La experiencia me dicta que después de los 40 hay tres fenómenos irreversibles: la panza, la joggineta y despertarse antes que suene la alarma. Ojo, quiero aclarar que no son hechos inevitables, solo digo que una vez que se manifiestan no tienen vuelta atrás.

1.- Insomnio. Para ser honesto, nunca fui de dormir hasta tarde. Tampoco de pegarme dormidas maratónicas. Sin embargo, de un tiempo hasta acá me despierto todos los días como mínimo una hora antes que suene el despertador sin importar la hora a la que me duerma. No sé por qué: no se lo adjudico a problemas afectivos o preocupaciones diarias porque no las tengo. Debe ser eso de que a medida que pasan los años se duerme menos y sarasa.

La cosa es que como por lo general es de noche cuando me desvelo, agarro el celu para ver la hora y eso hace que venga la gata a refregarse para que me levante a abrirle la ventana para rajar. O se me acuesta encima. O muevo los pies y me empieza a morder. Lo que sea con tal de joderme. Cuando se va yo ya perdí el sueño y me quedo mirando el celular y pasando historias de Instagram hasta que estén todas vistas. La cosa es que cuando termino con mi TOC la mayoría de las veces me vuelvo a dormir… y a los 20 minutos suena la alarma, lo que significa a la gata otra vez sentada al lado de mi cara invitándome a que me levante a abrirle la ventana. ¿Mi gata me odia, es la gata más mala de la historia o a ustedes, lectores/as hippipsters, también les pasa? Y así todas las mañanas que viví desde los 40 hasta acá me las paso dormido, malhumorado y siempre improductivo nunca productivo. Este primer flagelo, difícilmente sea reversible.

2.- Joggineta. Yo tengo una máxima: la cantidad de tiempo diario en joggineta es directamente proporcional a la edad del jogguinetero/a. Hasta no hace más de cinco años no tenía joggings. Y esa es otra discusión: ¿desde cuándo le decimos joggineta? ¿Son cosas distintas? En fin, decía que el pantalón deportivo no era una opción para mí hasta que un día no sé por qué caí en la tentación y no entiendo cómo pude creer que era feliz antes de la joggineta.

40 años engañándome a mí mismo. Así como un día cansado del calor de las mesas de examen de diciembre y febrero fui a trabajar en ojotas (porque soy fundamentalista de la ojota y la menta granizada), tendrá que llegar el día en que vaya de jogging y atente contra la costumbre de trabajar incómodo. Además, si los/as alumnos/as pueden ir a cursar vestidos/as como quieran, ¿por qué los/as profesores/as no? Se supone que somos la autoridad en el aula y no podemos vestirnos como se nos canta, habrase visto.

Yo sé que el jogging tiene algo así como de viejo rancio. Pero ahora vienen unos (que deben ser las jogginetas) que son lindos y hasta me hacen sentir jugador veterano de fútbol y todo. Yo sé que del jogging dije lo mismo, pero juro por mi gata que esto no es el paso previo a la riñonera: a veces tengo límites.

3.- Panza (porronera). Este más que un flagelo de las personas de cuarenta y algo es un flagelo santafesino en general. Y que se está viralizando a todo el país por el aumento en el consumo de birra en todas sus variantes. No nos podemos echar la culpa por esto. Es el flagelo más cercano a lo inevitable. Sin embargo, no puedo no intentar revertirlo aunque fracase cual Bill Murray día a día en un Groundhog Day, aunque en la versión litoraleña sería un Tincho Carpincho y no una marmota.

Hasta que mis rodillas colgaron los botines, corrí. Camino casi lo mismo que Saúl pedalea por La Causa. Fui al gimnasio. Último recurso: pilates. Porque además de la panza me paro más encorvado que el Señor Burns y tengo la misma elongación que un adoquín. Un amigo me motivó a empezar. Al mes me dice que ojo con pilates porque a él le dio una hernia no sé dónde. Tengo los peores amigos del mundo, siempre lo dije, pero yo los quiero igual porque me dan motivos para quejarme. También fui a una nutricionista. Ahora hasta me hago tortillas de avena en el desayuno, cuando yo ni siquiera sé hacer tortillas. Pero no hay caso. Y estuve a muy poco de llegar a los 40 sin panza. Hice casi todo para lograrlo. Pero la diferencia la hace el casi, no el todo. Y no hice lo único que tenía que hacer. Lo obvio. Lo que ningune de nosotres haría: dejar el porrón.

Irreversibles. Llegan para quedarse. Habrá que saber elegir entre el clonazepam o estar despierto y disfrutar los domingos a la mañana en la Costanera con Perrolaucha. A estar encajado en Fiorucci o a reírme de mí imitando a Aníbal el number one cada tanto. A disfrutar el porrón sin culpa, que es lo que vengo haciendo desde hace rato. En definitiva, elegir qué es lo que me hace más feliz, sea la edad que sea.

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