Mujeres, madres y voluntarias

En Santa Rosa de Lima, brindan copa de leche a los chicos y los sábados alimentan a 200 familias. Una muestra de cómo las organizaciones enfrentan la falta de políticas sociales.

Casas bajas, a lo sumo algunas con una planta superior. Callecitas de tierra que recortan los pasajes entre el pavimento. La plaza poblada de jóvenes a la hora de la siesta y, enfrente, la comisaría. A dos cuadras, pasando un portón, se encuentran tablones, bancos, un techo precario y una cocina nutrida de escasos enseres. A simple vista, nada material sobra. Por el contrario, queda claro que es en la carencia donde se potencia la voluntad y la perseverancia. En ese rinconcito de Santa Rosa de Lima se monta el comedor de las Madres Voluntarias del barrio, donde ya no alcanzan las manos para brindar la copa de leche cada mañana de lunes a viernes (de 10 a 12) y para entregar la vianda de comida a más de 200 familias cada sábado (de 15 a 20).

Todo surgió hace tres años con la idea de poder ayudar a las propias mamás del grupo “porque las cosas estaban mal”. “Largamos para 10 chicos, y esos chicos trajeron a compañeros de la escuela y así se fueron llamando y sumando”, comenta Ornella, una joven que con sus palabras contagia entusiasmo.

En la actualidad, el comedor recibe cada mañana entre 20 y 30 chicos en edad escolar, desde bebés hasta adolescentes de 17 años. No sólo pueden tomar una taza de leche y comer algo rico, sino también realizar dibujos, entre otras actividades prácticas. “Los chicos que recibimos van a la escuela. Hicimos una colecta de útiles escolares y todos los que tenemos anotados van a la escuela. También sabemos que van al dispensario. Tratamos de conversar con las mamás para que esas cosas no se pierdan”, destaca María, en cuya voz se advierte un enraizado compromiso. “Lo hacemos de puro corazón y pulmón. Las donaciones son de gente particular que trae un litro de leche, una cajita de mate cocido, ropa, calzado. La gente es muy solidaria, muy buena –recalca–. Y si no, hacemos cosas para vender, para no estar molestando siempre a la gente”.

Para recolectar los víveres necesarios estas mamás reciben donaciones, pero no aceptan dinero. De hecho, la cocina, el anafe y las ollas fueron donaciones. Cada vez que surge una necesidad, lo publican en su muro de Facebook y, una vez recibidos los alimentos o materiales, por la misma red social se agradece y se exhibe su uso “por transparencia”. “Necesitamos alimentos no perecederos. Tenemos la tarjeta que nos dio Desarrollo Social. De lunes a viernes hacemos notas y las entregamos a los supermercados y a los negocios que nos puedan ayudar. Pero no alcanza porque tenemos cada vez más familias –enfatiza Ornella–. Por sábado se nos están agregando cinco familias, sacamos de donde no tenemos y hacemos otra olla. Somos 15 mamás y ya no damos abasto”.

El menú del sábado se planifica el miércoles previo. “Siempre tratamos de hacer arroz amarillo, guiso, hamburguesas, fideos con salsa. Le damos la vianda porque no tenemos techo”, señala María. Semanas atrás, un sábado estuvo condicionado por el aguacero. Y “fue un caos porque la gente se acercaba para cubrirse de la lluvia… pero lo hicimos”. Por eso, no vendrían mal chapas, tirantes y materiales de construcción que permitan acondicionar el lugar.

Al mismo tiempo, las Madres Voluntarias de Santa Rosa de Lima desean extender la entrega de esa vianda a los domingos y los feriados porque la necesidad es la que impera y “porque los días de semana está el comedor en la escuela”. De todas formas, “cada fin de mes, les festejamos el cumpleaños a los chicos de ese mes porque no todos tienen la posibilidad de tener una torta y un regalo” y se lo merecen, como cualquier niño que debe vivir a pleno su infancia.

Pobreza y violencia

Entre la marginalidad y la violencia que atraviesa a la amplia población de Santa Rosa de Lima (como muestra de lo que ocurre en las barriadas donde golpea la miseria), estas mujeres no pueden dejar de sentirse interpeladas por cada historia que recogen.

