Romper las ideas normativas, de eso se trata

“Los feminismos y transfeminismos permitieron allanar el camino para poder pensar a la discapacidad y las nociones de corporalidades”. Foto: Guillermo Pighin

Daiana Travesani, autora de “Me proclamo disca, me corono renga”, repasa su experiencia personal y política como discapacitada: “Soy feminista antes de ser renga y eso me ayudó a pensar mi identidad”.

Nerviosa por lo que supone hablar frente a un auditorio, Daiana Alexis Travesani comenzó a explicar por qué y cómo fue formándose “Me proclamo disca, me corono renga” (Laborde Editor, Rosario, 2021), el libro de su autoría que presentó el pasado 16 de marzo en el hall de la Legislatura santafesina. En un momento de aquella tarde, detuvo su relato, recuperó las hojas impresas con las que pretendía hilar su alocución y mencionó el poema “Lisiada”, que integra la obra. Lo leyó y al soltar los versos, los y las presentes en el lugar rompieron el silencio con un aplauso mudo. “...me defenestré, fui heraldo en el destierro de mi calma, me dejé vagar, aborrecí cada mirada, aquellas que me atravesaban como lanzas ardiendo al paso del ojo curioso”. Punzantes, esas palabras y sus sentidos fueron una alta dosis de pura y dura realidad. Parecía que todo estaba dicho.

Conceptos teóricos, modelos sociales, militancias, feminismos, transfeminismos, identidades políticas, ilustraciones y textos literarios se enlazan en la publicación que tiene como punto de partida la experiencia personal de la escritora en torno a su discapacidad. Varias mutaciones (no solo físicas) se suceden y articulan en esas páginas, en lo que ella definió como “una foto” de un momento de su vida que, a su vez, devino de la idea original de emprender “un diario de internación”. Una internación para su rehabilitación que se prolongó ocho meses luego de haber recibido el impacto de una botella de vino llena que cayó desde un edificio. El incidente ocurrió durante una madrugada de 2016, en la puerta de un bar de Rosario. Había salido del local para fumar. Su cráneo se rompió, fue operada, se le colocó una prótesis en la cabeza y debió aprender a moverse nuevamente. Desde entonces, todo cambió en su vida, en su cuerpo y en su modo de relacionarse. O más bien, empezó a ser consciente de cómo los otros y las otras la reconocían, en qué casillero la habían colocado siendo ella, ahora y tras el incidente, una mujer discapacitada.

—Sostuvo que aquella botella le “estalló la cabeza literalmente” y que fue fuerte el cambio de su corporalidad. ¿Cómo pudo construir su identidad disca? ¿Qué supone ese concepto como sujeto social y político?

—Me llevó un buen tiempo el repensarme y rehacer mi vida. Me costó encontrar lecturas que me sirvieran de compañía en esa búsqueda de mi nueva identidad. Me refugié en mis amistades y vínculos, que eran de las militancias travesti-trans, activismo gorde y afrodescendientes, para repensar la idea de corporalidad, de identidad y para desandar las ideas normativas con las que me había criado. Fui conociendo más amistades discas, fui repensando cada vez más mi identidad disca desde la reivindicación. Soy feminista desde antes de ser renga y eso me ayudó a ser femidisca interseccional y a pensar mi identidad disca, mis bastones y mi renguera como mis mayores armas de luchas ética, política y social. Tomar la discapacidad, lo disca o lo rengo como identidad política nos permite habitar una identidad que ha sido relegada por años a una invalidación, a no tener sentido de pertenencia. Posicionarnos desde la discapacidad como identidad política es, también, corrernos del paternalismo al cual se nos ha relegado y es elevar el lema: “Nada sobre nosotres sin nosotres”. Nuestra sola presencia deja en claro qué cuerpos importan y cuáles no, qué identidades están validadas e invitadas a transitar en la sociedad y cuáles no, deja en claro que políticas públicas se llevan a cabo y cuáles hacen agua y no se cumplen –subrayó–. La trayectoria individual de una identidad disca evidencia las estructuras capacitistas del sistema que oprime y, por ende, manifiesta que esa vulneración es colectiva y un hecho político. Ahora bien, como colectivo tenemos una enorme tarea: llegar a los sectores más vulnerados del propio colectivo disca porque una apropiación identitaria es un privilegio también –fundamentó, en diálogo con Pausa, la activista de 29 años que estudió y trabaja en la Universidad Nacional de Rosario e integra la organización Orgullo Disca.

