¿Cuánto irrita la rosca a plena luz del día delante de la vida real de las personas, con pandemia y crisis interminable? El oficialismo, con todas las de ganar (aun cuando el macrismo no vaya a perder).

Esta no es la nota sobre la rosca del cierre de listas.

Acaban de terminar jornadas, y comienzan otras, que hacen al núcleo de la vida política. A la vez, el cierre de listas y el inicio de una campaña electoral suelen ser motivo de agotamiento y hartazgo en quienes sienten que en la rosca, de la que muchos gozan, hay más de obscenidad, conchabo y miseria que de altruismo, ética o interés por los ciudadanos. La política tiene que dar todo el tiempo prueba de sí misma, en los cierres de listas, sus picardías y traiciones, ese mandato a veces queda lejos, muy lejos, de las penas de los votantes. Y a veces esa lejanía es mucho más que mera indignación antipolítica.

En todo cierre de listas hay algo de alquimia. Siempre se busca formar la mejor lista posible para ganar. Los criterios son miles: al frente una cara muy conocida, en lo posible, detrás quienes aportan territorio y músculo militante, los polemistas para los medios, los lobbystas –de los sectores económicos, también de los sociales e, incluso, de las minorías–, los sindicatos. Una vela para cada sector de cada frente. Y nunca falta uno que sabe cómo abrir billeteras.

En las roscas se calculan pisos y techos de votos, hasta dónde se quiere y se puede llegar, qué se puede construir, con quiénes. La rosca es vertiginosa y nunca, hasta su cierre formal, se puede asegurar que algo esté completamente cocinado. A veces, a último minuto, el más poderoso tiene que recomponer una lista entera.

Entre quienes la vemos de afuera, muchos creen que la política se reduce prácticamente a eso. Hay políticos que también creen lo mismo, incluso para muchos es lo que más se disfruta y hasta hay los que se dedican a eso casi con exclusividad y profesionalismo, lo cual está bien. Cuando faltan los operadores se nota, las listas parecen collages infantiles y las inquinas brotan y escalan sin mayor razón.

El problema es cuando la rosca parece una exhibición de caprichos y egoísmo. A veces, la rosca contrasta demasiado con el contexto social y puede caer mal. Muy mal.

A veces, la alquimia se toma como un hecho profundo de la política. Se cree que las heridas son incurables, que las derrotas y exclusiones representan peleas respecto de las cuales no se puede volver atrás. Pongamos un poco de perspectiva. Repasamos, por ejemplo, listas de hace 20 años, que no son nada. Listas de diputados: en Buenos Aires, el PJ iba liderado por el futuro ministro de Economía de Duhalde, Jorge Remes Lenicov; el oficialismo de la Alianza llevaba a Leopoldo Moreau, ahora espada kirchnerista, y Margarita Stolbizer, monotributista de la oposición; en el ARI, el partido de una Elisa Carrió progresista, estaban el futuro kirchnerista Jorge Rivas, Mario Cafiero (tío del actual jefe de Gabinete), Ariel Basteiro (actual embajador en Bolivia); la Alianza llevaba en Capital Federal a Nilda Garré, futura ministra de Seguridad de Cristina Kirchner, y en Santa Fe a Rubén Giustiniani, junto a una futura espada local de Cambiemos, Lilita Stubrin. Vilma Ibarra, actual secretaria de Legal y Técnica, fue senadora de la Alianza por la Capital Federal. Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín, en veredas enfrentadas, senadores por la provincia de Buenos Aires. Cristina Fernández de Kirchner ingresó al Senado, por Santa Cruz, en 2001. Todo lo que vemos ahora, en esta rosca de 2021, también se volverá pasado.

La referencia, sin embargo, no es vana. En 2001, una elección donde los votos en blanco y nulos fueron la segunda fuerza, estábamos cerrando tres años de recesión, con una crisis galopante que estalló pocos meses después. Hoy estamos en una situación brutal, que podría ser mucho peor de no ser por el muro antiexplosivos que, en 2009, levantó el kirchnerismo con la Asignación Universal por Hijo. La AUH es el aporte más decisivo a la estabilidad de las instituciones democráticas desde 2001 a la fecha.

Estamos en recesión desde 2018, agravada por el coronavirus. Arriba de la AUH en los últimos dos años estuvo la ley antidespidos, el IFE y los ATP, en el marco de una pandemia que se llevó las vidas de más de 100 mil argentinos.

