(esto no es) Calígula, una puesta desgarradora de Edgardo Dib.

Digámoslo pronto y sin vueltas literarias (esto no es) Calígula es una de esas piezas teatrales inolvidables, de esas que calan hondo y es un crimen perdérselas, y por lo tanto también es una de esas que se disfrutan doblemente si se vuelven a ver.

Edgardo Dib, actualmente uno de los directores de mayor trascendencia de la provincia y del país, acompañado por un elenco de notables actores, estrenó durante el 2017 en La Treinta Sesentayocho una obra a partir de la figura del emperador romano Calígula (12 DC – 41 DC), considerado el emperador más cruel de la historia por su demente tiranía, perversidades sexuales y sangrientos asesinatos. Pero, lejos de crear una espectáculo biográfico de Calígula, Dib crea un texto inédito que ficcionaliza un momento clave en la vida de aquel emperador, inspirado en la obra Calígula de Albert Camus. La puesta se repone este viernes 16 de marzo, en la sala de San Martín 3068.

En (esto no es) Calígula el director santafesino corre de la escena el poder político explícito para dar paso a los vínculos familiares, también cargados de poder. Elige un momento de la vida del emperador, la muerte de Drisula, una de sus hermanas y único amor, que lo deja en la más absoluta soledad pero rodeado de sus otros vínculos familiares que lo acompañarán (lo acosarán, lo atormentarán) en un velatorio sin fin. Calígula (Rubén Von Der Thüsen) sufre y se desgarra pero todos esperan demasiado de él para permitirle penar por Drusila. Huye, pero vuelve al tercer día a esa casa donde lo espera una familia compuesta por Livia (Luchi Gaido), hermana mayor del emperador y primera dama del Senado, el general Casio Querea (Sergio Abbate),  esposo de Drusila, el joven Gemellus (Lucas Ruscitti), hijo de Querea y Drusila y Cesonia (Silvana Montemurri), cortesana histórica de la casa imperial y ama de leche de la familia. Y un personaje muy especial que ronda por los pasillos imperiales: Tiberio (Raúl Kreig), el anterior emperador de Roma hecho asesinar por orden de Calígula para así subir él al trono.

Pocas veces un director tiene el don de Dib, ya demostrado en otras piezas de su autoría, de no obturar el sentido de un autor clásico, sino de abrir la puerta a una semiosis infinita de significaciones: el Calígula de Camus citado permanente en la obra es reinterpretado por Dib en (esto no es) Caígula, seguramente condicionado por el micromundo del autor-director, para que luego Rubén Von Der Thüsen ponga su carne y corazón al servicio de ese texto que llegará al espectador como una ola imparable de significaciones conmovedoras. Dib produce, crea significados y el publico a su vez creará nuevos discursos, así se alimenta al mundo del arte: circulación, movimiento y un nuevo Calígula que, sin embargo, logra mantenerse leal a su implacable naturaleza histórica.

Algunos afirman que la pieza habla del poder, otros de la tragedia de la muerte, los complejos vínculos familiares, la presencia-ausencia del padre, el amor. En fin, Dib ha puesto los temas relevantes de la humanidad sobre la mesa, o mejor dicho, sobre las tablas. ¿Y como lo hace? Desde una poética realizada con impecable maestría.

Su columna vertebral se estructura partir de de inteligentes metáforas como la escena del la orgía, el duelo o la bacanal donde la obra pegará un giro hacia el humor que despertará la risa del público y el entusiasmo por un espectáculo que mantiene un ritmo vertiginoso tanto física como intelectualmente. En un clima de velorio permanente la pieza apelará al grotesco para “descolocar” al espectador a partir del absurdo, sorprendiéndolo con un juego de gran teatralidad entre los vaivenes de la Roma antigua y una ficción mucho más cercana, que nos desnuda los entretelones de un ensayo de un grupo de actores sobre la obra de... ¡Albert Camus! Un sentido homenaje al teatro para muchos que alcanza su momento cúlmine cuando Calígula diga “Ché, estoy vivo” y Tiberio se interrogue “¿Será por eso que actuamos? Digo, para estar vivos”.

Calígula no puede dejar ir a Drusila y el velorio se extiende por días, semanas meses... ¿Qué busca Calígula en esa prolongación sin fin? ¿Qué busca retener cuando su contexto se desmorona y crecen las conspiraciones que marcarán su final? Diversos indicios en la puesta aluden a la infancia del déspota desde el comienzo de la obra, como aquel el momento donde Calígula de espaldas mira diapositivas con escenas de Melody, el film de Alan Parker sobre los amores infantiles de la década del 70, la música de Había una vez un circo, de Gaby, Fofó y Miliki, o como la tremenda escena donde Tiberio narra los abusos cometidos sobre el pequeño Calígula y lo sienta en sus rodillas (solo soportable por un descomunal trabajo de los actores en clave de grotesco). Recuerdos de la infancia que están presentes en casi toda la pieza. Y quizás para Calígula, después de una infancia lastimada desde el inicio, una vida llena de excesos y sangre, la muerte de Drusila haya significado la pérdida de su ultimo resquicio de inocencia.

Los personajes

Los actores que integran el reconocido Grupo de las Artes vienen trabajando hace casi tres décadas en diversos proyectos. Pero Dib no descansa en fórmulas fáciles, ni talentos probados de sus compañeros. Se evidencia aquí una búsqueda constante de nuevas imágenes, de desafíos, donde a partir de un exigente entrenamiento físico y una profundización de los planos emocionales llega a lograrse el ambiente de “camusiano”. Dib es generoso, el actor tiene un gran margen creador y el teatro es homenajeado de la mejor manera.

Se logra el efecto esperado: “nadie podría estar mejor en su papel”. Lucas Ruscutti es el ángel negro y su hermosa interpretación es un halito de frescura en medio de la degeneración.

Abate es el amor no correspondido que se mantiene oscilante entre la nostalgia y el resentimiento de ese amor imposible y un secreto no dicho. Lleva con dignidad y mesura al Casio Querea que dará el golpe de gracia final. Luchi Gaido, aquella hermana excéntrica a la que Calígula no pude querer, aporta de manera fundamental al juego del grotesco que propone la pieza. De igual modo Silvana Montemurri, la meretriz histórica de la casa, que ya ha perdido sus encantos e influencias también aportará con creces al juego grotesco.

Rubén Von Der Thüsen (Calígula) por su parte, es un sueño hecho realidad. No podría haber mejor Calígula. Su personaje es tan creíble, que su cuerpo se vuelve exacto. Sus interpretaciones son desgarradoras, desesperantes, sostiene la misma elevada energía durante toda la obra. Puede ser el tirano histórico o un niño quebrado con la misma verosimilitud.

¿Pero que se puede decir del Tiberio (y el Helicón) de Raúl Kreig? ¿Qué decir de esta clase magistral de actuación? De este Tiberio muerto-vivo, sirviente-rey, la consciencia de Calígula y quien será su perdición. Las infinitas imágenes del personaje atrae los ojos del espectador en la escena como un imán, hay que hacer un esfuerzo para no posicionar la atención permanente en ese personaje. Su entrega es total, todo su cuerpo, su voz, sus gestos transfigurados, su odio, su amor... es un deleite para los amantes del teatro y un excelente comienzo para los primerizos.

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