Baldosas que cuentan la historia silenciada de Santa Fe

La fotografía de Pedro Tappa, tomada en 1872 en Santa Fe, es un testimonio visual de mujeres, niñas y niños indígenas con destino a una relocalización forzada.

Un grupo de mujeres de la ciudad recupera la historia local para reivindicar identidades olvidadas.

Por Rosa García (*)

A pesar de los avances conquistados en materia de derechos de las mujeres, los espacios públicos de las ciudades aún permanecen configurados androcéntricamente. Mientras la percepción del sentido común los considera neutros y universales, la experiencia ciudadana de varones y mujeres en el espacio público difiere. El diseño urbano prioriza y fomenta una manera de ver la ciudad, donde la representación, los usos y necesidades de sujetos no privilegiados han quedado invisibilizados. De esta manera, el espacio público es el escenario donde se generan y reproducen las desigualdades sociales. En general, la toponimia heredada refiere a la conmemoración de acontecimientos vinculados a los varones de la élite que ejercieron la actividad política, militar, constitucional o jurídica. Y olvida al conjunto de las mujeres.

Por este motivo, un grupo de mujeres de la ciudad de Santa Fe motorizamos Memorias urbanas feministas. Se trata de un proyecto que aspira a crear un itinerario urbano específico a través de baldosas de la memoria a modo de huella/marca que recupere la historia silenciada de nuestra ciudad.

La primera baldosa, colocada el pasado 14 de marzo, recuerda el cautiverio de las mujeres de pueblos originarios, sobrevivientes de las incursiones violentas del Estado y el Ejército sobre sus comunidades. Una foto tomada en 1872 por Pedro Tappa documenta a un grupo de mujeres, niños y niñas de paso por la ciudad, con destino hacia una relocalización forzada. Al pie de la misma se enuncia el sitio donde se llevó a cabo el registro fotográfico: la actual esquina de Monseñor Zazpe y San Jerónimo. Allí se colocó el primer mojón de la memoria, una intervención en el espacio público para romper un silencio que lleva 150 años.

En la inauguración de la primera baldosa estuvieron presentes autoridades municipales que llevaron adelante las gestiones pertinentes para su emplazamiento. Desde el equipo de Memorias Urbanas Feministas invitamos especialmente a Rosa Salteño, primera cacica mujer de la comunidad Com Caía de Recreo; Kajyri Chanquia Diaguita kakana Representando a la Con Diaguita de San José del Rincón, y Gladys Jara intérprete en lengua Qom del centro de salud del barrio Las Lomas, Camila Quiroga y Estela Gómez, integrantes de la Comunidad Qom.

Silencios de la historia

En América, desde el siglo XVI, se construye un macro-relato: la épica de la civilización contra la barbarie. El proyecto de la modernidad exigió un ordenamiento sistemático del mundo. Por eso, la separación entre lo civilizado y lo salvaje vino acompañada de un discurso cientificista que creaba jerarquías raciales y sociales. La idea de barbarie fue en parte un ejercicio de distanciamiento cultural. En esa construcción la élite blanca, criolla y culta necesitaba orden social y moral (ley), productividad económica, trabajo, progreso.

Los indios e indias representaban todo lo contrario: desorden, descontrol, ociosidad, salvajismo, barbarie. El juego de la identidad y la diferencia que construye el racismo se fundamenta en catalogar otras razas como especies inferiores y para ello suprime las zonas intermedias y reafirma los límites simbólicos, rígidos y binarios, para dejar en claro quién pertenece a Nosotros y quién a los Otros. A partir de la díada Civilización-Barbarie y, en nombre de las bondades de la civilización (blanca, urbana, filoeuropea) se descarta la identidad cultural de las y los demás habitantes.

Junto al proceso de formación de los Estados nacionales se desarrollan otros. Menos visibles fueron, para una historiografía ocupada en la historia político-institucional de las clases dominantes: los cautiverios de las mujeres. El tomar mujeres como prenda de cambio, trofeo de guerra u objeto de transacción y de comercio fue una práctica habitual caracterizada por el rapto, la separación violenta de la familia, la obligación forzada a la práctica sexual y la incorporación a la fuerza de trabajo del grupo agresor.

En la construcción historiográfica del proceso de formación del Estado nacional, la imagen de la cautiva blanca es el arquetipo que legitima la represión estatal. Sin embargo, su contracara, la cautiva de los pueblos originarios, es soslayada. Son las otras cautivas. La chusma, las mujeres indígenas que eran el “remanente” de población, sobrevivientes a las incursiones violentas del Estado y el Ejército.

No hay narrativas visuales que muestren a soldados blancos saqueando tolderías y llevándose mujeres indígenas como botín, a pesar de que, según los documentos del siglo XIX, esto era algo muy frecuente. Por eso el testimonio de esta fotografía es importante. Es la primera foto conocida de indígenas en el territorio santafesino, tomada en 1872 por Pedro Tappa. Documenta un grupo de mujeres, niños y niñas de paso por la ciudad, con destino hacia una relocalización forzada -organizada por el Estado provincial- hacia San Jerónimo del Sauce.

En el pie de foto dice: “Indios traídos del Chaco por el Comandante Uriburu- Alojados en la casa titulada del Carmen-, situada en calle San Jerónimo entre Moreno y Buenos Aires. Hoy se encuentra edificada la casa de Doña Flavia Sañudo de Jobson”. Esta vecina, según los datos del censo de 1887, se llamaba Flavia Albina del Corazón de Jesús Sañudo de Jobson. En las fuentes se la refiere como donante de los terrenos y una suma de dinero para la edificación del Colegio La Salle Jobson. Sañudo de Jobson se desempeñó como directora de ese colegio y presidenta de la Sociedad de Beneficencia. Su esposo fue coronel del Ejército.

En la fotografía se menciona a Napoleón Uriburu, quien fue uno de los trece hijos de Evaristo Uriburu –y, por consiguiente, hermano de José Evaristo Uriburu, quien luego fue presidente de la Nación entre 1895 y 1898. Napoleón participó de distintas campañas militares, incluida la del Chaco, de la cual esta fotografía se ofrece como testimonio. El primer dictador de nuestro país, José Félix de Uriburu -que asumió con el golpe de Estado de 1930- también fue su descendiente.

Rehabitar las calles

Memorias urbanas feministas es un proyecto que aspira a crear un itinerario urbano específico en Santa Fe, a través de baldosas situadas en las calles a modo de huella o marca que visibilice la presencia y la agencia femenina en la ciudad y su historia. Las baldosas como huellas vuelven a darle entidad a las realizaciones de las mujeres. En ellas se materializa la memoria, la reconstrucción de sus vidas, proyectos y acciones. En tanto marcas, generan un puente entre tiempos y generaciones, recuperando del olvido esas necesarias memorias feministas.

El objetivo del proyecto es promover y visibilizar la presencia/agencia activa de las mujeres en la narrativa urbana desde una perspectiva de género, contribuyendo a valorar, preservar y difundir ese patrimonio político, cultural, material e inmaterial para las nuevas generaciones.

La iniciativa busca enriquecer la historia común compartida y aportar a la experiencia de las mujeres del presente genealogías feministas con historia. También se propone visualizar en la trama urbana los derechos vulnerados, las violencias sociales e institucionales contra las mujeres y las múltiples resistencias del universo femenino frente al poder.

Con las baldosas queremos generar un itinerario urbano y un conjunto de materiales educativos que contribuyan a promover la participación ciudadana en acciones concretas que visibilicen la historia de las mujeres en favor de una ciudad más equitativa e inclusiva.

(*) Integrante de Memorias Urbanas Feministas

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí