En un mano a mano con Roberto “Pipi” Rivero, evocamos la historia y el legado del programa más importante de la televisión santafesina.

Es un sábado del 96, el delivery de la rotisería está golpeando la puerta a las 21 en punto y el volumen de la tele está al palo en el viejo Canal 13. Lo de las pizzas más la propina son 5 pesos, el cadete chocho dispara mientras escucha, desde la vereda, el vozarrón del Pipi anunciando que, en instantes más, toca Karicia en Musicalísimo.

El programa arrancó a dos cámaras en 1990 en un estudio acotado en el que se resolvía el montaje de la orquesta (“...con unas pocas tarimas y papel de barrilete”) y también una tribuna entusiasmada porque, más allá de las modestas condiciones, era fija que alguno los grandes tocaba: Los Palmeras, Los del Palmar (todavía con Mario Pereyra), Los Tropicanos, Los del Málaga, Tropical Santa Fe (en ese momento con Sergio Torres y Darío Zanco) fueron algunos de los primeros que estuvieron en ese show en el que nunca faltaron bailarines, algunos estables y otros circunstanciales, como era el caso de las parejas que ganaban su oportunidad de romperse unos pasos en los bailes los fines de semana también organizados por la producción del programa.

Así recuerda Roberto El Pipi Rivero cómo empezó este show que reapareció fuerte por redes sociales durante la cuarentena: “José Luis Lapalma, productor discográfico, toma gusto por la idea de producir un programa de televisión para darle una inyección a las ventas de su disquería y me convoca”, cuenta el conductor entrevistado por Pausa.

“Lo que hizo Lapalma fue abonar un terreno magnífico mandando las máximas figuras de la bailanta. Así fue hasta 1994, momento en el que empecé yo como productor y director general”, dice Pipi, al tiempo que revela cuál fue la vuelta de rosca que le encontró para romper su techo: “El Canal 13 era fuertísimo, porque llegaba a las provincias de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos enteras. El slogan que teníamos en ese entonces era ‘vidriera del Litoral’, por lo que los conjuntos musicales de todo el interior se daban cita allí. Eso fue un verdadero boom”. La cosa era cada vez más variada y empezaron a ser más comunes las visitas de artistas como Orlando Vera Cruz, Susan Ferrer, La Mona Jiménez o hasta los españoles de A dos velas, aquellos de “Me gusta la gente…”.

“Mi norte no era el programa de cumbia”, redunda el locutor, recordando tantísimas otras intervenciones suyas, como las coberturas del Festival de Cosquín para LT9, sus presentaciones en el Festival Nacional del Tango, en el Festival del Pescador y en la Fiesta Nacional del Ferroviario, donde supo introducir al maestro Osvaldo Pugliese.

Dicen que es la bailadora

Pocho La Pantera en Musicalísimo
La Japo junto a Pocho La Pantera.

Santa Fe es usina de bailarines, lo comprobamos cada vez que salimos a bailar a otra ciudad. Y las parejas dando las típicas vueltas que nuestras cumbias nos demandan era otro de los elementos típicos de Musicalísimo: "Ante todo, nací para bailar, está en mi ADN. Ya desde la escuela primaria me enganchaba en todos los actos, después en las bailantas y cuando estaba en la tele, siempre lo hice naturalmente", cuenta Marisa, La Japonesa, una de las históricas bailarinas del programa: "Fue el señor Pipi Rivero el que me puso un día, al aire, 'La Japonesa' y todavía hoy es mi apodo artístico".

Desde aquellos días de televisión hasta el presente, con tres sedes de su propia academia (La Japomanía) y todavía actuando en festivales como el de la Cumbia Santafesina y el Pescador, Marisa resume en pocas palabras lo dicho: "Haber pasado por Musicalísimo para mí es un diploma y es el día de hoy en el que me siento una de las mujeres que lleva adonde va esto de bailar nuestra cumbia santafesina".

El “Musicalísimo Tour”

El programa se grababa en la tarde noche de los jueves, que desde las tres de la tarde ya generaba filas de gente esperando para entrar por la puerta de Bulevar Gálvez 840. Con Pipi ya como productor, se proyectó primero hacia un escenario más grande tanto en el estudio como en los exteriores, como ser el Parque Sur o el Parque Garay. Con su staff de 20 asistentes, Musicalísimo no demoró mucho más en llegar a grabar en Esperanza, San Carlos y Paraná.

