo similar al de las góndolas del videoclub, y hasta dividido en categorías. E inagotable. Dentro del cual cada tanto encuentro algo que me recuerda lo lindo que es el cine. Aunque yo siga prefiriendo la matiné del sábado del Microcine.

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