No fue la pesada herencia de 2016 ni la beligerancia de 2017. Este año, el presidente en el Congreso sumó poco sobre lo que viene pero se montó en la ola social más grande. Cuáles fueron las fisuras más notorias, las arengas en código para arrasar al peronismo y los aciertos estratégicos en un discurso con dos grandes protagonistas: el aborto y el asfalto.

Un discurso habla por lo que omite. No se habló de Malvinas, aún con el ARA San Juan homenajeado, tampoco de jubilados. No estuvieron mencionados ni Santiago Maldonado ni Rafael Nahuel, es obvio, pero tampoco estuvo la RAM, el machaque principal de los medios gubernamentales durante el 2017. ¿Qué habrá sido de la temible y protomontonera RAM? ¿Habrá sido alguna vez la RAM?

Un discurso habla por lo que dice, y acá dan ganas de pedir más, de contrastar numerosas inexactitudes, o de asombrarse de la jerarquía de ciertos temas. Cinco veces se mencionó el asfalto, convirtiéndose en el tema central de un discurso sobre un país donde la ciudadanía trocó en vecindad. Alumbrado, barrido y limpieza importan más que los Derechos Humanos. También se le otorgó casi la misma cantidad de minutos al turismo, a Internet o a los espacios verdes que a la seguridad, uno de los ejes de Cambiemos. La TV ponchó a la ministra de Seguridad Patricia Bullrich mientras era elogiada por el presidente. El ministro Nicolás Dujovne también tuvo la preferencia de la cámara, contrastando con la figura del titular del Banco Central Federico Sturzenegger, que apareció en el fondo y sin iluminación, confinado a las barras, el gallinero de la casa de las leyes. El presidente tampoco señaló cómo se bajará el alza de los precios, por fuera de volver mencionar las fallidas “metas de inflación”. La realidad señala que el camino será el ajuste de los salarios.

Un discurso se pondera en sus aciertos o desaciertos estratégicos. De los primeros, el principal y el que por principio parecía el más complicado: la fuerza más conservadora de la historia democrática argentina está impulsando el debate parlamentario del aborto. Puede significar el esmerilado de su propia base electoral, ese gesto enaltece aún más la iniciativa. De los segundos, la falta de cualquier elemento concreto nuevo para imaginar algo más que promesas –siquiera promesas, declaraciones de principios, ilusiones– para enfrentar la malaria. O, también, el coqueteo con las cuestiones relativas a la corrupción. ¿Fueron tratadas de la mejor manera? Apenas pasaron dos años, pero por la suma de denuncias , tropiezos y enjuagues financieros parece que Macri gobierna desde hace una década.

Pero, sobre todo, un discurso habla por lo que supone, por lo que va dejando sedimentado en las palabras y los enfoques de la ciudadanía, por lo que retoma e instituye como hecho dado la realidad. Aquí es donde Cambiemos dio siempre en la tecla y donde hoy se apalanca.

Pase lo pase, lo que se hizo fue gradual y mesurado, el esfuerzo fue de todos y, sobre todo, su protagonista viene del exterior de la política y, si se quiere, de la historia. Un país Pepsi, somos la generación del cambio.

Lo que se dijo y no se dijo

Por la agenda planteada, el país del cambio no padece de ningún tipo de problema estructural serio. Los ejes del año para el presidente versan sobre calidad institucional, telecomunicaciones e Internet, parques nacionales, nutrición infantil, el código penal. Son cuestiones importantísimas, su relevancia empalidece ante otros asuntos cotidianos, como llegar a fin de mes. Sólo una ley de inclusión laboral, para apuntar al trabajo negro, se destaca. La TV no ponchó al ministro de Trabajo Jorge Triaca durante su mención, será por los affaires veraniegos.

El agravamiento de penas para los conductores asesinos al menos pone en el tapete un tema largamente menospreciado. El supuesto de que una amenaza penal mayor puede tener algún efecto en las conductas está largamente desacreditado por la criminología, habrá que ver qué pasa en los años por venir.

