Las paritarias, en un cuello de botella muy complicado

El gobierno forzó al sindicalismo a un juego que, por sus reglas, parece no tener salida, incluso para el gobierno mismo: si se cumplen sus deseos, puede terminar llegando a octubre mayores pérdidas del poder adquisitivo.

Termina enero y comienzan los escarceos, la patronal manda mensajeritos llorando miserias y futuros tormentosos, los sindicatos se muestran firmes y cuadrados en como si fueran a volcar autos y prenderles fuego en rebeldes barricadas. Puede haber movilizaciones épicas, consignas aguerridas, brutales ninguneos y menosprecios de sórdido clasismo. Detrás de los gestos, las paritarias son una negociación de salarios y condiciones de trabajo: son una institución que da un orden, reglas, procedimientos, un paso a paso. Son un ritual político instituido en una sucesión de actos: en enero se calcula, en febrero se discute, en marzo o abril se acuerda y luego vienen los aumentos. O no.

Creyendo que obtiene una victoria política, el gobierno desarmó de un plumazo un procedimiento que organiza la vida de los asalariados. Al quemar puentes –tras disolver la paritaria nacional docente y cebar a La Bancaria con la caída de su legítimo y oficialmente avalado acuerdo– desactivó el mecanismo que le permite contener en los límites de una mesa a los sindicatos, un sistema que produce orden, no conflictos que escalan en quilombos abiertos e interminables.

(¿En serio consideran provechoso ponerse de punta con los bancarios? ¿Qué más van a hacer, pelearse con los aceiteros y, ahí, sí, paralizar los principales negocios de sus apoyos más decididos?)

Así veíamos el tema por estas mismas fechas el año pasado

El desafío histórico del movimiento obrero

En todas las paritarias se producen unos cuantos paros, algunas marchas, los gobiernos tiran una cifra abajo, los gremios una bien alta, hay gruñidos pero, en progresiva aproximación, sale el acuerdo. Caídas la gran referencia que era el acuerno nacional con los docentes, lo que se abre es la posibilidad de una infinidad de luchas localizadas, una dispersión de conflictos particulares carentes de todo marco que los encauce que no sea el de la propia radicalización dentro de sus organizaciones. Con paritarias bien constituidas, el tire y afloje nunca se va de madre. Sin referencia general, cada situación particular puede volverse el motivo de un estallido y una crisis sectorial. Y los desmadres nunca nacen de un rechazo general y transversal: siempre, siempre arrancan con una chispa chiquitita a la que no se le dio la debida atención.

Los sindicatos son instituciones mediadoras, factores de orden. Su momento ideal consiste en sentarse en esas mesas de negociación, obtener todo lo que pueden en relación a lo demandado sin mayor sobresalto, fortalecer la obra social, abrir un camping, llegar al plan de vivienda, transitar de manera estable y sin agitación las contradicciones entre capital y trabajo con sucesivas resoluciones armoniosas de los conflictos. No son la vanguardia del paro general revolucionario, ni la avanzada reflexiva que aborde cómo el mundo del trabajo del siglo XX está a punto de volverse irreconocible.

Quizá desde el equipo de Cambiemos se crea con sinceridad que las paritarias son una especie de forzado contrato resultante de un corporativismo anti mercado y que los sindicatos están poblados de potenciales avanzadillas del colectivismo obrero. Aún si así fuera, es ridículo que prefieran que queden acorralados con las patronales de un lado y el rugido de las bases del otro, antes que sentados, absorbidos y sosegados delante de botellitas de agua mineral y carpetitas.

Así veíamos el tema en abril del año pasado

Conducción se busca (para no ceder a la asfixia)

El gobierno está forzando a los sindicatos a radicalizar el conflicto, en lugar de habilitarlos a ser operadores del orden social. Está perdiendo de vista, además, la trayectoria estratégica de los sindicatos, cuyo tiempos son mucho más próximos a la lontananza del catolicismo que al fárrago de las coyunturas partidarias. La CGT transcurrió sin casi mosquearse un 2016 de pérdida general de salario real, veto a la ley de doble indemnización en los despidos, ruptura de las promesas sobre el impuesto a las ganancias, avance patronal sobre la legislación en accidentes de trabajo, incumplimiento de –fútiles– pactos de buena voluntad empresaria y destrucción masiva de empleo, como no se veía en más de una década. Eso no quiere decir en este 2017 muestre otra cara, empujada tanto por el gobierno como por la CTA, mucho más combativa.

