Lo que las Amalias no saben (ni quieren escuchar)

    Amalia Granata tiene una profusa actividad en la Legislatura pero no pierde oportunidad para negar las leyes vigentes y discriminar.

    Las últimas declaraciones de Amalia Granata contra las personas trans le valieron unas 700 denuncias en la Defensoría del Público.

    “En la Legislatura de Santa Fe meten cada vez más proyectos para darles más derechos a los trans. O porque son trans piden viviendas gratis. Y hay que pagarles desde el Estado el tratamiento de hormonización. A ver: sos trans, no tenés ninguna incapacidad”. “Hay chicos que no comen, que están en la pobreza absoluta. Hay prioridades”. “El trans no está incapacitado para trabajar, tiene pies, manos, cerebro”. “¿Porque las discriminen las vamos a seguir manteniendo?”. “Los trans tienen privilegios”. Y un largo etcétera...

    Estas declaraciones fueron hechas por Amalia Granata en el programa de Carmen Barbieri y en el de Ángel de Brito. Al cierre de esta edición, había unas 700 denuncias contra la diputada provincial ante la Defensoría del Público.

    ¿Puede una legisladora hablar de una forma que (cuanto menos) tensa el cumplimiento de la Ley Nacional de Identidad de Género? ¿Puede manifestarse en contra de un grupo de personas y ampararse en la libertad de expresión? El colectivo trans considera que no.

    Luchar para no morir

    Alejandra Ironici fue la primera mujer trans de la provincia en recibir, en 2012, un DNI que respeta su identidad de género, y en ser efectivizada en un cargo del Estado. Actualmente, trabaja en Servicios Sociales del hospital Sayago. Es una rara excepción en el colectivo trans: a sus 49 años, tiene empleo fijo y alquila una casita. Ella lo reconoce: “Yo tuve un montón de oportunidades que otras compañeras no tuvieron”. Pero también recuerda lo que tuvo que sobrellevar para llegar adonde está: durante décadas vivió de prestada en barrios marginales, comió las migajas que otorgan las tarjetas alimentarias, caminó horas y esperó durante días enteros, en pasillos gélidos o hirvientes, que algún funcionario la escuchara.

    En la madrugada previa a la entrevista para Pausa, una compañera la llamó porque se quería suicidar. Como cada vez, empatizó con ella. Entendió lo que le preguntaba en un llanto desesperado: “¿Por qué todo nos cuesta tanto más a nosotras?”. Y la convenció de no matarse.

    El suicidio es uno de los principales factores para que la expectativa de vida de la población trans sea de 35 años. ¿De qué más mueren? “Por problemas de salud, por colocación de silicona industrial, por no alimentarse bien, por ejercer la prostitución”. O sea: mueren por desidia o por violencia. Mueren como perros.
    En esas cuestiones las políticas del Estado son nulas. Por eso es contradictorio lo que Amalia Granata dice con respecto al empleo. Porque una compañera trans de 35 años se muere por el abandono social. Y es doloroso saber que como provincia hemos avanzado en un montón de derechos pero que, en la realidad, en lo concreto, no estamos salvando a nadie, o a muy pocas”.

    Decime puto sin decirlo

    —¿Por qué es discriminatorio lo que dijo Granata?

    —Porque lo dijo en un contexto que generaba odio social, para que la sociedad nos juzgue y nos condene. No dijo la palabra ‘puto’, pero estaba implícita en lo que ella estaba repitiendo. Es discriminatorio, en el horario en que ella lo hizo y hablándole a todo un país, decirles a las familias que nosotros gastamos lo que no debemos.

    —¿Piden viviendas gratis solo por ser trans, Alejandra?

    —No. Pedimos un cupo en viviendas porque no tenemos oportunidades para acceder a un plan de vivienda. Porque la ley es muy vieja y solamente contempla a familias. Y hay un gran número de personas trans que son solas y no tienen dónde vivir. No pedimos privilegios, pedimos igualdad.

    Los vagos de siempre

    Lo cierto es que Granata no está sola. Hay miles de amalias y amalios dispuestos a sacar sus conclusiones sobre las personas trans, pero no dispuestos a escucharlas. “Los discursos como el de la diputada le hablan a ese sector y lo que dicen es en su representación”, argumenta Victoria Stéfano, mujer travesti de 29 años.

    —¿Por qué es necesario el cupo laboral trans?

    —Tiene que ver concretamente con la exclusión social. A pesar de tener la formación y la capacidad para desenvolverme en un espacio laboral, no me dan trabajo porque cuando me ven, saben que soy trans. Esto conlleva un anclaje identitario y una demonización histórica, pero en términos prácticos termina siendo estético: si no te ves de determinada manera, no podés trabajar acá.

    —Las Amalias te dirían que eso le puede pasar también a una persona fea, o gorda.

    —Totalmente, pero ahí entra el anclaje identitario. La demonización. Nosotras somos las depravadas sexuales que solamente nos dedicamos a la prostitución y vamos corrompiendo la moral social. Todas esas batallas que se fueron dando y que también fueron públicas, donde personajes como Granata eran una señora en la esquina de Palermo diciendo ‘estos travestis que me cagan la vereda y me dejan los preservativos acá’, demonizando a las pibas que sobreviven a base de trabajo sexual. Esa imagen demonizada de personas trans no se termina de romper.

