Lecciones desde el calabozo

Licenciado Ramiro
“El estudiante tiene derecho a exigir la necesaria
independencia del hombre creador (...) Tiene derecho a exigirlo, porque ésa es
su forma de vida. Una vida más profunda.”
Walter Benjamin
Hace unos meses fui a tomar un examen final a una cárcel de
Entre Ríos… y salí gratamente sorprendido.
Aclaro. Si usted cree que me sorprendió que haya presos que
estudien o que “haya criminales (o, mejor aún, negros) con ganas de mejorar su
vida y ser alguien estudiando”, no siga leyendo. Eso de los prejuicios se lo
dejo para una película mala de Pablo Trapero. Y esto apenas puede llegar a ser
una columna mala del Lic. Ramiro y sólo eso.
Lo que más me sorprendió, en primer lugar, es que este
muchacho nunca jamás había presenciado una clase de la cátedra donde trabajo.
Además, nunca ningún profesor se acercó a la cárcel a dictar alguna clase. Y,
por qué no decirlo, dio un examen muy bueno, estableciendo relaciones entre
conceptos y autores que en pocos logran. Es decir, no estudió de memoria
solamente. Ah, me faltó decir que nunca antes jamás había cursado una carrera
universitaria. Y agrego: Semiótica (la cátedra donde trabajo) es considerada
una de las famosas “materias difíciles” del primer año universitario.
Estudió completamente solo. Nadie le dijo qué debía leer y
qué no, dónde focalizar y dónde no. En qué aspectos tal autor puede ponerse en
relación con tal otro. No recurrió a la transcripción literal de los textos
sino que intentó elaborar una escritura propia. Respondió preguntas complejas,
por llamarlas de alguna manera. En otras palabras, no necesitó de un profesor
para estudiar.
Capaz a usted le parezca de lo más normal del mundo y crea
que es cuestión de tener voluntad (como dejar de fumar, sí). ¿Quién no puede
estudiar solo? ¿Quién no es autodidacta? Yo, sentado en mi casa, con música,
solo, mate, libros a disposición y todas esas cosas tan comunes lo hago casi
todos los días. Ahora, estudiar completamente solo cuando tenés un ojo en el
texto y otro en la nuca porque no sabés si no te espera una faca; cuando dormís
también con un ojo abierto porque no sabés si te despertás… Estudiar entre
olores “agradables” del hogar (con toda la connotación burguesa que eso
implica) es fácil: hacerlo en el olor a mugre (por no decir a mierda, también)
no sé; estudiar con las ventanas abiertas y paredes blancas, una pavada;
hacerlo entre paredes oscuras y rejas sin hendiduras para el sol, no sé.
Dedicarle la cabeza a estudiar cuando sabés que no hay muerte que te aceche es
fácil; hacerlo entre muerte… Yo a veces recuerdo lo estudiado en la ducha
también, pero pensar en la lingüística de Saussure cuando tengo la sensación de
que, porque sí, me puede pasar algo, no sé si es tan placentero. En fin,
estudiar solo en esas condiciones (las que te muestra Trapero pero sin joder a
los que las imponen y reificando la culpa en el individuo), supongo que no es
fácil. Tal vez me equivoque, qué sé yo.
Pero lo que más me sorprendió sigue siendo que estudió solo.
O sea, sin un profesor que vigile sus procesos de aprendizaje. El tipo
desconoció lo que me da tanto placer, lo tiró a la basura, lo desacralizó…
Rechazó todo tipo de autoridad pedagógica personificada en un profesor. Y eso,
eso fue lo que más agradablemente me sorprendió. Que quizás sin saberlo ejerció
casi a la perfección la profesión de estudiante: se creó a sí mismo, sin
esperar que nadie le diga cómo.
Por eso, aunque un poquito tarde, quiero saludar en su día a
aquellos y aquellas que no me necesitan, que me desobedecen, que ejercen su
juventud libremente. Abrazo eufóricamente a aquellos que, como dice Walter
Benjamin, rechazan “la sumisión sin crítica ni resistencia al estado de las
cosas”.
Publicada en Pausa #102, miércoles 26 de septiembre de 2012

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