Cuando me hablan del destino

¿Qué es el destino? ¿Qué es lo inexorable del destino? A riesgo de simplificar la cuestión, podemos afirmar que lo que no podemos evitar, mis amigos, es la muerte.

“Eso es falso”, grita desde algún fondo insondable el que siempre se opone a mí –o sea, yo–. “Bueno, a ver... maticemos un poco la cuestión: es en parte falso. Lo que es inevitable es que el cuerpo se vaya arruinando, o se arruine de un saque; en definitiva, lo inexorable es que el cuerpo deje de funcionar, y debido a causas higiénicas, nos entierren, cremen o lo que ustedes se imaginen... Está claro, en un momento dejamos de respirar.”

“¿Y la parte falsa?”, pregunté. “Bueno, lo falso de su afirmación –me dije pausadamente, pero denotando incertidumbre– es que a veces nos podemos cagar de risa del destino. Es decir, de lo que usted llama la muerte… Y por más que el cuerpo deje de funcionar, no morimos.”

A las claras está que alguna disyuntiva interna entre mis yo se evidencia: uno dice que la muerte es lo inexorable, y el otro que podemos ser inmortales...

Contraataco: compañero inefable, yo le puedo asegurar que la gente se muere, y a veces cuando no debería morirse. Y se lo afirmo porque conocí mucha gente que ya no está más, que no la veo más, y cuyo nombre ya ha sido estampado en las necrológicas: se murió, no está más.

“Ah, bueno... pero usted –o sea, él y yo– está confundido. Hable con propiedad: en primer lugar, en el terreno de lo biológico, no existe el deber. Es, y punto; por lo tanto, si se murió, se murió, se lo merezca o no... En segundo lugar, usted confunde la muerte con lo insoportable de no ver más a una persona que, quizás, hasta hace muy poco tiempo, veía y escuchaba. Déjeme que le explique con un ejemplo lo que le quiero decir.”

“Supongamos –comenzó con su ejemplo– que se muriera Roberto Fontanarrosa. El dibujante, escritor, humorista, etcétera. El Negro, el rosarino, hincha de Central... Bueno, ése. ¿Usted realmente cree que el Negro se muere? Le pregunto: se muere Fontanarrosa, ¿y desaparecen Inodoro, Mendieta, Eulogia, los loros, sus cuentos? Es decir, se muere el Negro, se pierde todo eso... O sea, ¿creemos sinceramente que el Negro muere? Es más, supongamos que leímos alguna vez en el diario ‘Murió Fontanarrosa’... ¿Inmediatamente hubiéramos creído en el olvido de Fontanarrosa, de sus libros, de sus dibujos, de su cara...?”

Está bien, en eso tiene razón. Pero me resulta insoportable saber que no los vamos a poder encontrar. Siguiendo el ejemplo: la silla de El Cairo vacía, la platea en la cancha ¿Me entiende?

“Claro, lo entiendo. Por eso le decía que en parte es falso... insisto: lo insoportable es eso, y a eso se lo llama muerte, si me permite: no volverlo a ver.” Hace una pausa, y enfático dice: “No,  ¿sabe qué? Ni eso puedo asegurar... porque va a la cancha y la platea vacía le recuerda que ahí está presente, en su ausencia, el Negro... O porque  aunque se muera el negro, usted cada vez que le pregunten cómo anda, va a dejar de decir ‘Mal, pero acostumbráu...’ A ver Ramiro, tipos como el Negro se le cagan de risa a la muerte... lo que pasa es que la muerte tampoco es tonta: tiene sus límites... ¿o acaso usted permite que se le rían en la cara tan impunemente? Diría la muerte:

–Bueno, hasta acá llegaste... ya está, te ganaste la inmortalidad... suficiente, tampoco me vas a dejar mal parada, viste.

En definitiva, lo que hace la muerte, en este caso, es cortar el flujo infinito de ideas y toda obra por la cual estos tipos ya son inmortales... porque fundamentalmente lo que conquistan es el recuerdo”

Y sí, debe ser así... ahora, ¿se puso a pensar qué viñeta ocuparía el día después de la muerte de Fontanarrosa, su lugar en la contratapa del “gran diario argentino”?

Casi sin dejarme terminar, el que siempre se opone, o sea yo mismo, pensé: “¡Obvio! sería el Negro llegando a la recepción de la oficina de la muerte, y frenándose ante el mostrador de su secretario, lo increparía tímidamente, diciéndole “Buenas tardes. ¡Quisiera hablar con la Muerte!”.

Y del otro lado del escritorio, indiferente y sin mirarlo, el tipo le respondería: “¿Tiene cita?”.

Publicada en Pausa #80, miércoles 10 de agosto de 2011

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