La apuesta es: lluvia de dólares con reactivación para zafar de la recesión. Pero, ¿sucederá?

El macrismo ha hecho del mercado el regente de la vida social con tanta intensidad que la fuerza de su ley supera incluso el umbral del humanismo más básico. “Hemos tenido que tomar decisiones difíciles, diciéndole a los argentinos que era mentira que podían tener calefacción, que podían tener electricidad, que podían tener servicios si no había tarifas reales”, gimió lastimera Fräulein Maru Vidal, fiel a su estilo de suplicante dominatrix. Bellezas de la gramática: la gobernadora de Buenos Aires usa la primera persona del plural para referirse a ella y su gobierno, no a ella y los argentinos. Para los argentinos usa la tercera persona del plural. Luego, para Vidal, los argentinos son terceros, otros, que vivían fuera de la realidad.

Pero este texto es sobre la inversión, y por qué no se va producir en los niveles necesarios para zafar de la recesión, aunque ahora apuntemos a los conceptos de realidad y verdad, ya que Vidal presenta una versión diferente al idealismo hegeliano o al pragmatismo concreto peronista. Podría llamarse, lo de Vidal, mercantilismo intenso o animalización esencial. Si el Estado no tiene obligación responsable de sacarnos del frío y la noche es porque considera que los cuerpos que gobierna no tienen el derecho a semejantes placeres y que, por ende, el Estado nada tiene que garantizar. Se sigue entonces que será el mercado quien como fuerza única trazará la división (mercantilismo intenso) o bien que los argentinos no somos sujetos de derecho sino que estamos reducidos a ser animales, puros cuerpos desnudos, mugre que ni siquiera puede reclamar la infraestructura que nos sacó del medioevo y nos puso en la modernidad. En verdad, la disyuntiva entre los dos nombres es un exceso: Fraülein Vidal hizo ambas cosas. Reveló que somos poco más que su perro y que merecemos lo que el mercado juzgue, siempre que sepamos dar la patita y mover el rabito.

Eso sí que fue transparencia, Fraülein, es usted tan buena. Así que, muy sinceramente también, deberían advertirle que el mercado no va a responder y que las inversiones no van a venir, al menos en el modo en que se pregona.

Tenemos la papa

A principios de 2016 dimos aviso, porque no es de buen gusto la traición, de que el objetivo del macrismo era bajar la inflación licuando los salarios. A la vista están los hechos: las paritarias quedaron por debajo de los aumentos de los precios, los tarifazos corrieron los billetes de la góndola a la ventanilla del Pago Fácil. A los despedidos se les licuó el salario por completo. Y así, durante el bendito segundo semestre, el gobierno logrará, con fortuna, que la inflación mensual vuelva a los niveles de... ¡noviembre de 2015!

No es capacidad oracular, no es leer la borra del café de un consultor de management. El congelamiento económico y la demanda súper contraída hacen lo suyo como lo hicieron siempre y el gobierno hace lo que los gobiernos neoliberales en países neocoloniales hacen siempre, con los mismos resultados de siempre. Por eso es que –tal es el tema de este texto– la inversión no se va a producir y que la mentada reactivación con empleo no va a llegar.

Invertir, para el macrismo, es usar el excedente o el ahorro para convertirlo en capital y que eso genere puestos de trabajo. Cuidado: no se está refiriendo a que usted amplíe su casa en una pieza y emplee a ese grupo de albañiles que había contratado para el Procrear. Entendé, pedazo de animal: en el mercado real, ser un humano es una mentira.

Cuando Macri habla de inversión habla de la big papota, del negocio posta. Cierto también es que si se suman todas las piecitas de todos los infelices como vos que tenían un ahorro y querían vivir mejor se arma un gran dineral en movimiento. Pero, mi querido Toby, vete a la cucha: eso no es inversión. Eso es despilfarro. Inversión, lo que se dice inversión, es lo que hacen muy pocos tipos, en negocios muy concentrados y con una buena carrada de dólares. Inversión es lo que hacen los capitalistas en el mercado sólo cuando han logrado, primero, juntarla en pala. Así de arriesgado es el capitalismo. Ahora estamos en la etapa en donde la juntan con pala. Vos estás en recesión, pichi; ellos no, para nada.

El dogma reza que con inflación controlada y precios estables la inversión llegará, oh sí, llegará. Los infernales montones que se están transfiriendo a productores de gas y electricidad, exportadores y bancos volverán como un benéfico maná derramado que se traducirá en puestos de trabajos de calidad. Nunca jamás pasó, pero qué tanto, henos aquí esperando el advenimiento, más de dos mil años después, dando prueba de que lo de Jaime Durán Barba no es ni remotamente nuevo.