Por último, Cambiemos también generó un cuello de botella con el poder adquisitivo que sólo puede provocarle daños severos en un año electoral.

Nadie quedará contento

Todas las voces gubernamentales baten que la inflación oscilará entre el 12% y el 17% y que, por ende, los aumentos salariales no deberían superar el 18%. Las tres cifras carecen de fundamentos.

Saquemos del paño a la población que paga el alquiler, que representa al menos el gasto de una cuarta parte del ingreso hogareño y que subió entre el 25% y el 30%. Cualquier aumento inferior a esa cifra significa para esos hogares un ajuste severo.

Luego, están los aumentos de tarifas. Las subas de este año no se expresan con los porcentajes estrepitosos del 2016, pero los efectos en dinero serán parecidos, porque la base subió demasiado. Referir al impacto en pequeños comercios, gastronomía, empresitas dependientes de la luz o el gas aburre. Por señalar: con las subas del año pasado quedó contra las cuerdas Bahco, que es un ejemplo regional de productividad e innovación en procesos de trabajo. El consumo sigue igual de frío y ahora tendrá que enfrentar las nuevas subas. Si sobreviven, desde la almacenera Irma hasta la firma nórdica de herramientas de alta gama tendrán que trasladar el costo de los servicios a los precios finales.

Lo mismo sucederá con cualquier aumento salarial de cualquier cadena de producción de bienes: se trasladará el costo a los precios finales. Y, también, en el comercio subirán los precios al momento en que se atisbe que hay dos manguitos más en la calle. Porque para lo primero o para lo segundo no hay más herramientas de regulación y seguimiento del Estado: se desguazaron todas en el altar del autocontrol del mercado. La sandez de los Precios Transparentes –cuyo fracaso podía probarse sin siquiera esperar a los hechos– expuso las capacidades y conocimientos de la nueva Secretaría de Comercio.

¿Hay que aludir a que ya se perdió poder adquisitivo en 2016?

El gobierno sabe perfectamente que la inflación superará con mucho su estimación. Esa estimación del 17% existe sólo al efecto de ponerle techo a la paritaria. El mecanismo organizado para contener las subas de precios consiste en disolver el poder adquisitivo y enfriar la producción, generando tasas de ganancia más jugosas en el sector financiero que en la economía real y quebrando sectores enteros a fuerza de importaciones.

La inflación no es el peor mal. La pérdida de salario real es el peor mal. Si hay inflación de 25% y paritarias de 30%, ganás 5%. Si hay inflación de 25% y paritarias de 18%, perdés 7%.

¿Por qué quiere entonces el gobierno controlar la inflación a costa de tu bolsillo? Porque la suba de los precios locales abarata el precio del dólar y exige, en consecuencia, devaluación. Y eso encarece las chances de endeudamiento, que siempre es en dólares: el Estado recauda en pesos y recibe préstamos en verdes. No es por tu billetera, es por mantener ordenado el crecimiento de la monumental hipoteca que están legando.

Sólo en enero, la deuda externa total creció un 5%

El tiempo es una de las mayores dificultades en los conflictos salariales. Un reclamo se puede sostener hasta que, finalmente, cualquier aumento salarial se vuelve bueno porque se ha jugado en la lucha demasiados meses. Un aumento salarial tiene distinto valor si es en marzo o en septiembre. La inflación que hay en el medio talla en contra de los planes de lucha, tanto como el desgaste mismo de llevarlos adelante.

Así planteado el escenario, estas paritarias pueden estirarse por mucho, demasiado tiempo, en un juego prácticamente irresoluble y políticamente peligroso para todos los jugadores.

El cuello de botella se genera por la proximidad de octubre. ¿Realmente el gobierno pretende apoyo electoral si otra vez achica el poder de compra de los asalariados? ¿Acaso calcula que un escenario de marchas y paros le suma apoyo, en tanto puede ubicarse como víctima?

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