El relato de Cambiemos sobre la crisis expone la imprevisión de la gestión.

Desde su llegada al poder, Cambiemos se ha mostrado como un espacio político afecto a las metáforas climáticas. La lluvia de inversiones (que no llovió), los brotes verdes (que no brotaron) y, ahora, un mix de tormenta y turbulencias para justificar aquellas promesas al aire.

Señala el constitucionalista Domingo Rondina: “Los gobiernos no enfrentan tormentas imprevistas, salvo que sus planes sean solamente teniendo en cuenta las posibilidades óptimas y ninguna mala”.

En otras palabras: gobernar es prevenir las tormentas, para poder enfrentarlas. Si venía un tornado y no lo viste, fallaste. Si lo viste venir y no hiciste nada, también fallaste. Y si lo viste venir y tomaste medidas que empeoraron el panorama, fallaste por duplicado.

El fracaso económico del gobierno de Cambiemos, en su propio relato, no es consecuencia de los errores de gestión ni de las medidas adoptadas a partir de diciembre de 2015: es culpa de los factores externos. La herencia. La sequía. El contexto internacional. La guerra comercial. El mundo.

Pasaron cosas, claro. Pasan todo el tiempo. La tarea central de cualquier gobierno es observar esas cosas, entenderlas, para luego tomar decisiones que aminoren su impacto. Pero en Cambiemos no gustan de los deberes. Son de los que culpan a la lluvia. O a la seca.

Si toda la explicación posible sobre el fracaso del modelo económico son los factores externos, hay un evidente problema de gestión. Si no prevés una sequía y después llorás porque la cosecha se quedó corta, significa que en el área de Agroindustria no hicieron la tarea. Si no observaste las características del nuevo comercio global, es porque en Cancillería y Economía duermen la siesta. Y así área por área.

No hay imprevistos; hay imprevisión. Es diferente. Si pasaron cosas y no estabas preparado, es un error, una falla de gestión. No podés fabular que el perro se comió la tarea. Eso ya no se lo cree nadie.

Si un gobierno no previene, las consecuencias afectan no solo al gobierno –que terminará pagando el costo político de las omisiones– sino a toda la población. El ajuste fiscal anunciado para 2019 y el reordenamiento de las prioridades de gestión, con el nuevo organigrama de ministerios, preanuncia que seguirán pasando cosas. Ya se observa en materia de salud pública: no hay vacunas, cae el presupuesto y se desmantelan programas en las áreas más sensibles. Las consecuencias son inimaginables, pero de ningún modo se podrá decir en el futuro que eran imprevisibles.

Hace solo 15 años, el gobernador Reutemann postuló que la inundación del río Salado fue una catástrofe imposible de prever. Las pruebas y las pericias lo desmintieron. Primero hubo desidia y después abandono. Si nadie le avisó, es porque falló su gobierno. Estar al tanto y actuar en función de ello son obligaciones del Estado. Ya se ha dicho y aquí lo reiteramos: no saber no te disculpa.

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