La repetida fábula de Don Mario

Alfredo Coto. Foto: La Izquierda Diario.

Después de contarte cómo iban a bajar la inflación con la pérdida de poder adquisitivo y los despidos, cómo las ventas, en consecuencia, iban a caer y, también, cómo la inversión no iba venir, ahora, te contamos la segunda parte del modelo económico.

En ese pueblo se cultivan frutillas, que en un aparato enorme que compró una cooperativa se supercongelan al instante y así, heladas rocas rojas, parten al extranjero. También hay una fábrica que hace leche, dulce de leche, queso y unos postrecitos horribles a precio para pobres. En el centro, doce infames cuadras de peatonal, está el cable local: más de 20 años haciendo malabares entre los contenidos periodísticos y los intereses de los auspiciantes. En las afueras, una empresa familiar es la responsable de las bachas de todo el condado. Las dobladoras de laminados hacen un quilombo tremendo para darle forma a esas bachas, cayendo con todo su peso sobre el acero liso. Año tras año, esas prensas infernales fueron dejando sordos a Nelly, Juanchi y Carlos, los históricos administrativos que tienen su oficina en la planta misma y que, para diferenciarse de los 20 operarios que allí trabajan, no utilizan ni tapones para las orejas.

Cuánta armonía, casi como en la historia gubernamental de cómo se hace una empanada, esa remake de un viejo cuentito de Milton Friedman sobre la fabricación de un lápiz. La gracia es que un día, muy próximo, va a llegar al pueblo un señor con una valija muy grande llena de mucha guita. Así fue como apareció en el caserío, allá lejos y hace tiempo, un empleado de Alfredo Coto, detrás de los cultivos de durazno. Así fue, también, como Maxiconsumo le dio sabor a tu vida. O como Multicanal y Cablevisión se fumaron a todos y cada uno de los pequeños cableros, héroes de la innovación tecnológica en sus terruños.

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Los ejemplos pueden seguir, este proceso fue descrito en el siglo XIX y se da en todos los contextos: de recesión y de crecimiento. El señor que llega al pueblo se llama concentración y centralización del capital y, básicamente, su tarea consiste en dominar las cadenas productivas apropiándose de todos aquellos que hacen lo mismo (el caso del cable) o de todos aquellos que tiene más abajo en la cadena (el caso de Maxicosumo y su marca Marolio o Coto y sus latas de Ciudad del Lago, con enorme cantidad de productores regionales).

Durante un período de recesión –ni siquiera: alcanza con que haya un poquito de miedo nomás– el capitalista local, si tiene muchísima suerte, convertirá el dinero de la venta en una cuenta corriente o un enésimo edificio de cuatro pisitos en la capital (uno de ellos para el nene). Eso si le alcanza, porque desde el límite del pueblito, el señor con su valija de oro espera paciente y aprieta firme al capitalista local, que en su pueblo es conocido como Don Mario.

Don Mario es el ingeniero de las bachas, el landlord frutillero, el periodista que quería abrir su propio canal, y lo que hace es lo que es. “¿Viste qué bien que es el hijo de Don Mario, el ingeniero?”, le dicen las viejas patriarcales a sus atrevidas rozagantes nietitas. Don Mario, poco antes de perder su identidad y pasar a ser solo “Mario” o “¿Te acordás del boludo ese?”, se paseaba orondo hasta la oficina, el único lugar donde por un rato podía relajarse en la angustia, eso que se hace cuando toda una mañana se mira una pared o se juega al Candy. A Don Mario ya lo venían asfixiando de arriba: eso es lo que puede hacer el señor de la valija con plata, durante una recesión. Piensa en por qué no vendió antes, cuando él tenía el ancho de espadas y ponía el precio porque el negocio estaba en ascenso, como todo lo demás que también crecía. Porque durante un período de crecimiento, el señor grande con plata también hace lo suyo, pero funciona distinto: Don Mario pone el precio, y hasta puede pensar en reconvertirse en otro negocio dentro de su pueblo y, entonces, seguir siendo Don Mario. Ahora, en la seca, a Don Mario le dicen desde arriba: mi cadena de súper paga esto, no más, sino te gusta te vas; ya sé que necesitabas las chapas hace dos meses, pero bueno, podés comprar importado, si te da; ¿estás apretado?, la línea de crédito arranca en 40%; te recibimos lo que manden, pero el cheque es a 180 días.

Separado por un digno durlock, Nelly, Juanchi y Carlos saben perfectamente que hace nueve meses que todo cae, que el resto es cada vez menor y que Don Mario quizás ya está endeudado. Lo quieren a Don Mario, pero también tienen fantasías, al menos Nelly y Juanchi, cada vez que ven pasar al señor de la valija grande. Podrían pasar a ser empleados de una marca de verdad, con logotipo de fino diseño y reuniones en mesas donde hay botellas de agua mineral de medio litro.

Nelly y Juanchi desconocen que la integración de una pequeña o mediana empresa dentro de una superior en la cadena de mando económico y tecnológico conlleva la transformación de los procesos productivos y de trabajo. Es decir: no tienen idea que su trabajo administrativo no se hará más en el pueblito, sino en el paquete edificio inteligente de la capital. Los 20 operarios de la planta también desconocen que con la compra viene la reestructuración del personal, porque esas prensas ahora se utilizarán para hacer un solo modelo de bachas, no cinco distintos, porque para eso la gran empresa ya tiene otras plantas. Lo mismo sucede con los proveedores del canalcito de cable. O con los mecánicos que reparaban la cámara de enfriamiento de las frutillas.

Don Mario se lamenta. En tiempo de vacas gordas podría haber vendido por 100 lo que ahora el señor de la valija le quiere arrebatar por 40: su nombre, su historia, su lugar.

El mantra neconservador zen reitera que las situaciones de crisis son situaciones de oportunidad. La oportunidad es para que las grandes se fumen a las medianas y chiquitas a su gusto y por el precio que se les cante, después de estrangularlas hasta que se ofrezcan solas al patíbulo. Ahora es el tiempo de la concentración y la centralización a todo vapor, así es como se puede combinar el retorno al crecimiento económico y el aumento de la pobreza en una economía sin orientación al mercado interno. Como pasó no hace tanto tiempo. En la salida, quienes son fuertes serán muchísimo más fuertes que antes. Eso pasa siempre, solo que ahora el proceso será vertiginoso y arrasador en su paso. Mario vivirá de sus rentas, Nelly se irá a vivir con su hermana –al cabo, las dos eran solteras– y Juanchi se va deprimir feo. Carlos lo sabe todo y se convence de que contar esta estúpida fábula de Don Mario tiene algún sentido.

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