El otro día un amigo, porrón mediante, me contó que a un amigo de él le habían ofrecido un laburo copado y que el loco tenía muchas ganas de hacer desde hace rato. “¡Qué bueno!”, pensé y le propuse pedir otra birra para celebrar por su amigo. “Sí, pero gratis. Le dijeron que no había plata”, me respondió antes de pararse para ir a buscar esa fresca. Obvio que brindamos igual.

Eso dio pie a que me pusiera a pensar en el célebre refrán que reza que “de la muerte y de que te pidan un trabajo de onda o gratis no se salva nadie”. ¿Qué tiene de malo eso? Todo. ¿Por qué? No sé, pero igual voy a escribir esta columna tratando de fundamentarlo.

En primer lugar, está mal porque “trabajo gratis” es un oxímoron, una contradicción lógica y flagrante; una paradoja de esas que podrían alterar la continuidad espacio-temporal. Imagínense el respeto que le tengo yo a la lógica, que por esta misma razón no tomo mates de té (si es mate no es té, y viceversa; dicta la Ley Lógica de no contradicción), así que mucho menos voy a considerar como algo positivo trabajar gratis con lo poco que me gusta agarrar la pala.

En segundo lugar, trabajar siempre implica favorecer a alguien al tiempo que quien trabaja también lo hace. En otras palabras, sería intercambiar un beneficio por otro. Si no se produce ese intercambio, entonces el laburo se transforma en una “gauchada”. Y así como Macri y Scioli no eran lo mismo, trabajar y hacer un favor tampoco lo son. Por favorecer, la RAE entiende que es el “acto que se realiza para ayudar, complacer o prestar un servicio a una persona por amabilidad, amistad o afecto”; mientras que al trabajo lo define como una “ocupación retribuida” o como el “esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza”. Digamos que “riqueza” es una exageración y conformémonos con “beneficio”. Burdamente podríamos concluir que el trabajo de onda es hacer un favor, porque si fuera un trabajo se remuneraría. De otro modo, no es trabajo. Y si no es trabajo, entonces no esperen que haga como si lo fuera. Ya les dije lo que me pasa con las paradojas y con agarrar la pala.

En tercer lugar, es dable afirmar que no todos los trabajos, profesiones u oficios son víctimas por igual del trabajo ondístico. Hay algunos que nunca son solicitados sean hechos de manera gratuita y otros sí. Como dice mi amigo el de los porrones: “Nadie llama al plomero con la idea de no pagarle. Nadie le dice que haga su trabajo para mejorar su Currículum”. A un arquitecto no le pedís que te haga gratis el plano de tu chalet en el country. Tampoco le pedís a tu amiga la cirujana que te extirpe el yeyuno-íleon de onda. A lo sumo le pedís que te firme un certificado para no ir a laburar. O le pedís un turno para que te dejen cruzar el túnel Subfluvial en pandemia. Hay otros trabajos, en cambio, que no gozan de ese privilegio. “Che, a vos que no te cuesta nada…”; “Escuchá, necesito que te hagas un dibujo de esos que seguro no te llevan nada de tiempo”; “Hey, vieja: a vos que te sale bien escribir coso…” o “Mi sobrino rinde en marzo Ética y si no la saca repite. Vos que sos profesor, ¿no le darías una mano?”, entre otras son la excusa para pedirme no solo que trabaje gratis sino además para conceptualizar mi trabajo como una pavadita o una cuestión de un ratito. Entonces, así como hay ciudananxs de primera y de segunda, pareciera que también hay trabajos ondísticos que cuadrarían en la misma clasificación: estarían los laburos a los que nunca se les exige favores, por un lado, y dentro de los que sí admitirían concesiones los que implican solo una “firmita” y un poco más abajo las Ciencias Humanas o Sociales. No sé qué pensarán ustedes sobre los privilegios, pero yo solo los admito si me benefician. Y si no lo hacen los considero una desigualdad social. Y ahí protesto como estoy haciendo ahora.

Saber escribir, saber dibujar, tener una opinión formada, dar un diagnóstico médico, recetar, saber meter la mano en la mierda para destapar una cañería, saber que se escribe Peirce y no Pierce, liquidar impuestos o administrar un consorcio; o sea, ser “experto/a” no son virtudes innatas: son productos de años de formación y experiencia; de ensayo y error; de tiempo invertido en transformar un golpe de suerte en un trabajo. Y eso tiene un valor dado por conocer la diferencia entre el azar y el método. Si no lo tuviera lo podría hacer cualquiera y no habría necesidad de pedirle al otrx un favor, de pedirle algo que el otrx posee y yo no.

Y si con todo esto no los convencí, pregúntenles a las amas de casa qué opinan de laburar de onda.

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