Nos vamos poniendo viejos

No quiero llegar a viejo. Y no porque le tenga miedo a la decadencia del cuerpo. Eso no me jode porque no me voy a quedar pelado y, por más porrón que tome, la panza no me impide verme el elástico del bóxer. Tampoco tiene que ver con la muerte; o, mejor dicho, con la conciencia del final inevitable y cada vez más próximo llamado muerte.

Lo que me hace defender el “vive rápido y muere joven” tiene que ver con lo que la vejez le hace al intelecto. Y no me refiero al alzhéimer. Yo no quiero llegar a viejo porque temo convertirme en un viejo facho que desprecie todo lo que de joven defendió y quiero seguir defendiendo. En fin, no quiero volverme un Jorge Lanata, Martín Caparrós o Ricardo Iorio.

¿Y si no es el paso del tiempo lo que lo vuelve a uno una cabeza retrógrada? ¿No será que la foto de Iorio con Alejandro Biondini es el corolario coherente de muchos años gestando una filosofía filonazi que comienza en algunas de sus célebres canciones? ¿Y si la vejez es el certificado de inmunidad e impunidad para poder decir y hacer lo que desde hace rato ya pensaban y deseaban?

Hace unos años fui a ver a Divididos en la Tecnológica. También tocó Almafuerte, la banda liderada por el autor del “canto macho nativo de mi nación”; o sea, un canto nacionalista y machista. Iorio estuvo todo el show panfleteando su homofobia: todos eran putos menos él. Y ser puto era un crimen, claro. Iorio en la UTN ese día arengó a su público a que odiaran a los putos; que odiaran a los que no son como él. ¿En qué derivó aquello? Terminó de tocar Almafuerte y todo “su aguante” se fue. En la calle empezaron a cagar a trompadas a cuanto rollinga se les cruzara. Y sí: eran putos. Ese día entendí cómo funcionan los ídolos y me juré nunca más volver a tener uno que sea incondicional, ya sea artista, político, periodista o deportista.

Años después, entrevistado en la TV, Iorio con total inmunidad brindada por el clima festivo de la teleaudiencia ante sus declaraciones, decía: “Sepan ustedes los cumbias, los giles. Ustedes que dicen ‘la yuta. Tiro, gato, mulo’. La yuta existe por ustedes, soretes. No por nosotros. ‘Mulo, mulo, gato’. Si no saben ni hablar, brutos. Vayan a estudiar.” Una exquisita clase magistral de historia y filosofía política argentina. Creo que queda claro que la foto con Biondini no debería sorprender a nadie; o al menos a nadie que no haya querido taparse el sol con la mano.

Lanata y Caparrós me duelen. Ellos eran lectura obligada en mis primeros años de estudiante de Comunicación Social. Yo quería ser periodista en aquel entonces, y ellos dos tenían mucho que ver en mi deseo. Yo les creía. Confiaba en ellos. Caparrós tiene una pluma hermosa. Su sarcasmo siempre me pareció fantástico. Después me di cuenta que era más cinismo que otra cosa; y arrogancia más que sutileza. El editorial que escribió en mayo para el New York Times es horrible: es la perspectiva de un viejo que añora un tiempo pasado que siempre fue mejor; y nos quiere hacer creer que Argentina está peor que Haití, Kenya o Siria: “Hace seis meses una familia de refugiados de Alepo, la ciudad siria destruida por la guerra, llegó a Córdoba, la segunda ciudad argentina. Eran cuatro: un padre lisiado, la esposa, sus dos hijas. Les habían prometido alojamiento, ayudas, algún trabajo, y no. Todo les resultaba caro, tan difícil; después los asaltaron. Hace unos días se volvieron a Alepo: “Allí tiran bombas y esas cosas, pero no hay tanta inseguridad y la vida es mucho más barata”, dijo el pater familias sirio”. Y encima lo dice en palabras de otro. Allá tiran bombas, y la inseguridad está acá. Sería fantástico, si no fuera deprimente.

Y Lanata no sé por qué aún me duele tanto. No sé por qué aún insisto en angustiarme cuando lo veo o escucho mentir en sus informes; manipular datos para confirmar hipótesis falsas, despreciar sin fundamentos a quienes hace algunos años, en su Página/12, defendía; y viceversa. Justificar la desaparición de Santiago Maldonado diciendo que fue un asesinato y no una desaparición forzada; que la gendarmería lo mató porque se le fue la mano. Escucharlo minimizar así un crimen de estado fue mi límite. Mi Nunca Más.

Aunque lo pretendan, la vejez no les da impunidad. ¿Saben por qué? Porque existen los Osvaldo Bayer, los Noam Chomsky, las Estela de Carlotto. Y lo de Iorio tampoco se debe aque es un viejo gagá quemado por la falopa. ¿Saben por qué? Porque existe Charly García que, apenas asumido Macri, fue contundente: “No cuenten conmigo”. O un rockstar devenido en hippie con Osde, Ricardo Mollo, versionando “Los Dinosaurios” y poniéndome la piel de gallina con un minidiscurso en el Luna Park gritando “¡No! 35 años después no”. Y decimos que no lo vamos a permitir porque la historia no nos lo permite; porque los 30.000 no nos van a dejar hacerlo. Porque el abrazo de la vieja Carlotto a su nieto nos tiene que convencer de que el problema no es llegar, sino cómo llegar. Y que uno llega a viejo como supo conseguir llegar.

Y ahí voy yo. Intentando vivir de tal manera, de un lado de la mecha, para que cuando sea viejo, no sea un viejo de mierda.

 

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí