Una lectura política del pedido de desafuero y detención de CFK: por qué no se trata de una cortina de humo sobre las reformas que se discutirán en el Congreso, sino una apuesta peligrosa que puede ser a todo o nada.

La avanzada judicial contra Cristina Fernández de Kirchner era imposible antes de las elecciones y es asombrosamente imprudente y peligrosa en el contexto actual. Antes de las elecciones, la medida que hoy produjo el juez Claudio Bonadío le hubiera otorgado a la ex presidenta el blasón de la proscripción de una candidata sin fueros y, con ello, hubiera posicionado a cualquier candidato muletto más adelantado en la línea de largada o  le hubiera dado mejor justificación ante una potencial derrota. Ahora, el nuevo embate tribunalicio se presenta en el marco de los debates parlamentarios por la flexibilización laboral, el ajuste a los jubilados y la reforma regresiva de los impuestos, junto a la aplicación de los tarifazos, la suba de combustibles, la disparada del endeudamiento interno de las familias argentinas (un dato al que no se le está dando demasiada atención) y la escalada represiva de un Estado policial que mata, encarcela, censura y vigila sin descanso.

Varios dirigentes opositores señalan que el gobierno eligió este momento para tapar la angustiante situación económica y la discusión de las políticas que van a agravarla. Puede ser una lectura acertada en otros casos y detenciones anteriores, no en este. Con las detenciones ya producidas por Bonadío sobraba. La pregunta es al revés ¿por qué se elige justo este momento, cuando todo está caldeado, diputados y senadores están con micrófono caliente, la oposición sindical se está uniendo y el movimiento de Derechos Humanos está irritado y en la calle?

Todo o nada

El proceso de desafuero puede no concluir de acuerdo a lo solicitado por Bonadío, pero eso no quita que se haya vuelto sistemática la acción de detener opositores por fuera de las normas de derecho y las garantías constitucionales que la Justicia aplicó en el pasado y aplica, hoy, en todos los otros casos en donde un dirigente político –o, también, un genocida– está picado en un expediente. Y tampoco quita la reacción del arco opositor que ve con preocupación creciente cómo vuelan los carpetazos y las apretadas de una red de jueces cuya genuflexión recuerda a la Corte Suprema de los 90. El pedido de detención de Cristina marca un límite, un quiebre, un punto de máxima en el servicio continuo de encarcelamiento de opositores que ofrece un sector de Poder Judicial para el gobierno. Después de esto, ¿qué más?

Cambiemos gusta de jugadas muy fuertes, arriesgadas, casi que a todo o nada.

La primera lanzada de dados fue no acordar la candidatura de Sergio Massa para gobernador en 2015. El dirigente de Tigre se arrastraba hasta por los micrófonos de Clarín pidiendo por el cargo. Cambiemos se jugó por María Eugenia Vidal, orquestó lo que hoy ya se sabe que fue una opereta contra Aníbal Fernández –la “denuncia” de tres narquitos que salieron de la cárcel para charlar con Jorge Lanata en la casa de Elisa Carrió–, azuzó el desprecio del peronismo conurbano contra Martín Sabbatella y le salió el tiro redondo: esa victoria fue la clave de cara a la segunda vuelta.

La segunda apuesta fue la de candidatear este año a figuras ignotas, en todo el país, para enfrentar a gobernadores, figuras kirchneristas de renombre y, en particular, a Cristina. El candidato fue el proyecto, nuevamente la bolilla cayó donde Cambiemos puso sus fichas. Ocultaron, incluso negaron repetidamente, el paquete de reformas hoy en danza. Quizá tampoco está de más observar que buena parte de sus adherentes los apoyaron aun a sabiendas del truco.

Por su dimensión esta tercera apuesta, avanzar hacia el encarcelamiento efectivo de Cristina, alcanza el nivel de una ruleta rusa.

La apuesta

El kirchnerismo quedó muy baleado después de la derrota de su máxima referencia, roto en el ánimo, sin fuerzas, casi tomado por la melancolía. El desconcierto en el lapso que fue de las primarias a las generales fue la primera evidencia. El horizonte de un Macri victorioso en 2019 se volvió real. Acaso desde Cambiemos estén confiados en el peso de esta desazón y en la eficacia de la ola de miedo a los estrados que recorre a muchos líderes, sobre todo partidarios y sindicales.

Pero la unidad de los sectores de la oposición –en partidos, sindicatos, movimientos y organizaciones– se estaba dando de hecho y en la calle por el resto de los elementos que están en el contexto político. La potencial detención de Cristina suma un aglutinante más y, encima, la vuelve a ubicar en el centro de la escena opositora.

¿Tiene todavía la oposición el músculo suficiente para reaccionar o Cambiemos volvió a calcular otra vez a la perfección el humor social? Por esta movida judicial se llega a un punto límite de suma o pérdida. Si no hay una movilización histórica que protagonice el momento por sobre el Congreso –que bien puede dejar languidecer el pedido de Bonadío–, el kirchnerismo y la oposición en general sufren una nueva derrota gravísima. Si esa movilización protagoniza el momento y tuerce la avanzada, Cambiemos queda muy herido. En todos los casos, la situación puede ser un caldero imprevisible.

Nada es definitivo en la historia. En la coyuntura, este lanzamiento de dados que hizo Bonadío parece ser crucial no sólo en la política partidaria, sino también en otra cuestión más importante y obvia: las características futuras y el funcionamiento del Estado de derecho de nuestra democracia.

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