La participación femenina en el mercado laboral pasó del 37% en 1990 al 48% en 2017. Sin embargo, aún persiste la desigualdad salarial y un menor acceso a los cargos de jerarquía.

Es sabido que las mujeres se encuentran en desventaja con respecto a los varones. Ser mujer y vivir en una cultura machista es una condición riesgosa. Quizás el indicio más obvio y cruento de esta situación sean los femicidios, pero también hay otras formas de desigualdad producto de la estructura social patriarcal, como las condiciones laborales y las posibilidades profesionales.

A nivel mundial, según un informe de la Organización de Naciones Unidas (ONU), por cada dólar que gana un varón, una mujer gana 77 centavos. Esta diferencia salarial radica en que las mujeres trabajan menos horas remuneradas, lo hacen en sectores peor pagos o no llegan a ocupar cargos jerárquicos en las empresas. En este contexto, el panorama en la Argentina no es una excepción: al analizar la situación de la mujer en el mundo del trabajo, queda claro que el desempleo, la precarización y, en efecto, la pobreza tienen rostro de mujer.

Precarización y pobreza

Según el informe “Las mujeres en el mundo del trabajo”, publicado en enero de 2018 por el Ministerio de Trabajo de la Nación, la tasa de participación de mujeres en el mercado laboral creció significativamente: pasó del 37% en 1990 a 48% en el primer trimestre del 2017.

No obstante, si bien es cierto que la participación femenina en el mercado laboral creció, ese aumento se enmarcó en condiciones de informalidad, inestabilidad y con salarios más bajos que los varones. Es decir, los sectores con mayor participación femenina son también los de menores ingresos o con mayores índices de empleo no registrado: servicio doméstico, enseñanza, servicios sociales y de salud, hotelería y restaurantes, sector textil y confecciones, e investigación y desarrollo.

Entonces son las mujeres las que le pusieron el cuerpo al crecimiento de la subocupación y del empleo informal de las últimas dos décadas en la Argentina. Encima aún la mayoría de los desocupados son mujeres. De acuerdo con la Encuesta Permanente a Hogares (EPH) que realizó el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) a comienzos de 2017, en el Gran Santa Fe apenas el 37% de las mujeres tiene empleo y el 60,4% está en inactividad. La situación es peor en Formosa (72%), Santiago del Estero (72%), Resistencia (69%), San Juan (65%), San Luis (64%), Comodoro Rivadavia (61%), Tucumán (61%).

Asimismo, siguiendo los datos del Indec sobre la distribución del ingreso durante el tercer trimestre de 2017, puede decirse que existe una marcada feminización de la pobreza. Por un lado, en el 10% de la población con menores ingresos había 1.138.566 mujeres y 529.847 varones. Por otro lado, en el 10% mejor posicionado económicamente, la proporción era inversa: 1.100.902 varones y 567.389 mujeres.

Brecha salarial

Las desigualdades de género no se evidencian solamente entre quienes están desocupados o no, sino también entre aquellos que tienen empleo. Según la misma encuesta del Indec, entre los asalariados registrados el ingreso promedio de los varones durante el año pasado se ubicó en $17.038, mientras que para las mujeres  la remuneración era de $13.517, lo que implica una brecha de 21%. Y esa diferencia llega al 35% en el segmento de los trabajados no registrados.

Los especialistas marcan que una de las causas de esta desigualdad radica en que las mujeres trabajan menos cantidad de horas debido a que destinan parte de su rutina diaria a las labores domesticas (no reconocidas ni remuneradas).

Esta situación no ocurre solamente en nuestro país sino que es una tendencia mundial. De acuerdo con una estimación de la ONU, ellas reciben en promedio sueldos inferiores a los de sus compañeros varones por hacer el mismo trabajo. El dato es significativo: por cada dólar que gana un hombre, una mujer gana 77 centavos.

Además esta diferencia salarial se agrava con la edad, especialmente con la llegada de los hijos: se estima que con cada nacimiento, una mujer pierde 4% de su salario con respecto a un hombre, mientras que para el padre los ingresos aumentan alrededor de 6%. Al respecto, la economista e investigadora del Conicet, Corina Rodríguez Enríquez, sostiene que esto demuestra que buena parte del problema es el trabajo familiar no remunerado que realizan las mujeres.

Trabajo doméstico

De acuerdo con el informe “Las mujeres en el mundo del trabajo”, las principales fuentes de empleo femenino en Argentina son el trabajo doméstico, la enseñanza y los servicios sociales y de salud. Por caso, el 98,7% de los trabajadores del empleo doméstico remunerado son mujeres.

A esta situación se suma el trabajo que cada una de ellas realiza en su hogar. En una primera encuesta sobre la problemática, realizada por el Indec en 2013, se constató que las mujeres dedican casi el doble de tiempo que los varones en las tareas de cuidado. Esto es, para el total nacional urbano se estima que las mujeres destinan diariamente seis horas y medias al trabajo de cuidado, mientras que los varones sólo tres y media.

Ellas destinan gran parte del día al cuidado del hogar y de otras personas, mucho más que los hombres. De hecho, según un informe de la ONU publicado en enero de 2018, el trabajo hogareño es una de las causas a nivel mundial de que las mujeres trabajen fuera del hogar menos horas que los varones y, por ende, perciban menos salario.

Además, en la Argentina esta desigualdad de género también es social: las mujeres que pertenecen al 20% de la población de mayores ingresos, destinan cuatro horas diarias al trabajo doméstico y de cuidado, y las mujeres que pertenecen al 20% de los hogares de menores ingresos destinan ocho horas.

Por tanto, la mayoría de las mujeres dedican gran parte de su vida a las actividades domésticas, remuneradas o no. En un contexto de innumerables conquistas logradas por las mujeres en pos de su realización personal, laboral y social, el debate sobre los roles y las funciones dentro del hogar sigue pendiente.

Un techo de cristal

En el informe “Las mujeres en el mundo del trabajo”, del Ministerio de Trabajo de la Nación, se presentan datos que demuestran las dificultades de las mujeres para ingresar y permanecer en el mercado laboral y las marcadas desigualdades de género.

Uno de los principales resultados refiere a lo que se denomina la segregación vertical: las dificultades para acceder a puestos jerárquicos y directivos.

El informe indica que “la participación diferenciada de varones y mujeres en puestos de decisión, según rama de actividad, muestra en general una mayor concentración de los varones en puestos directivos y jefaturas intermedias. Esto ocurre en todos los sectores, excepto en servicios sociales y personales, donde se registra la relación inversa, dado que la dotación de mujeres en este sector es un 65% y la de los varones es de un 35%. Aun en los casos en que las mujeres acceden a puestos jerárquicos, en general son gerencias con menores remuneraciones, como las de administración o recursos humanos, mientras que los varones suelen ocupar gerencias financieras, de ventas o productivas, mejor remuneradas”.

Este fenómeno es conocido como “techo de cristal”: las mujeres se encuentran en algún momento de su desarrollo profesional con el impedimento de escalar en la jerarquía de decisión (y por tanto, también de remuneraciones). Esta situación es más frecuente en ámbitos de empresas privadas y les sucede a las que poseen títulos terciarios o universitarios.

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