–No sé qué decirte; tenían toda la guita, parecían felices. Ella era tan joven, con esa expresión en el rostro de quien va a conservar la ingenuidad hasta el fin de sus días, con las cejas siempre levemente alzadas, interrogándose ante las cosas como si recién acabara de verlas por primera vez, algo así. Imaginate, quién te iba a decir. No, no tres, dos hijos tenían. Un nene que ya estaba en quinto grado y la menor, ella. Ah, pero era una preciosura. Siempre impecable, con esos vestiditos con nido de abeja en la pechera y fruncidos, con estampados alegres o lunares, frescos, capaz de algodón o no sé, de batista parecían, de tan etéreos. Y el pelo largo, rubión, con unos moños así de grandes, graciosos.

–No es que parecía; era normal. ¿Qué hacen los chicos? Van, vienen, corren, gritan de alegría, una casita en el medio del jardín, tipo de muñecas, y todos los chiches. Pero vos viste cómo es, por ahí los chicos se aburren, vos no les tenés la mirada encima y van y se alejan un poco; exploran, ¿no?, porque una ramita o una piedra es más entretenida que esos juguetes de plástico; o porque después de jugar un rato, se van a buscar otra cosa; la cuestión es que cruzó la valla, invisible, pero muy presente, a cuánto estaba la villa, a pocos metros de la mansión, qué saben los chicos de barreras, nada, van, la cruzan, ya están en otro mundo.

–El pibe qué iba a hacer, no le va a preguntar a su mamá, che, me voy a jugar acá enfrente. Se vino con ella, nomás, nada, juguemos juntos, qué sé yo, se vino y cuando Karina salió al jardín y vio a su hija con un negrito, lógico, ¿no?, le dio un ataque, a cualquiera le pasa.

–No, no estaban haciendo otra cosa que jugar, ni la tocaba ni nada, era un pendejo del barrio, jamás habría visto ni casita de nenas ni tantos juguetes juntos, se debió haber sentido contento, andá a saber. La cuestión es que Karina vio que no hacían más que jugar, pero en el medio de la locura que le agarró, un negrito medio en bola, vos viste, ni ropa capaz que tienen, con su tesoro lleno de moños y volados, nada, es natural, le agarró un ataque, empezó a los gritos, lo levantó de los pelos.

–Claro, se la había regalado el  marido. Era como una joya, de nácar, y dorada, no creo que de oro. Se la había regalado porque uno nunca sabe lo que le puede pasar, con esta inseguridad que todos andamos por la calle como si nos persiguieran mil demonios. La tenían bien guardada, en la mesita de luz, pero cuando Christian se la trajo, en Navidad, ella se había reido mucho, a vos te parece, yo esperaba algo más femenino, un collar, ponele, pero bueno, femenina era, con unas incrustaciones de piedritas que no creo que fueran de verdad, pero quedaba re lindo.

–La piba salió corriendo, subió a la habitación; es decir, la dejó a la madre a los gritos vapuleando a su amigo y salió y corrió y agarró la pistola y le pegó un tiro y ya fue; no más que eso, pobre Karina, pobres todos.

Publicada en Pausa #165, miércoles 11 de noviembre de 2015

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