Con un palo a los sindicatos, Macri instó a pensar en la educación todo el año. La única propuesta que tuvo fue hacer públicos los resultados de las evaluaciones escolares según la performance de cada establecimiento. Como se sabe, esas evaluaciones no reconocen ni de lejos las particularidades de cada contexto escolar. Habrá quienes entiendan que un pibe alimentado que va a inglés y tiene computadora en la casa tiene herramientas intelectuales equivalentes a las de otro pibe que come lo que junta en la basura, duerme cagado de frío y va a la escuela de barrio porque si se aventura en el centro de día es detenido por la cana. La diferenciación es más bien un escrache al sistema educativo público y a los esfuerzos de los docentes.

Tiene realmente muy poco para exhibir el gobierno como logros, un 2018 que pinta con mayor ajuste hace temer un horizonte más que gris, tormentoso. La repetición sobre los beneficios del asfaltado estuvo a poco de convertirse en una señal de debilidad. Este punto es crucial: Macri dejó muy poco material para las propaladoras gubernamentales. ¿Realmente cree en la efectividad de que los majules del mundo reporten que la inflación baja, las inversiones aumentan, el país crece, el trabajo prolifera, la pobreza se reduce? ¡¿Qué los salarios le ganaron a la inflación?!

Al principio y al final el presidente reincidió en un tópico “lo peor ya pasó y ahora vienen los años en los que vamos a crecer”. La frase es inmediatamente contradictoria con su propia evaluación económica de su gestión, ni ganas dan de esforzarse en el chequeo de las cifras económicas e históricas que revoleó, el gusto amargo es mayor cuando se nota que se viene repitiendo exactamente lo mismo desde mediados de 2015. Lo peor no deja de seguir pasando.

Y aquí es donde se agigantan las omisiones. El humor social se transformó cuando el gobierno traicionó su promesa electoral de no avanzar en recortes a la seguridad social. Avanzó y con turbamulta. Y hoy no se dijo nada. Nada, absolutamente ningún paliativo inventó la gestión para 17 millones de personas que verán su poder adquisitivo a la baja: no sólo ganarán menos que con la ley de movilidad de 2009, sino que los ajustes por la inflación del IPC lejos están de representar los aumentos mucho graves de sus canastas de pobres o jubilados, signadas por el precio de alimentos o remedios. Sólo agregaremos a la lista los tarifazos. Es suficiente.

Excepto por indicar algo que sí se dijo, y por primera vez. De forma muy velada es la primera autocrítica consistente del gobierno. El presidente no ofreció ninguna solución y además mintió (doblemente), pero al menos admitió un problema. “Vamos a dejar de endeudarnos y se van a multiplicar las inversiones en un país confiable”, dijo.

Todo lo que podés hacer con 11.728 millones de dólares (de deuda)

La deuda externa retorna así al centro de las preocupaciones nacionales.

Aikido

Es el gabinete con más cuentas y empresas offshore de la historia nacional. Los ministros que piden inversiones en el exterior son burlados por tener sus riquezas en el extranjero. La puerta giratoria es la norma, el eufemismo la llama “conflicto de intereses”. El ministro de Energía paga barbaridades a Shell, la compañía que dirigía, el ministro de Finanzas vende jugosos títulos de deuda externa a firmas offshore que capitanea en las tinieblas. Lázaro Baez era Nicolás Caputo y Nicolás Caputo sigue siendo Nicolás Caputo. El decreto para expulsar familiares de los cargos políticos apenas alcanzó a doce personas, mientras la planta de funcionarios se multiplicó hasta generar cargos absurdos. El ministro de Trabajo emplea en negro. El presidente no paga la deuda del Correo Argentino, tampoco la reclama, pero dice que sus funcionarios están “obligados a mantener un alto standard ético” y que “nos pusimos límites como nunca antes, para garantizar que no estamos acá para beneficiarnos”. Agrega que “Ahora hay reglas sobre cómo mostrar nuestros patrimonios, reglas que estudian y resuelven posibles conflictos de interés y normas para la designación de familiares”. Casi en el mismo momento en que el presidente decía estas cosas se conocía que la Policía Federal de Brasil acusaba al actual jefe de la Agencia Federal de Inteligencia y amigo personal de Mauricio, Gustavo Arribas, de recibir dinero de coimas vinculadas al Lava Jato.