    A Victoria su mamá la cagó a palos durante toda su infancia y adolescencia por vestirse de mujer. En la escuela usaban para ella un apodo que aludía a su nombre de nacimiento. En tercer año quedó libre porque no la dejaban entrar. En los boliches, cuando los pibes que se la querían levantar se daban cuenta de que era travesti, sin mediar palabra, le ponían una piña en la cara y se iban. Ella sabe de exclusión y de demonización.

    Hormonización y supervivencia

    El proceso de hormonización tiene por fin adecuar la corporalidad a la identidad que la persona quiere autoconstruir. Iniciado por una mujer trans, inhibe todo lo vinculado con la masculinidad, tal como la voz, la espalda ancha o la barba. En el cuestionamiento a la financiación estatal de estos procesos subyace una idea muy arraigada en los amalios: que los transexuales eligen ser hombre o mujer. En este punto, Alejandra es tajante: “Yo no elijo”.

    Giovi Novello, coordinador de Varones Trans y No Binaries, refuerza: “No es fácil tener que salir todos los días en un cuerpo que no te pertenece. Es muy difícil cuando vos no te podés ni mirar al espejo. Esto nos ayuda a equiparar lo que sentimos con nuestro reflejo. Es muy importante para la salud mental. A mí la hormonización me salvó la vida”.

    Ambos referentes del colectivo se sometieron también a operaciones de adecuación, que en la provincia de Santa Fe son gratuitas y públicas. “Para mí hacerme la toracoplastia masculinizante fue un antes y un después”, cuenta el joven de 27 años, que pasó una década usando dolorosas fajas para que su tórax pareciera el de un varón. “Hay que entender que esto no es un capricho, es algo que te atraviesa, que está en la piel. Nosotros no nos levantamos un día y dijimos ‘tengo ganas de ser trans’”.

    Además, los tratamientos hormonales favorecen el ‘passing’, que es la capacidad de ‘pasar desapercibida’ en tanto persona transexual. El ‘que no se note’ la transición. Según Vicky, para los varones, esto es particularmente importante, porque “es la única manera de no exponerse por ejemplo a una violación correctiva, es la única forma en la cual su cuerpo no sea leído como femenino y se convierta en depositario de todas las violencias. Si no tenés el passing, si no parecés lo suficientemente varón, o sos puto o sos una cosa extraña en el medio, a la que hay que corregir”. Entonces, “el passing, en ciertos lugares, es supervivencia”.

    Solventar la hormonización es también un acto de “reparación histórica”. “El Estado que me persiguió, que provocó que yo perdiera todo el tercer año de la secundaria simplemente por ser demasiado femenino, y que eso trastorne todo mi devenir educativo posterior, tiene la obligación de reparar lo que me hizo”.

    —¿Es discriminatorio lo que dijo Granata?

    —Sí lo es, porque hay una investidura institucional. Lo que Amalia Granata dice no lo dice Amalia Granata, lo dice el Estado. La libertad de expresión es una herramienta maravillosa. Pero el límite es la violación del derecho de otras personas.

    Responder desde el amor

    Giovi ya no recuerda de cuántos establecimientos educativos lo echaron por no ser una nena de pollera y hebillita. Lo que sí recuerda es que para él “la escuela era un lugar inhabitable”. Su historia, como la de muchos de sus pares, es una historia de exclusiones. Hoy, desde la asociación civil que coordina, trabaja con niñeces y adolescencias trans, para dejarles algo mejor que lo que él recibió.

    —¿Por qué denunciaron a Amalia Granata?

    —Porque las organizaciones LGBTIQ+ no nos vamos a quedar más calladas. Todos los derechos que fuimos obteniendo fue saliendo a las calles. Fue mucha lucha y nos parece muy peligroso que una persona en los medios con esa llegada pueda libremente desinformar tanto. Y eso genera mucho miedo en mis compañeros, porque el desconocimiento hace que toda una sociedad se violente con nosotros. Si vos estás diciéndole a la gente que nosotros por ser trans nos pagan y tenemos todo de arriba, y que vos nos estás pagando nuestra hormonización, y que todo sale de una misma casa: los niños con hambre, las hormonas, ese desconocimiento lleva a la violencia que ya no queremos permitir. Por eso denunciamos. Y porque estamos indignados. Somos nosotros los que estamos con los compañeros y vemos las situaciones de suicidio, de depresión, de los chicos que quedan en la calle porque son expulsados de su familia desde muy jóvenes. Todos los días sosteniendo bombas que nos explotan en la mano, situaciones de urgencia, y que venga una persona como Granata, en su rol, a decir una cosa así… No nos podíamos quedar sin denunciar.

    El referente trans advierte además que la legisladora jamás accedió a dialogar con la comunidad LGBT+. “No tiene ni la menor idea porque nunca se quiso acercar a hablar con nosotros. Muchísimas veces intentamos acercarnos a ella para contarle las vivencias del colectivo. Nunca nos quiso recibir”.

    —A la gente que piensa como ella, ¿qué le dirías?

    —Yo no puedo responder desde el odio. Veo tantas violencias que no puedo responder desde ahí. Lo que yo les diría es que se den la oportunidad de escucharnos. La están escuchando a Amalia, pero nunca nos escucharon a nosotros. Esa va a ser la única manera de que se den cuenta de que más allá de todo, somos personas. Sí, somos trans: nacimos mujer, ahora somos hombre, y todo el rollo que quieran tener en sus cabezas. Se lo podemos explicar desde el amor.

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