No te salva Maratea

La caridad a lo largo de la historia ha tenido diferentes manifestaciones. Las que yo más recuerdo, por una cuestión de edad, son los teletones y las colectas de Caritas que pasaban un par de veces al año a juntar lo que los pudientes tengamos ganas de regalar de lo que nos sobra o no nos sirve más. También la vemos en grandes festivales artísticos a beneficio o en lo que Argentina conocemos como un recital de León Gieco cualquiera.

Entonces, si hoy la caridad pasa por la figura de un “influencer” llamado Santi Maratea, no debería sorprendernos: es solo la celebridad convocante de turno juntando plata para resolverle un problema a alguien. La misma vieja situación de siempre: las instituciones de la sociedad civil ocupando espacios abandonados por el Estado. Pueden ser personajes de los medios de comunicación, del arte o directamente la Iglesia quienes se hacen cargo de quienes sobreviven en aquellos lugares olvidados de Dios.

No voy a ser el canalla que desprecie lo logrado por Maratea (que para el caso me es indiferente) porque la caridad, aunque cristiana en su fundamento, es loable ya que implica la solidaridad y empatía con el débil. Y es indiscutible que, por su efectividad para resolver problemas, Santi podría ser considerado uno de Los Simuladores. Lo que quiero decir es que Maratea es una anécdota y en realidad lo importante es que para que exista Santi es necesario que falte el Estado. Y esto es muy peligroso si consideramos al Estado como la institución que debería garantizar el cumplimiento pleno de los derechos, ya que estaría siendo reemplazado por quienes otorgan privilegios, pero no hacen cumplir derechos: el mercado o lxs famosxs de turno.

Tampoco voy a decir que la caridad no es buena. Solo digo que la caridad no puede garantizar derechos colectivos sostenidos en el tiempo. Tanto las donaciones empresarias como las colectas ciudadanas son acciones individuales que resuelven un problema puntual. Su alcance es corto y breve. Supongamos el caso de un medicamento muy caro que gracias a las donaciones de la gente se logró comprar: la solidaridad de cientos de miles de anónimos/as beneficiaron a una sola persona. Seguramente esa persona no sea la única con el mismo problema, ¿entonces qué la hace más merecedora del medicamento que el resto de lxs necesitadxs? ¿Acaso la salud depende de la suerte? Para ser merecedor de dicho privilegio, ¿qué cualidades se debe tener para conmover a lxs donantes?

Pero, aunque la caridad no discrimine y cualquiera pueda ser favorecidx, sí hay problemas operativos que plantear ya que las colectas y beneficencias dependen de la voluntad individual y la buena predisposición de las personas que participan. Y como sabemos, estas acciones son muy difíciles de sistematizar ya que, sobre todo, la gente se cansa si la remuneración por la buena acción del día es sentirse bien con unx mismx y nada más. ¿O acaso no pasa que se da limosna al primero que pide y al resto que pasa se le responde con un “ya di”? Yo no me atrevería a juzgar a quien hace eso, pero sí advertiría que la caridad rara vez constituye un proyecto y casi nunca una política. No pueden derivarse de ella soluciones a escala social sostenidas en el tiempo, es decir, no se pueden dictar leyes y garantizar derechos.

Los derechos brindan un marco de acción y posibilidades para todxs, no solo para algunos pocos que han sido bendecidos con la divina providencia de conmover a algún famosx. La caridad depende de la voluntad de un conjunto de personas que puede desgastarse. El voluntariado tiene sus límites y los derechos no pueden depender de la buena onda de la gente. Si no te salva el Estado es muy poco probable que lo haga el mercado o Maratea.

Finalmente, se le podría objetar a la caridad que muchas veces quienes ayudan podrían contar con menos recursos que lxs ayudadxs. Muy destacable el gesto de ayudar teniendo poco pero no corresponde ni debería suceder. En el último de los casos, deberían ser quienes más tienen los que más aporten a estas causas nobles, ya sean empresas o particulares millonarios. O simple sujetos con ingresos superiores a la media que donen voluntariamente un poco de lo que les sobra para hacerle un favor a alguien que lo necesita, ya sea una silla de ruedas o plata para viajar a competir en nombre del país.

O mejor sería que estas donaciones no dependieran de la voluntad de los individuos y que se puedan transformar en ley. Una onda aporte solidario, así se entiende que es una donación. Y que se llame “Ley Maratea” y se sancione en un vivo de Instagram, así la gente que más plata tiene aporta contenta.

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