La férrea cobertura mediática sobre el gobierno, cuyo único antecedente histórico comparable se dio en épocas de represión y censura abierta, ya se quebró con las cuestiones económicas. Hasta Mirtha Legrand las señala. Difícil es saber cuándo la acumulación de escándalos tendrá su debido impacto, van apenas dos años y el desgaste también en este punto se evidencia.

La oposición –el peronismo– actúa con la carga de una fuerza que todavía no supo digerir ni tramitar sus propios zafarranchos. Pero en algún momento puede, debe, levantar el guante y hacer algo más que exhibir vergüenza (reconocer como propio algo que se repudia) o fingir distancia y desconocimiento. La corrupción volverá a ser un tópico central del 2019 e inevitablemente el gobierno tendrá nuevos tropiezos en su seno.

La base electoral, el legado

La familia policial, militar y represora –son millones de argentinos– vive el gobierno de Cambiemos como una gesta propia, casi íntima. La doctrina Chocobar, la celebración del garrote en las marchas, los asesinatos en el sur, la domiciliaria a Etchecolatz generan hurras entre los amigos de la violencia de Estado como moral única del orden social. Pese a declararse equidistante de la “mano dura” y el “garantismo”, Macri se tomó su tiempo para tocar la fibra íntima de una porción de votantes dura de su base electoral. “Queremos sentirnos cuidados. Para eso también tenemos pensar en quienes nos cuidan. Las mujeres y los hombres de las fuerzas de seguridad se juegan la vida por nosotros y merecen todo nuestro respeto y admiración”, dijo el presidente. Ese tipo de elogios antes iban para los maestros, no fue este año el caso.

¿Pero qué pasará con su base electoral y el aborto? Macri quedará en la historia como el presidente que impulsó el debate parlamentario de una cuestión que parte aguas. Debe ser ponderado en ese rango, nunca se ha de olvidar el gesto. Con la excepción de De la Rúa, cada gestión de la democracia tuvo su transformación civil profunda: el divorcio, el fin del servicio militar, el matrimonio igualitario y todo lo que lo rodeó. Justamente, por eso, la pregunta es sustantiva, aun cuando venga mucho después respecto de la valoración de este legado.

Porque sobre la familia o los militares se pueden tener opiniones más o menos diversas, pero respecto del aborto el corte es radical. Quienes se oponen al aborto realmente creen que se está matando un ser vivo, sitúan el tema en un punto de partida de la legalidad y las relaciones humanas. La definición de qué es un ser vivo es casi el fundamento del resto de las relaciones políticas y sociales. Que alguien entienda al aborto como asesinato y lo apoye por razones sanitarias o de libertades individuales de la población femenina es una rareza. Que alguien logre cambiar su postura respecto de cuál es el estatuto de lo viviente lo es todavía más. En consecuencia, por más que se despegue, Mauricio Macri será irremediablemente repudiado por todos los que entienden que un embrión equivale a un bebé.

Luego, sí. El debate es un tiro en el pecho al Papa Francisco y a todo su movimiento local. Obliga a tomar definiciones a medio mundo, pone en situación muy incómoda a muchos progresistas o populares. Y, sobre todo, absorbe de manera magistral al movimiento más dinámico de Argentina de los últimos años. Ni de lejos lo neutraliza, tampoco es probable que rasque demasiado del electorado feminista. Sí se le adelanta al plantear los términos de una discusión que tarde o temprano iba caer, haciéndola propia.