El brote de un hecho político que se cocina en lo profundo, como el estallido de diciembre de 2001, el lock out rural de 2008 o el Ni Una Menos de 2015, suele quedar fuera del campo de visión de la política cuando su acción se enfrasca en su propia cocina. La imperiosa necesidad de consolidación del oficialismo y la disgregación y búsqueda de renovación de la oposición azuzan el encierro en el oficio y, por momentos, parece perderse la perspectiva. Hay mucha hambre y mucha, mucha muerte en la sociedad. Es un poquito más que el cansancio por el encierro.

Es imposible hacer una campaña en silencio. Pero bien valdría tener una masa importante, una cuota generosa de empatía, de respeto, de calma y suavidad si se quiere. Todos conocemos al menos dos personas que murieron de Covid. Todos conocemos a alguien que se fundió o perdió el trabajo. No digan boludeces y piensen cinco veces antes de declarar. Menos alharaca y exhibicionismo y, aunque suene a oxímoron, más promesas cortas, concretas y tangibles. Más esperanza, pero de la real, y oreja sobre la tierra.

Ahora sí, la nota que a nadie le interesa leer.

¿Por qué se fue?

Desconcierta ver cómo buena parte de los medios de comunicación y de los mismos dirigentes de Cambiemos, Juntos por el Cambio o Juntos, a secas, ningunean a Mauricio Macri. Hace recordar, con otro tipo de decoro, faltaría más, al trato que entre 2015 y 2019 recibió CFK, “una pobre vieja sola y enferma que lucha contra el olvido”. Si no fuera porque Mauricio Macri no mamó de una tradición política real, que se forja en el llano y en las derrotas, uno podría pensar que está ante una exhibición del más refinado maquiavelismo cuando, en verdad, puede estar delante de un hombre que sólo está cansado y quiere pasar a retiro con cierto crédito por su presidencia.

Si no fuera porque Mauricio Macri es el Mauricio Macri de las series de Netflix a las 19:00, uno podría creer que se tomó el buque para mandar al muere –obligado– a su principal contendiente interno, Horacio Rodríguez Larreta, y a su principal partido asociado, la UCR. Se podría pensar que el líder principal de la oposición se fletó para no sufrir el menor costo político en una elección en la que el oficialismo tiene todas las de ganar, incluso con la mochila de la pandemia y la crisis económica. Macri no quiere perder aun cuando el Frente de Todos gane. ¿Y qué significa, en esta elección intermedia, ganar y perder?

¿Recuerdas a Cantard? No volvió ni en forma de fichas

A diferencia de una elección para un Ejecutivo, donde el ganador se queda con todo, una elección para el Poder Legislativo sólo tiene ganadores y perdedores relativos. Este año, para hacer una buena elección, la oposición necesita superar o equiparar el 2017, cuando se llevó el 40% de los votos del país. A la inversa, para hacer una mala elección, el oficialismo tendría que obtener menos del 39% de los votos: el 20% de Unidad Ciudadana y el 19% del otrora peronismo Macri friendly en sus diferentes expresiones, hoy dentro del Frente de Todos.

Se renuevan las bancas que se jugaron en 2017 y es frente a esa contienda –y no a 2019– que se debe medir el resultado, más allá de que, obviamente, también hay un ganador tan puro y duro como simbólico: el frente que más votos junte y su figura sobresaliente. Aun así, vale recordar a quienes juntaron más votos en una intermedia durante la última larga década: en 2009 el gran ganador fue el Colorado De Narváez (¡sobre Néstor Kirchner!), en 2013 Sergio Massa y la avenida del medio, en 2017 Esteban Bullrich le ganó a CFK, Graciela Ocaña venció en la categoría de Diputados de la provincia de Buenos Aires y el ex rector de la UNL Albor Cantard le dio cinco de nueve diputados santafesinos a Cambiemos, para después perder con el 20% en la disputa por la intendencia de Santa Fe, en 2019.

Esa elección de 2017, donde Cambiemos era “la marca” y no importaba quién la portara, es la que hoy tiene que batir el oficialismo y sostener la oposición. Encima, la unidad y la fragmentación se dieron vuelta. El oficialismo actual estaba estallado en 2017 y está unido en 2021 –con las sonoras excepciones de Tucumán y de nuestra provincia– y la disgregación general hoy tiene la oposición, en comparación con la unidad consolidada que tenían en 2017.

