Reseña de “Vértigo”, el último libro de Ariel Aguirre.

Ariel Aguirre lo hizo de nuevo y yo ya no sé bien qué agregar. Comentar un libro tan bueno es quizás más difícil que comentar uno malo o más o menos. Pensé que Wekeend dejaba la vara demasiado alta para otro libro de relatos, hasta que cayó en mis manos este auténtico misil, titulado Vértigo, que hace explotar de felicidad.

Vértigo, acaba de ser editado por la mítica Vigil de Rosario (Editorial Biblioteca), en una colección dirigida por Jorge Jacobi que se llama nada menos que Prosistas Argentinos. Está compuesto por siete relatos, con los que Ariel Aguirre deja bien en claro por qué le alcanza y le sobra para integrar una colección de tamaño nombre.

Al igual que en Weekend predomina en el libro una atmósfera de cuidado y singular grotesco en el que nada es del todo conocido ni del todo ajeno, lo más cotidiano se vuelve extraño y lo más fantástico o extremo resulta fácilmente familiar, esto vale para los narradores, personajes y lectorxs. Como dice la brillante y hermosa Beatriz Vignoli, aquí nadie intenta comprender lo que sucede ni por qué. El absurdo o el derrape se aceptan sin reparos, como sabiendo que no hay peor trampa que cualquier certeza.

Hay en Vértigo, además de un humor delicioso, corrosivo y de una eficacia narradora temeraria, una sutil, sensible y lúcida percepción de nuestra lucha (o derrota) cotidiana por el sentido, de nuestro ir y venir entre el instinto, la razón y el otro con mayúscula.

Cada uno de estos relatos es un verdadero universo, complejo, nítido y palpable, lleno de vértigo y estropicio, pero también de silencio y ecos, de pliegues y grietas. Es imposible salir de ahí sin ninguna huella y sin el fuerte impulso de sumergirse en el que sigue a como dé lugar. Abollados, magullados, desquiciados de risa y miedo, en bolas y a los saltos, se pasa de un cuento a otro, hasta que el último suspiro textual nos deja en silencio, con una leve incomodidad de sonrisa sostenida y asombro verdadero. Algo nuevo bajo el sol.

Voy a elegir una sola imagen. Vemos, al principio, por ejemplo, bolsas blancas y verdes, son bolsas de basura, es la cava, la misma que ya vimos de cerca o de lejos en la realidad, pero por unos segundos podemos contemplarla imposible y hermosa, como una noche que no queremos que termine nunca. La vemos ahora desde arriba y la atravesamos en vuelo rasante porque este primer relato, que se llama Volar, es también, justamente, una auténtica máquina para volar.

El relato que sigue se llama Los negros y transcurre en cualquier isla de acá cerca, que también puede ser la de Lost con personajes de Okupas, pero yo lxs acompaño nomás hasta acá. Que el viaje y la felicidad sean de quien se anime. “El placer del texto” es un título convertido en frase, luego repetida y gastada, que, sin embargo, en este caso, puede ser una sentencia precisa y una promesa del todo confiable.

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