Mauricio ganó su lugar en la historia.

Lo que se supone

El repiqueteo sobre la pesada herencia cesó, apenas se hizo una velada comparación con Venezuela. La arriesgada apuesta por la pesada herencia lenta y paulatinamente se está volviendo en contra, cada vez más a medida que el segundo semestre se siga escapando hacia un futuro difuso, onda 2020. Aun así, se mencionó la mentada “crisis que se nos venía encima”. Quizá esa idea sí se haya sedimentado como sentido común, también por obra de una oposición que no supo romper la sólida asociación entre políticas de Estado y gestión corrupta que Cambiemos selló en una sola y eficaz palabra: populismo. Menem tuvo la hiperinflación, Kirchner el 2001. El de Macri será el único caso en el que la amenaza constituida en el pasado es la de una crisis que nunca fue.

La arriesgada apuesta de inventar la pesada herencia

Más sutil es una estrategia que ya es hora de develar en su justo medida. El gradualismo no existe, es solamente un invento que prospera gracias a tipos como José Luis Espert, Carlos Melconián o Miguel Ángel Broda, que saben que piden ajustes impracticables y que comen de la manito de los mismos poderes fácticos que apalancan a Cambiemos. Sólo se puede decir que el achicamiento y enfriamiento de la economía no es desaforado porque esa banda está para pedir más todavía. Si se cree que la crítica por derecha al gobierno no es operativa a los fines de suavizar el rostro más angustiante de los últimos años, también se puede creer en los reyes magos, la capacidad técnica del rabino Bergman en Medio Ambiente,  el ratón Pérez o la teoría monetarista de la inflación.

“Algunos nos critican por ir demasiado lento y otros por ir demasiado rápido”, dijo Macri. “Los primeros piden shock de ajuste”, “Los otros nos piden que nada cambie” siguió. “Elegimos el camino del cambio con gradualismo, un camino en el que todos los argentinos estemos unidos por el esfuerzo”, cerró el presidente, habilitado a calificarse de ese modo por obra y gracia de sus adherentes y amigos.

El “esfuerzo de todos” siempre fue uno de los lemas de los discursos del primer mandatario, a esta altura parece que las canchas de fútbol están indicando su agotamiento. El país del récord en la venta de autos es también el país de la caída en la producción automotriz nacional. Timberos y rentistas del campo ganan barbaridades mientras los asalariados tienen topes de paritarias que saben que quedarán muy por debajo de la inflación. Quizá se esté notando demasiado ya que el esfuerzo no fue ni está siendo de todos, sino de los que están abajo.

En suma, mucho asfalto, excesivo esfuerzo, promesas sin contenido duro, políticas de Estado que apuntan a derechos de cuarta generación cuando se disolvieron los de primera y segunda, flancos abiertos por todas partes. Parece un discurso resquebrajado. Pero eso no quitó la arenga final a los propios.

En primer lugar, los propios son aquellos que siguen creyendo no ya que “estamos mal pero vamos bien”, sino que se están construyendo las bases invisibles del futuro venturoso. “Cada transformación está hecha sobre bases firmes y va a durar para toda la vida”, dice Macri y agita a los que sienten “El orgullo de pertenecer a la generación que está cambiando la Argentina para siempre”. La terminología alude directamente a una sustitución de lo viejo por lo nuevo, de la política por lo exterior a la política. No es una transformación, es la eliminación del pasado. De manera inconfesable, pero rápidamente identificable en los adherentes de las redes, esa terminología identifica al peronismo (más que como partido o sindicato, como hecho cultural) como aquello que hay que dejar atrás para siempre. Ese es el núcleo sentimental que tocó al final de un breve speech de menos de 40 minutos, ese el mayor anhelo de sus votantes más incondicionales, esa es la apuesta real de 2019 y ese es el riesgo cierto que el peronismo tiene en su camino.

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