Volver ni a palos

“Todos los próceres se despiden en el extranjero”, me dijo mi gran amigo Rodrigo Barba en un chat durante mi viaje por las Europas. Pero se ve que yo no soy ningún Mariano Moreno 2.0 porque volví. Sí, por desgracia volví. Y todavía no sé ni porqué ni para qué mierda volví.

No, no. No me voy a quejar de la argentinidad o del país. No es eso lo que me jode de haber vuelto. O sí, algunas cosas sí. Por ejemplo, el tener que esperar para cruzar la calle por la senda peatonal a que los autos decidan quién pasa primero de ellos, y yo, que soy quien primero debería pasar… bien gracias. Es como que en cada esquina, pasito a pasito, suave suavecito (Sí, me gusta “Despacito”, ¿y?) se me van inflando los huevos. Pero no es eso lo que más me deprime.

Miren, yo hace 15 días estaba ahí. En esa foto. Sí. El que ven haciendo snorkel en la foto soy yo, en Isla de los Lobos, Fuerteventura. Una de las islas Canarias. Donde vive mi hermana. Y ése es el Atlántico. Y había pescaditos que te chupaban las patas y te comían los callos. ¿Entienden? Yo estaba ahí. Tomando cañas y morfando como animal. Océano, playas, 8 días con mi hermana en su hogar, con sus amigos, y haciendo lo que a los dos más nos gusta: viajar. Y tomar porrón, claro. Todavía estoy bronceado. 28º clima seco. Yo snorkel en el Atlántico, no sé si queda claro. Estaba tan feliz que me comí una hamburguesa vegana. Y me gustó.

Y desde acá me iban llegando mensajes diciendo que “No se puede estar del frío” o los insoportables sacándole fotos a la niebla y publicándolas con el título “London Fe”, cuando en Londres no hay niebla, la puta que me parió (ella, mi mamá, por whatsapp me dice que “puta pero buena” y pone emoticones de risa). Y yo yendo a jugar al tenis y de ahí al océano que estaba a dos cuadras de la cancha en lo que, uno de los chicos que iba conmigo, describe como “un lujo de millonario que te das viviendo acá, pero siendo empleado” y yo no me lo puedo sacar de la cabeza; como cuando me dijeron cómo sería mi vida si me ganaba 6 millones de dólares en el Quini.

Después me fui a Sevilla y a Madrid. 40º. Humedad. Sí, como en Santa Fe… pero sin santafesinos que se quejan del calor en verano y que son los mismos que se quejan del frío en invierno. Allá lo aceptan como es. “Hace calor, sí” y ya está. “La calor” dicen. Y van a la fuente de la Plaza España y ponen las patas en el agua y listo. Como hice yo. Y si siguen con calor, bailan flamenco. Punto.

Y encima estando allá me entero que en un pueblo de Valencia que me quedaba a 300 km de Madrid tocaban los Red Hot Chili Peppers. ¿Y qué hice? Fui. Una locura todo. Que un día terminó.

Y tuve que volver. Y todo igual que cuando me fui. Todo es #MacriGato. Y el cartel de la Estación Belgrano sigue sin la tilde en la “o” de Estación. Y al chino del Chino le siguen diciendo “Hola Diego” y a mí que me explota la cabeza porque el chino dice “Hola”. ¡¿Cómo se va a llamar Diego si es chino?! Y Gato que me festejó un poco cuando llegué… pero para que le abra la ventana para ir a vagar con otros gatos. Y Perrolaucha, que viene a mi casa y le tiene miedo al ventilador de techo y agarró un nuevo vicio: ahora el señor come “Purina excelent”… pero para gatos. Sí, le morfa la comida a mi gato. Y Gato se la come a él. Me tienen podrido.

Pero bueno, a veces trato de engañarme un rato y voy a la costanera y le saco fotos a la laguna al atardecer porque es muy linda. O los lomitos con una Ipa en “Comillas”, cuchi. Después yo arreglo la publicidad. También pensé en que allá en algún momento me iba a aburrir porque no tenía de qué quejarme. Ah, sí. El bidet. Primer mundo sin bidet no es primer mundo. Y extrañaba el café con leche a las 7:30 y abrirle la ventana a Gato antes para que vaya a comerse los gorriones que alimenta Marge. Marge… desde que volví no vi pan en la vereda. No la escuché hablando en mi ventana ni esperando el taxi. Y ya estoy empezando a temer lo peor. Una tragedia. Sí, que haya leído la columna que escribí sobre ella y esté preparando una sigilosa venganza desde la clandestinidad.

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