Entre otros distritos, hace cuatro años Cambiemos ganó en la provincia de Buenos Aires, en Chaco, en Entre Ríos, en Santa Fe. Y ganó por mucho en los cuatro. No parece que esta situación se pueda volver a repetir del mismo modo: fragmentado, carece de liderazgo o referencia única que dé dirección y, además, no tiene la banca del Estado nacional.

Si no fuera porque Mauricio Macri…

…es Mauricio Macri, cualquiera puede creer que nada de este escenario estuvo fuera de sus cálculos. Vale agregar otros elementos, también previsibles: el avance, obligado por la inercia natural de quienes disputan poder, de Horacio Rodríguez Larreta y la UCR. Si no fuera porque Macri es el Macri que como presidente se tomaba unos días en los lagos del sur con el país en llamas, uno creería que no le disputó en nada la interna a nadie, sabedor de que los suyos están enfrentando una elección bastante más que fea y de que él sigue siendo el corazón pasional de la derecha argentina, que él tiene en sus manos el arco de medios con mayor llegada, que él tiene la billetera más grande de todas.

¿Cómo se va a comportar un espacio político que siempre tuvo orgánica vertical y líder único en una proliferación de internas todos contra todos? Más allá de que se den por descontados los triunfos de la UCR en provincias como Jujuy, Mendoza o Corrientes, y que el PRO gane en Capital Federal, la probable victoria de María Eugenia Vidal no va a carecer de ciertos tropiezos.

En primer lugar, la designación de Vidal provocó una ola de rechazo dentro de los macristas de Macri (las cosas que hay que escribir), que no soportaron que Patricia Bullrich bajara su candidatura. Al costado de Vidal, para no perder votos en la derecha delirio de Javier Milei, abrieron una lista con el bulldog Ricardo López Murphy, el marido de Pampita, un violento youtuber misógino llamado Franco Rinaldi, Sandra Pitta, la científica antivacunas, y demás fantasmas como Yamil Santoro. Y por otro costado, le abrieron una lista un poco más potente, con el ex secretario de Salud Adolfo Rubinstein a la cabeza, Facundito Suárez Lastra, Ricardo Gil Lavedra y Luis Brandoni, que cada día se compenetra más en su propio personaje. Esta última lista parece tener el hálito de Patricia Bullrich. Como sea, algo le pueden mancar a Vidal, que en un distrito inexpugnable del antiperonismo tiene el camino allanado a la victoria.

Más pesada la tiene Horacio Rodríguez Larreta en la provincia de Buenos Aires, donde la UCR le interpuso el mediático neurólogo Facundo Manes al vicejefe de gobierno Diego Santilli. Más allá de que sea poco esperable una victoria de la oposición en el distrito desde donde eyectaron a Vidal para su rancho, ¿qué pasaría con las pretensiones de Rodríguez Larreta si ni siquiera vence Santilli en la interna y hasta dónde podría avanzar la UCR si la victoria llega de la mano de Manes?

La proliferación de listas opositoras en la primaria, por todo el país, también puede devenir luego en fuga de votos. Tomemos como ejemplo nuestra provincia: ¿por qué el votante de Federico Angelini y Amalia Granata puede luego volcar su favor hacia el ex ministro de Lifschitz Maximiliano Pullaro y la ex secretaria de Hacienda de Jatón, Carolina Piedrabuena, y viceversa?

Una mujer en la derrota

Todos estos manejes de alquimia electoral están o estuvieron en la mesa de las decisiones. A veces tienen su eficacia: los bonaerenses prefirieron a Esteban Bullrich hace cuatro años nomás. Ahora, faltan menos de cuatro meses para las elecciones generales. El ruido profundo y real de la política, que hoy es el de un electorado que está al límite de sus fuerzas, siempre pasa muy lejos del cabildeo de la interna. Cuando un dirigente honra el esfuerzo por darle forma a esa distancia y a la imposibilidad estructural de reducirla, cuando se hace política más allá del cotillón y el contubernio y más acá de los desengaños que siempre produce el marketing electoral desnudo, emerge entonces un liderazgo que trasciende y atraviesa al resultado electoral y a su circunstancia. Eso quizá sea lo que explique por qué CFK jugó su derrota en 2017 y por qué hoy Macri la mira bien de lejos.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí