Cualquiera puede escribir un libro

El otro día, por televisión, estaban dando un programa onda
panel de invitados, sobre fútbol. El conductor era Sebastián Vignolo y el
invitado el jugador Cristian Fabbiani.
Anécdota va, anécdota viene sobre cómo el “Ogro” se cagó la
carrera. Frases compinches de parte de Vignolo que le dejaban picando al
jugador para que con orgullo cuente cómo dejó la joda, se puso las pilas y
ahora quiere volver a jugar en la primera de Lanús... Vignolo permanentemente
resaltando lo buen tipo que es el Ogro, todos vivando a quien desde hace tres
semanas nadie sabía nada.
Y entonces sucede lo insólito. “Ogro, con todas tus
vivencias, tus anécdotas; por cómo las contás y porque además vos sos un
ejemplo de vida, ¿nunca pensaste en sacar un libro? ¿Sabés cómo lo va a leer la
gente? Vos sos piola, macanudo, te mandaste las tuyas y ahora estás encaminado.
La gente te va a amar, Ogro”, decía cada vez más exaltado el Pollo Vignolo.
Fabbiani le respondió como con vergüenza que no, que no era
lo suyo y que cómo iba a escribir un libro si de pedo conocía el abecedario...
a lo que el Pollo respondió: “Pero no, Ogro. No hace falta saber escribir para
sacar un libro. Te lo escribe otro... vos le contás así como ahora acá a
nosotros y el tipo te lo escribe. No hace falta saber escribir para vender
libros”. Todo ante la aceptación automática del panel.
No me voy a explayar en una moraleja porque creo que no hace
falta. Pero Vignolo nos dio una fantástica clase sobre cómo la cultura del
éxito ha derrotado categóricamente al éxito de la cultura; cómo el mercado
editorial destruyó al escritor, el literato, el estudioso y el virtuoso de las
letras. “No hace falta saber escribir para sacar un libro” es equivalente a
decir “No hace falta vivir para respirar”. Es decir, es lógicamente
contradictorio.
Es más o menos como decirle a Belén Francese que grabe un
tutorial de rimas; a Miguel del Sel que haga un instructivo sobre spots
publicitarios; al Padre Grassi que saque un manual de juegos para niños; a Sor
Juana Inés de la Cruz
que se haga youtuber y postee una lección sobre educación sexual; que Stephen
Hawking sea el candidato a protagonizar la remake de Cantando bajo la lluvia o
que el próximo best-seller de Jorge Rial trate sobre el derecho a la intimidad.
Que alguien no necesite saber escribir para sacar un libro
quiere decir que hoy no hace falta ir a la escuela y mucho menos a la
universidad. ¿Leer? ¿Para qué? Si total acá saca un libro un tipo que reconoce
no saber escribir.
¿Qué está diciendo esto de la educación que quiere el
mercado? Porque además de un escritor que no sabe escribir, se necesitan muchos
lectores que no sepan leer para poder hacer circular esa basura impresa. Y así,
pues, se torna cada vez menos necesario pensar... o pensar con cada vez menos
herramientas intelectuales. En otras palabras, el mercado no quiere más
productores: quiere consumidores, o sea, reproductores del sistema de
consumición... de sumisión.
La culpa no la tiene Fabbiani. Tampoco la tiene del todo
Vignolo. Uno y otro son engranajes del mercado, a los cuales no les ha ido mal.
Hay tuercas (hace casi 100 años ya de Modern Times, del genio genial universal
Sir Charles Chaplin) a las que les va peor y que son, diría Marx, la condición
de posibilidad de que a otras les vaya mejor o mucho mejor, garantizando que
haya reproductores de su propia con-sumisión. Y esto último no lo digo yo. Lo
dice el libro del Ogro.
Publicada en Pausa #152, miércoles 22 de abril de 2015.
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