Mauricio Macri es rico y es gente bien, Alfonso Prat Gay y Carlos Melconián también. Federico Sturzenegger y los otros tres hablan muy bien el inglés, ¿por qué un ratón como éste, incapaz de un negocio tener, alega que las inversiones nunca van a llover?

Porque el mercado manda

Para que un capitalista decida sacar su dinero del circuito financiero y ponerlo en el circuito productivo tienen que haber razones muy fuertes y variadas. Mentira. Sólo es necesario que le dé más plata. La primera razón por la que ningún capitalista invierte nada –por fuera de los gastos de mantenimiento y reposición– radica en que el Banco Central anda vendiendo bonos con tasas por arriba del 30%, un nivel de ganancia alucinante y sin riesgo, en comparación con andar comprando maquinaria industrial y lidiando con los obreros.

Pero imaginemos que esta medida de enfriamiento del Central, destinada a sacar pesos del mercado y a planchar el precio del dólar, finalmente se retira y las tasas bajan (lo vienen haciendo, del 38% al 32%). ¿Pensará el capitalista en otros horizontes?

¡El mercado interno! El mercado interno está destrozado, no hay un mango, viejo Luis. No sólo está destrozado: el capitalista sabe que el macrismo jamás lo va a estimular o promover porque eso es la fiesta populista, Toby. De hecho: el tarifazo todavía no terminó. Por otro lado, ubiquemos las dimensiones de la Argentina como mercado. Tenemos menos gente que la que vive en San Pablo o en México DF. Cualquier cadena de rotiserías de esas ciudades es un mega emprendimiento comparado con los negocios que se pueden hacer con sustento en los compradores argentinos.

[quote_box_right]Los infernales montones que se están transfiriendo a productores de gas y electricidad, exportadores y bancos volverán como un benéfico maná derramado que se traducirá en puestos de trabajos de calidad. Nunca jamás pasó, pero qué tanto, henos aquí esperando el advenimiento, más de dos mil años después, dando prueba de que lo de Jaime Durán Barba no es ni remotamente nuevo.[/quote_box_right]Pero Macri dice que en los foros de negocios del mundo se pelean por nosotros, porque somos una especie de raza superdotada en inteligencia, hacendosa y creativa, mientras que Vidal ya nos había otorgado los mismos derechos que los de un can. El resultado es que somos una rubia sagaz y candorosa como Lassie, con salarios demasiado altos en dólares, todavía. Hace falta que nos revienten muchísimo más para ser más atractivos que las pibas esclavas de las maquiladoras del norte mexicano, o los niños cose pelotas de la India. Para ser un enclave de economía transnacional todavía somos muy caretas. Demasiado sindicato y demasiada ley laboral. Nuestro capitalista hipotético sólo tiene que moverse unos metritos, al Paraguay, y encontrará carne mucho más barata de animal humano. Así que, de esas inversiones, industria liviana que importa, agrega poquísimo valor y exporta, poco hay para esperar.

¡El campo, el campo! ¿Cuántas cosechadoras más vas a necesitar? El campo tiene un límite, ese límite se llama frontera agropecuaria y ya está por demás extendida. ¡El campo, el campo! Está bien, el proceso continuo de deforestación no se va a detener, pero no alcanza. El campo ya ganó, nunca dejó de ganar y, a lo sumo, construirá algunas torres más para que nadie las habite. ¡El campo, el campo! ¡Pará de ladrar, Toby!

El menemismo con las privatizaciones, primero, y el kirchnerismo con su fortalecimiento del mercado interno, después, abrieron de par en par las puertas para que las empresas clave, las más grandes y de mayor facturación, se vuelvan extranjeras. Por ejemplo: la distribución de electricidad, la telefonía, los autos, la harina, la cerveza o la leche. Ni siquiera le han dejado demasiado al pobre Macri en este rubro, el de la extranjerización de los sectores estratégicos. Por ahí tampoco va a venir la inversión. A no ser que Aerolíneas, o YPF…

Ni para vender adentro, ni para vender afuera ni para apoderarse de los resortes de la economía. La inversión no tiene razón para producirse, por fuera de la bicicleta financiera que no para desde diciembre. Y lo que es peor: el poder financiero puja por un dólar bajo, como en los 90, porque así hace mejores negocios; los exportadores –el campo– pujan por un dólar alto, porque así hacen mejores negocios. En esa contradicción, ¿para dónde laudará Mauricio?

Queda, sí, una posibilidad: el Estado como inversor, el desarrollo de la infraestructura, el Plan Belgrano, las obras como método de reactivación. No alcanza, pero será algo. Costará endeudamiento, pero suma un poco. Y, por otra parte, ratificará el viejo lema: lo que se dio alguna vez como tragedia, se repite como farsa. Macri hijo tiene todas las herramientas para reeditar lo que Macri padre comandara entre los 70 y los 90, la patria contratista.

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