Humor en la grieta

Me está costando escribir columnas humorísticas. Es decir, textos cuyo principal fin es que lxs lectorxs se rían. Y no es porque entré en esa de que “desde que tenemos INADI ya no se puede hacer humor con nada” o en la de que “el feminismo arruinó todo”, sencillamente porque no creo que ninguna de esas estupideces sea verdadera. Tampoco es porque gobierna el peronismo y entonces ahora no me quiero meter con mis compañerxs. Si quisiera hacer “humor militante” podría reírme de la oposición que sigue dando motivos como para que nos riamos y lloremos a la vez.

Ya ni siquiera en mis redes sociales lo hago porque no quiero contribuir al consumo irónico que, en definitiva, sigue siendo consumo y que yo, como productor del contenido, no voy a poder controlar. ¿Un ejemplo de consumo irónico? La catarata de tuits riéndose de los “penes de madera” que compró Nación para enseñar cómo se pone un forro, en el marco de la educación sexual integral en las escuelas y que culminó en una publicación de la ministra de Salud, Carla Vizzotti, agradeciendo por la “sorpresiva” campaña de visibilidad a la urgente necesidad de implementar la ESI en la sociedad. Conclusión: me parece una pérdida de tiempo darle difusión a lo que no me gusta con la intención de pretender decir algo inteligente y gracioso, destinado de manera casi exclusiva a otrxs que piensan lo mismo que yo. Y todo para el aplauso de foca, confirmarle los prejuicios a quienes habitan la misma burbuja de confort virtual y alimentar un ego 2.0 que a los 15 minutos ya está famélico otra vez. Un miembro más de la troll army gratuita, y el poder ni se mosquea.

Por lo general, ese tipo de humor es ofensivo. O sea que pretende generar complicidad agrediendo a otro. Y si bien todo chiste puede potencialmente ofender a alguien, si el objeto de burla son lxs débiles de siempre me parece un humor violento en el peor sentido. Ahora, si el chiste dispara para arriba, contra una opresión, entonces tal vez esa violencia tenga además algo de justicia. Pero, ¿se trata de pegarle al de arriba porque sí, o de atacarlo ahí donde el poder aprieta y ahorca? Si la idea es burlarse del hijo del presidente por su aspecto o sexualidad (la burla es a la homosexualidad y no al poder político) con algún tuit que solo pretenda agredir al que lo lee “del otro lado” de la grieta, me parece discriminatorio y repudiable. Pero si la burla apunta a la ignorancia de un porteño que dirige un país que confunde a Lito Nebbia con Octavio Paz y que cree que todo el país es como Buenos Aires y el resto de Latinoamérica es originaria, yo la aplaudo y celebro. Pero solo si le pega a la porteñovisión que muchxs “del interior” reproducimos y no solamente al individuo con bigotes “porque es K”. ¿O acaso qué representación tenemos en barrio Candioti del impenetrable chaqueño o del Chaquito?

Lo que a mí me hace ruido de este tipo de humor “de grieta” es su lógica o estructura narrativa que, me parece, es más o menos la siguiente: un “yo” haciendo referencia a un “tú” individual o colectivo definido solo a partir de una serie de estereotipos fácilmente reconocibles y que lo distinguen de mi propio colectivo que pareciera ser todo lo opuesto y es a quien dirijo mis enunciados. Y por eso es gracioso. Este tipo de discurso afirmativo (perdón Herbert Marcuse) solo sirve para confirmar una verdad a priori, es decir, un prejuicio. No pone nada del otro en tela de juicio, no se cuestiona por el otro, mucho menos por las condiciones de posibilidad del otro, sino que solo lo define a partir de algunas características que pretenden hacerse pasar por el todo. En otras palabras, es un discurso totalitario, reduccionista, discriminatorio y simplista (perdón Víctor Lenarduzzi también).

Tal vez prefiera, en cambio, un humor que denuncia de manera crítica un sistema de ideas más que a personas; y que irrumpe en una lógica política y cultural opresora e injusta que se encarna en sujetos pero que también lxs trasciende. Me inclino por ese humor relativamente autobiográfico pero que pone de manifiesto ese poder invisible que nos atraviesa pero que muchas veces pensamos que solo habita en lxs otrxs que creemos no tienen nada que ver con nosotrxs. Ese humor que me haga pensar, por ejemplo, en qué es lo que me hará creer que soy tan poco cheto como para sentir que comparto más con un pibe que vive en un rancho entre el Salado y el terraplén, y para quien no existe la palabra “merienda”, que con un emprendedor meritocrático de Candioti que va los sábados a la tarde a comer salamines al Almacén Verona y que se sienta en la mesa de al lado a la mía en alguno de los brew que están alrededor de la Plaza Pueyrredón. ¿Que no uso camisa hawaiana? ¿Que no voté a Macri? ¿O será el poder que se nos sigue cagando de risa en la cara?

¿El cheto de qué cheto seré yo, Brecha?

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