Se resquebraja la imagen presidencial, no la fuerza de un partido de gobierno todoterreno construido por CFK. La foto, el lugar donde está la ofensa. El impacto electoral, la proyección hacia el después.

Cuenta la anécdota, relatada por su principal protagonista, que dos días antes de que CFK le pidiera que liderara la fórmula para las elecciones en 2019, Alberto Fernández le respondió a Eduardo Wado de Pedro que su aspiración política en un eventual gobierno futuro era la Embajada en España. Menos de dos años después, la pequeña y lejana historia ubica con justa exactitud al hombre en su circunstancia, impulsado a la presidencia después de no ejercer función pública durante diez años corridos, y también ubica a la dirigente en el armado de una estructura de gobierno a la altura de los dilemas políticos de Latinoamérica. Ante el desafío de la gobernabilidad frente a fuerzas reaccionarias a las que no les cabe ninguna, ni siquiera haber dinamitado pública y ostensiblemente todo cuidado durante la pandemia o haber traficado fierros para un gobierno golpista, CFK le puso su propia figura como garantía y amenaza última. Casi que CFK convirtió al presidente en una suerte de Jefe de Gabinete.

Se puede apostar a que, en cualquier otra circunstancia donde ella no fuera la vice, el avance hacia la figura de Alberto Fernández tendría otra potencia. También se puede apostar a que la estabilidad de la fuerza gobernante sería muy otra, también, si no fuera porque CFK puso su lapicera en las listas legislativas de 2019 –y en las de 2021, como bien sabe Omar Perotti– y un hombre propio en el principal distrito del país, Axel Kicillof. La firmeza del partido de gobierno no sufre con este affaire. Por más loteada que esté la gestión entre las distintas líneas internas del Frente de Todos, el gobierno real se resume a esos alfiles en el Congreso, donde su hijo es jefe de bloque, y al gobernador de Buenos Aires y ninguna de esas figuras estuvo presente en esa noche donde el presidente cometió el error de sacarse una foto quebrando la cuarentena.

Porque la ofensa es la foto y no la reunión. La reunión es la falta de Alberto Fernández, que una gigantesca porción de la población también cometió; la foto es la cachetada del presidente, un tropiezo que cualquier gil supo que no se debía cometer nunca en una clande y que lo deja al desnudo y lo reduce a una escena de cierto patetismo.

En el medio está en juego cuál va a ser la imagen que se va a utilizar para sintetizar el manejo de pandemia. Todos conocemos varios muertos por el coronavirus. Argentina finalmente va a terminar siendo uno de los países con más muertes por millón de habitantes, con un escándalo por el reparto de las vacunas durante el inicio de la campaña y, para rematar la serie, esa foto donde está hasta el Dylan.

Si se lee de corrido son imposibles más chapuzas. La reunión no debió suceder, la gente no debió entrar con sus celulares, las fotos nunca debieron existir. Luego, cuando se hace pública la lista de ingresos a la Quinta de Olivos, la respuesta hipotética para manejo de crisis debió existir ya para la primera foto, cosa de no negar lo que iba a saltar. Pero se negó y se dijo que eran fake news. Cuando saltó la foto, pasaron 24 horas de silencio de radio –no había respuesta preparada–, los funcionarios intentaron justificaciones variadas, Aníbal Fernández la machiruleó toda y después se produjo una disculpa nublada, tan de chamuyo que hasta le cayó encima a Fabiola.

Es en la foto y en semejante sucesión de tropiezos, mas no en el cumpleaños, que se resquebraja la figura presidencial, fuera de que no se dañe la fuerza real del partido de gobierno. En un sistema de emociones políticas más alimentado por el rechazo y el odio que otra cosa, esa displicencia seguramente tendrá un efecto electoral significativo entre el voto más blando del Frente de Todos, pero nada dice que eso se convierta en una ganancia para el macrismo, o que afecte a aquellos candidatos del oficialismo nacional que, no obstante, están más ligados a su pago local. Las elecciones legislativas tienen también un fuerte sesgo provincial. Es difícil que lo que pierda el Frente de Todos termine sumando a la alianza opositora. Más probable es que sume a un panorama general de apatía y cansancio. La foto es una feroz estridencia en el marco de una campaña que pide otra cosa.

Más allá de las alquimias electorales, lo que se resquebraja es el entusiasmo en la tropa propia. La reculada en Vicentín, haber dejado la conducción simbólica –y material– de las medidas de cuidado en la pandemia en manos del larretismo, la poca reacción ante la continua afrenta judicial –que va del aval a los aumentos en los celulares hasta la apertura de las escuelas– y, ahora, esa foto, para los propios va tomando cada vez más el gris color de la decepción.

Quedan todavía dos años más hasta 2023. La campaña de vacunación parece que va a alcanzar para zafar de lo peor de la Delta, los signos de reactivación económica ya son muy claros, los gestos desde Estados Unidos para el acuerdo con el FMI también. El gobierno tiene chances de redondear una buena gestión a futuro y de haber sido el que capeó la mayor crisis de la historia moderna, incluso bajo el mando de un hombre que luce cada día más terrenal y desangelado.

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