El buen uso de las cosas

“Quise estropearlo todo, a eso me dedico yo”. Indio Solari.

El otro día estaba escuchando una entrevista a Nathy Peluso, artista de cuya obra conozco poco y nada, y consultada por internet como recurso para producir y difundir su música, ella respondió, palabras más palabras menos, que “bien usada es una herramienta muy poderosa”. Desde luego, no tengo absolutamente nada que objetar a tan certera sentencia. Desde su obviedad hasta su universalidad, creo que es una opinión verdadera. ¿Qué cosa bien usada no es poderosa? Si conocen alguna, díganmela ya antes de que siga escribiendo esta primera columna del año al cuete.

Por definición, el “buen uso” de algo me da la posibilidad de “poder” hacer algo que quiero hacer. Por lo tanto, podríamos decir que lo que Nathy dice es una tautología. Pero también es posible que la artista argentina radicada en Barcelona (para que vean que le presté atención al podcast) haya querido decir “poderosa” en el sentido de ser una herramienta que pueda generar un efecto grande, incluso inesperado; y que transforme de manera profunda la situación del individuo que usa “bien” la herramienta. ¿Un ejemplo? Nathy después de poner sus videos en Youtube logró hacer conocida su obra a un nivel que le permitió convertirse en una artista masiva y concretar giras por diferentes lugares del mundo. Claro que también tiene que ver que su obra es muy buena. Aunque contraejemplos de basuras que se masifican por Youtube y generan un efecto grande sobre otres sobran, así que, para el caso de este texto, la calidad de la obra es un factor secundario.

Si lo que Nathy quiso decir es esto último, y solo porque estoy muy aburrido de vacaciones, y me la paso pensando estupideces, pues entonces tengo algo para objetar sobre lo que ella dijo. También pienso estupideces cuando no estoy de vacaciones, pero, en definitiva, lo que quiero decir es que, si bien el buen uso de las cosas las transforma en una herramienta poderosa, un mal uso de ellas las hace algo aún mucho más poderoso. Me animo a decir que el mal uso de las cosas es la condición (casi) necesaria para transformar al mundo de manera radical y definitiva. Es decir, revolucionaria. Sí, las vacaciones me sacan el enano trosko que llevo adentro.

Aclaro que esto no es una crítica a Nathy Peluso, quien me cayó bien durante la entrevista y de quien, insisto, no conozco su obra. Es una reflexión sobre otro de los lugares comunes, latiguillos que representan de manera inconsciente el imaginario de una cultura y que nosotres como individuos reproducimos. También aclaro que hablo de “cosas” y no de personas. O sea, no creo que haya un buen o mal uso de las personas. Las personas no deben ser usadas y punto. En eso sigo siendo kantiano. Por eso el capitalismo siempre va a ser injusto en su esencia, porque las personas somos mercancías para él. Y en eso sigo siendo marxista. Fin de las aclaraciones.

¿Qué es un “buen uso”? Quizás muchas cosas, sí. Pero principalmente es lograr con una herramienta lo que esa herramienta permite poder hacer. Lograr el máximo posible es haber hecho un excelente uso del recurso. Por lo general, se asimila lo “bueno” con el haber alcanzado lo que se pueda alcanzar con dichos medios. La esencia de las herramientas está definida por su función, es decir, por aquello que permiten poder hacer. Si su uso logra cumplir con la función de dicho recurso, se habla de buen uso. Y, en ese sentido, el mejor uso sería entonces aquel con el cual se alcanza usar al máximo de sus posibilidades dicha herramienta; al punto tal de lograr lo inesperado o lo impensado. En otras palabras, aquello para lo cual dicha herramienta no había sido creada. Y ahí es donde yo no sé si eso se logra con un buen uso o un mal uso de las cosas. Aquí es donde me surge la siguiente pregunta: ¿es el buen uso más poderoso que el mal uso de las cosas, o viceversa? Y creo que sé qué respuesta me cae más simpática.

Gastón Bachelard, epistemólogo que plantea al conocimiento en términos de “problema”, dice que “una buena cabeza, una cabeza de escuela, debe ser rehecha”. Y yo creo que tiene razón. Una buena cabeza es una cabeza de manual. ¿Quién es le abanderade de la escuela? El que se saca 10 en todo. ¿Y qué es sacarse 10 para la escuela? Hacer lo que la escuela quiere que hagas. ¿Alguna vez vieron a une abanderade mal peinade en un manual de escuela? Yo tampoco. En este sentido, yo asimilo a la buena cabeza con aquella que hace un buen uso de las cosas. ¿Qué es lo que establece lo que es un buen o mal uso? En otras palabras, ¿qué es lo normal esperar cuando se hace un buen uso de los recursos? ¿Une abanderade? Pues entonces no esperamos que el mundo cambie, porque une abanderade es quien comprendió el mundo tal cual le dijeron que era. ¿Podemos esperar buenas cosas del buen uso de las cosas? Sí, claro; y muy buenas también. Pero no sé si podemos esperar algo nuevo, o eso que nos vuela la cabeza. O, mejor, el mundo (en sentido figurado).

Por otro lado, Thomas Kuhn, epistemólogo también del siglo XX, habla de la “anomalía” como la condición necesaria para la revolución del conocimiento. Sin algo que esté mal es imposible acceder a lo nuevo, lo novedoso. A lo que revolucione lo que supuestamente estaba bien. Y ese supuestamente tiene que ver con que no había nada nuevo, fuera del manual, que desafíe esa normalidad; y por eso estaba todo bien. Y en este sentido kuhniano de la cosa, solo lo que no encaja, lo que está mal, es lo que me permite dar un salto cualitativo en términos de ciencia y de conocimiento en general. Solo de lo que está mal podemos esperar lo nuevo, lo que irrumpe. El acontecimiento transformador. Lo revolucionario. Lo que efectivamente te vuela la peluca. Y, según mi enano trosko, es allí donde radica el mejor de los usos de las cosas: en el que rompe, estropea, cuestiona, pone en duda y en crisis lo que me dijeron que era el “buen uso”. Sí, aquel que ensancha los límites de lo posible. Lo que está mal está mal porque no encaja. Pero eso no significa que el molde sea mejor. Significa que es al que estamos acostumbrades.

Entonces, si entendemos al “mal uso” no como el no saber usar, sino como aquel uso que se hace de algo para lo cual no se espera ser usado, podemos pensarlo como un acto revolucionario, transformador y, sobre todo, creativo. Como el acto que da lugar a imaginar y concretar algo nuevo. El “mal uso” es una intervención creadora. Implementa en el mundo algo que para el mundo era imposible. Es la posibilidad de lo nuevo, del “acontecimiento” del que hablaba Badiou. La posibilidad del “imposible” lyotardeano. No creo que haya uso más poderoso de las cosas que este. Y sospecho que este no es el buen uso del que habla el sentido común siempre en boca de una persona anónima cualquiera.

Lamentablemente, Hiroshima, Nagasaki, Auschwitz también son consecuencias del mal uso de los recursos. Las peores consecuencias porque, además, la ciencia es sumamente poderosa. Casi tanto como una religión, cuando ella misma no se comporta como tal. El poder, además de ser una relación, un ejercicio, un juego permanente, es una capacidad y un objeto. Y el mal uso puede hacerse para mejorar o empeorar al mundo. Pero el buen uso también. Solo que, en una de esas, lo hace silenciosamente todos los días y sin descanso, porque es al que estamos acostumbrades a ver por todos lados.

En contraposición, por ejemplo, el mal uso de la lengua (de)genera el lenguaje inclusivo. Y si alguien que leyó hasta acá cree que darle entidad lingüística a sujetxs que la reclaman para poder decir “yo soy” en el mundo es malo, cuando ellx ya nació nombradx, lamento que haya leído hasta acá.

El mal uso puede ser emancipador. Puede ser un acto político también porque interviene el mundo. Poner algo inesperado donde no se espera nada. Una bomba atómica, sí. Pero también una pregunta, una duda, una sospecha, un martillazo a la normalidad, o una x donde antes había una o. Y eso puede (porque tiene un poder) liberar. Y libera a otrxs sin perjudicar a nadie. Solo a la tradición y al buen uso de las buenas costumbres, que no siempre fueron las buenas.

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