Cientonosecuántos días de cuarentena. Me la banco pero empiezo a notar ausencias de cosas que yo pensé que nunca iba a extrañar. Sin embargo, empiezo a sentir vacíos que muches intentan disimular con TikTok. Otres preferimos seguir haciendo el ridículo de una manera tradicional.  La cosa es que el otro día vi la camiseta que uso para ir a la cancha en el ropero, abajo de todo, y sentí nostalgia de ponérmela. ¿Y entonces qué hice? No, no me la puse; les estoy preguntando qué hice porque no me acuerdo. Ahí fue cuando me di cuenta de que tenía ganas de ir a la cancha. Y aunque a ustedes les resulte de lo más normal, para mí extrañar un show de despilfarro de todas las fobias a las que yo les tengo fobia, de tumulto, aturdimiento, insultos, misoginia, arenga a la trampa y a la violación y personas que de manera compulsiva intenta abrazarte porque un millonario va a ganar un poco más gracias al gol que acaban de hacer es raro. Yo no suelo celebrar ese tipo de reuniones que emulan con otro tipo de violencia al circo romano. Pero bueno, el Covid lo hizo.

Quisiera presentar una distinción conceptual. Una cosa es “ir a la cancha” y otra “ir a ver fútbol”. A mí casi siempre el partido me aburre y el mal llamado folklore del fútbol me repugna. ¿Entonces por qué añoro eso? No es “eso” lo que añoro porque eso, en mi opinión, es ir a ver fútbol. Ir a la cancha es una experiencia que trasciende los 90 minutos de juego pero que, a la vez, la incluye. Ver fútbol no define el hecho de ir a la cancha.

Ir a la cancha es como un momento recreativo, de ocio, que disfruto compartido con amigues. Si voy solo a la cancha entro modo zombie con los auriculares escuchando Babasónicos cosa de aislarme del espectáculo fóbico. Ir con amigues es otra cosa y tiene tres etapas: previa, partido, pospartido. Pueden no darse las tres juntas.

Cómo realizar la previa depende del día y hora del partido: si es domingo a la tarde seguro hay barril; y si es viernes o sábado a la noche/nochecita es un par de latitas y un chori en la escalinata del Ministerio de la Producción. Sin dársela en la pera porque todavía queda el pospartido. Hay previas mucho más “intensas” pero la edad, la falta de fanatismo y lo que decía del folklore hace que yo prefiera lo que la hinchada tildaría de “amargo” y “pecho frío”.

El partido ya lo sufro entrando al estadio. Sobre todo si es un partido convocante. Para evitar la psicosis y la cárcel, no voy más a tribuna. Para esquivar el tumulto pago una platea que es una butaca de plástico a la completa intemperie y que si llueve desde tres de los cuatro puntos cardinales me empapo, me enfermo y seguro que del partido no me acuerdo nada. En invierno me cago de frío y en verano me insolo. Voy con un amigo que se queja tanto o más que yo. Por eso es mi amigo. Padezco cada segundo que dura el partido. Al menos engancho wifi y puedo ver Twitter.

No canto, no insulto y rara vez grito con euforia un gol. El partido es una excusa para pasar dos horas poniéndome al día con mi amigo y quejarnos en compañía. También me distraigo con las letras de las canciones y las critico en voz alta. Siempre me pareció ridículo que yo a los diez años cantara “Yo nací en una villa, techo de paja pared de cartón, yo fumé marihuana y me drogaba con poxipol. Cuantas veces fui preso…” porque además de todo eso me pasó el 1%: fui preso. También es notable que todas las letras incluyan “puto” o “cagón”.

Cuando ya me aburro mucho me quejo de los delanteros que van a sacar el lateral pero tiran la pelota para que desde el otro extremo de la cancha venga a sacar el defensor. O sea, ¿desde cuándo la división social del trabajo funciona para sacar un lateral? Es un lateral, no física cuántica. Si el Cholo Simeone en la final de la Copa América 93 en vez de sacar rápido el lateral se la hubiese dejado al 4 porque “yi ni siy difinsir”, nos hubiésemos quedado sin el último título ganado por la Selección.

El pospartido consiste en otro chori donde más barato lo vendan o alguna pizza aceitosa con lisos en el primer bar que se encuentre mesa. Depende mucho del resultado del partido, no por el ánimo con el cual se termina sino porque la disponibilidad de mesas varía si el equipo gana o pierde.

Nada del otro mundo. Hay rituales mejores que no incluyen tanto desprecio por el otro. Lo extraño porque estoy aburrido nomás. Me consuela al menos no ser un aburrido peligroso que organiza marchas anticuarentena y termina muerto por coronavirus. Y matando a otres con su aburrimiento.

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