También Rosario, adonde les reconocían por la calle, aunque cada tanto se les descontrolase un poco el baile: “Una noche con Grupo Trinidad, cantaba por supuesto Leo Mattioli, hicimos enloquecer a unas 20 mil personas, impresionante. Pero lo mal que la pasamos cuando entre canallas y leprosos armaron una trifulca descomunal y tuvimos que salir a escondidas”. Producciones en la televisión local como aquellos “exteriores” se no se vieron por años, acaso podrían compararse mucho más acá en el tiempo como la joven Fiesta Nacional de la Cumbia Santafesina. Más allá de eso, Musicalísimo consiguió algo que no se compra ni con plata ni con nada: “era popular”, asegura el Pipi, que ubica al público como la segunda responsable de su éxito, solo por detrás de “la bendición de Dios”.

Una vuelta más

En el balance de su carrera, Pipi Rivero se siente realizado, pero cuando se lo escucha hablar de Musicalísimo lo domina su ánimo por no cerrar las puertas a una vuelta del ciclo. Esas ganas no se las saca ni la mala experiencia que tuvo hace no mucho, cuando se grabó un solo episodio y después se borraron todos los responsables: “Hubo productores inescrupulosos que quisieron aprovechar el negocio antes que cuidar el éxito, reconozco que me equivoqué yo también, porque creí en las personas”. De la misma forma, advierte, el sector privado nunca lo acompañó: “Por ahí pensaban que invertir en nosotros era un quemo, no sé”.

—A pesar de haber llevado adelante semejante fenómeno, no cosechaste una fortuna entonces…

—La orquesta estable que tuvimos desde 1998 costaba lo que un 0km: teníamos neones, cantidad de acrílicos, había que montar un piso especial... Y siempre resigné ganar un poco más, no sé si estuve bien o mal, pero así lo sentí porque queríamos hacer lo mejor. Y lo hicimos. Pero una autocrítica más queda: yo no escuché el consejo de muchas personas que me dijeron que parara entre un año y otro, eso no es sano para ningún proyecto.

El animador de siempre

Entre las cosas buenas que atrajo la pandemia, está la fanpage de Pipi, en la que periódicamente rescata material de archivo de todas las épocas y que explota de likes, compartidas y comentarios celebrando poder volver a ver todo esto. Se nota en su voz la emoción de revivir sus anécdotas con Lía Crucet, las actuaciones de Gilda y Dalila, se emociona tanto que hasta sin querer empieza a hablar con ritmo de presentación.

En la época del show, conducía de lunes a viernes Entre la gente, por LT9 entre las 14 y las 16 y después enfilaba para el canal. “Me hacía ese tiempo para la radio, pero en verdad estaba todo el día dedicado a lo otro”, se acuerda.

Si bien empezó a digitalizar su archivo personal, que tiene en viejos formatos de almacenamiento como el U-Matic y el VHS, sabe bien qué cosas fueron subiendo algunos “adelantados”. De ahí comenta sobre el cuidado de su imagen, también revela que le dedicaba especial trabajo a elegir sus trajes amarillos o violetas, sus inolvidables camisas estampadas o sus combinaciones pensadas, seguramente, en torno a su querido rojiblanco: “Algo que parecía muy extravagante localmente después lo implementaron como vestuario otros conductores, como Roberto Pettinato”.

Claro que también guarda los videos de muchísimas presentaciones a otros cantantes como José Vélez, o del ciclo Los cantores del camino que hizo en 2002 para la Televisión Pública, teniendo como compañero en la conducción a Horacio Guarany: “Un loco talentoso, me abrió las puertas de su casa, me confió cosas que nunca las voy a decir y también me mostró musas inspiradoras, la terraza donde componía, me acuerdo y se me pone la carne de espinas. Incluso llegamos a filmar algunos programas de una idea original mía, que consistía en mostrar al Horacio de entrecasa junto también a otros grandes nombres como el de Ramonita Galarza, Ariel Ramírez, Los Carabajal… Nunca se llegó a emitir, pero lo conservo todo”.

Y no miente: en su casa tiene un “petit museo” lleno de sus archivos, su colección de automobilia, un bandoneón, un contrabajo y otros instrumentos, micrófonos y hasta el diario del día en el que murió Gardel. Adentro suyo, no está de más repetirlo, también guarda la emoción de aquel presentador que agitó durante diez años ininterrumpidos los sábados de todo el Litoral. Hasta mantiene su inolvidable jopo negro.

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