Si la pregunta es por qué se acercan tantas familias, la respuesta es simple: “Falta trabajo y tienen muchas criaturas. Estamos hablando de grupos familiares de 10 hermanitos”. En ese indicador se vislumbra la falta de acciones territoriales y de políticas efectivas por parte del Estado. En efecto, del duro panorama no están exentos la violencia de género y el abuso sexual que sufren los chiquitos. Un abuso que ellos no pueden poner en palabras, aunque sí lo pueden reflejar en sus dibujos. Así fue como, este grupo de mujeres advirtió que un nene de seis años había dibujado a todos los integrantes de su familia: 10 hermanos, la mamá y el papá.

“Él dibujaba todos los chicos, pero a uno de los hermanos mayores lo tachaba. Le preguntamos por qué y nos dijo que el hermano siempre se quedaba solo con él y le hacía cosas. Aparentemente, el nene fue abusado y el hermano también le pegaba. Cuando quisimos decirles a los padres nos dijeron que nos iban a denunciar y ya no vinieron más los chicos. No sabemos si era el de 22 o el de 18 el que tocaba al de seis”, relatan las voluntarias.

La organización –cuya personería jurídica está en trámite– también se ve limitada y no menos presa de la impotencia cuando sólo pueden referir estos temas a las autoridades. “Los padres trabajan todo el día y no se enteran lo que pasa dentro de la casa. Cuando queremos hablar, recibimos insultos de todo tipo. No sabemos si abarcar la violencia y la violencia de género o dejarlo porque no estamos preparadas para actuar en estos casos”.

A raíz del debate por la despenalización del aborto, este grupo de mujeres cogió el guante y buscó opiniones a través de su muro en Facebook. Al margen de la dicotomía a favor o en contra, y como conocedoras de la realidad que atraviesan las mujeres y las jóvenes del barrio, coinciden en que es necesaria mayor información sobre educación sexual. “En las escuelas  debería ser obligatoria –opinan– y en los dispensarios”. “Yo digo no al aborto –sentencia Ornella–. Pero qué le decimos a una mamá que tiene 10 hijos si va a traer otro hijo más al mundo. La mayoría de la gente del barrio no está educada. Cómo hacemos para que una mujer de 30 años sea pensante si a los cinco no estuvo bien nutrida”, reflexiona Ornella sobre las consecuencias que acarrea nacer y crecer en la pobreza.

Tiempo atrás, se acercó una mamá de cuatro chicos. Su marido siempre la golpeó y ella decidió separarse. “La incitamos para que lo denuncie y pueda tener el botón antipánico. Hizo la denuncia, pero cuando volvió el tipo la estaba esperando, imaginate lo que no le hizo –exaltaron–. Le dieron el botón antipánico. La noche en que él fue a la casa ella lo activó. Nunca fue la policía. Cuando vino a contarnos, destrozada, nos dijo que fue a la comisaría y le dijeron que el botón antipánico no funcionaba porque no estaba sincronizado con un teléfono celular”.

La mentada inseguridad es otra de las aristas de una misma realidad. “Está cada vez peor. Si entrás de noche a tu casa, no salgás más, porque al rato se escuchan los tiros. La policía patrulla, pero estando en el barrio sabe dónde viven y quiénes son”, sostiene María en alusión a los delincuentes. Como los disparos entre grupos son cosa de todos los días, “los chicos que están jugando a la pelota en la cuadra, al escuchar los tiros se tiran al piso. En la escuela, las maestras les enseñaron a los chiquitos a tirarse al piso cuerpo a tierra. Es injusto vivir así”, se lamentan estas mujeres que viven y comparten el dolor de sus vecinos, aunque no dejan de hacer y movilizarse para que nada se pierda y todo tenga sentido.

Para ayudar

El comedor de las Madres Voluntarias funciona en Pedro Quiroga 2417. Facebook: Madres Voluntarias Santarosadelima facebook.com/voluntariasSantaRosa16

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