—Indicó que el libro, en principio, fue un diario de internación y que luego mutó. ¿Qué le aportó la escritura? ¿Encontró en ella una herramienta también de lucha?

—Desde chiquita comencé a escribir. Escribir me salvó de mí misma en varias ocasiones, me permitió encontrar una lamparita en medio de la oscuridad cuando todo se ponía muy mal. Para mí la escritura es parir y, al mismo tiempo, ser parida por el texto. Escribir me permitió repensar mi identidad y encontrar nuevas fases o versiones de mí. Publicar un libro es publicar una parte tuya y escribir es dejar pedazos del alma hechos palabras. Este libro me parió una y otra vez. La escritura es una gran aliada y una herramienta para intentar romper con nociones peyorativas, con prejuicios y mitos en torno a la discapacidad.

—¿Qué visiones en torno a la discapacidad (sobre todo de las mujeres discapacitadas) son necesarias poner en crisis y reconstruir?

—Hay que deconstruir las nociones aprendidas sobre la discapacidad a lo largo de nuestra vida. Son ideas ligadas a lo peyorativo, lo lastimoso, lo indeseable, lo incapaz, lo olvidado y relegado al encierro. Se ha vetado a la discapacidad de ser pensada en los espacios públicos. La accesibilidad brilla por su ausencia en todos los sentidos. Y lo que hay no es suficiente o está mal implementado, lo cual genera una carga negativa sobre las personas con discapacidad porque sentís que no se te piensa y que se te anula. Además de que interfiere en el acceso a otros derechos. Tampoco se concibe que las personas con discapacidad sean deseantes o deseables, que haya sexualidad o que puedan ser víctimas de violencia de género en el caso de las mujeres cis, mujeres travesti-trans o identidades no binarias con discapacidad. Tampoco se piensa que los varones con discapacidad puedan ejercer violencia de género. No se piensa con naturalidad que las personas con discapacidad puedan llevar a adelante una crianza. Ni hablar de pensar las diferentes orientaciones sexuales –resaltó–. No se nos piensa en los espacios de ocio, en la vida nocturna. Algo muy usual es que las personas no discas crean que hay una forma especial para tratar o interactuar con las personas con discapacidad. No es así. La forma es siempre la misma: tratar con respeto como a cualquier persona, preguntar y no invadir nuestros cuerpos. A mí me han manoseando la cola intentando ayudarme a subir a un colectivo y ni siquiera me habían preguntado si necesitaba ayuda o si podían tocarme.

Foto: Guillermo Pighin

—¿Qué le aportaron los feminismos y transfeminismos a su militancia personal?

—Los feminismos y transfeminismos permitieron allanar el camino para poder pensar a la discapacidad como una identidad y repensar las nociones de corporalidades. Permitieron el empoderamiento en esta identidad que viene a romper con ideas normativas de las corporalidades y las sexualidades repensándolas desde otros márgenes y posibilidades. También trajeron un concepto que se tornó clave para pensar las identidades: la interseccionalidad. Ésta demuestra cómo operan las desigualdades sociales en las vidas individuales y en los grupos identitarios que pueden entrecruzar formas de opresión. Las estructuras patriarcales permean a toda la sociedad y traen aparejadas otras formas de violencias y/o vulneraciones para los colectivos identitarios, como el capacitismo que es una forma de discriminación o violencia contra las personas con discapacidad. El capacitismo se manifiesta, por ejemplo, en la falta de accesibilidad.

—Durante la presentación del libro, habló sobre lo que significa “poner el cuerpo” y planteó qué pasa cuando no hay accesibilidad…

—Se suele decir mucho que las luchas se ganan en las calles y que hay que poner el cuerpo. Ahora bien, ¿a qué cuerpo incluyen estas expresiones? ¿Quiénes pueden llegar a la calle y quiénes pueden poner sus cuerpos? Para poder estar en la calle se necesita poder salir y poder transitar. Se necesita un cuerpo que se pueda bancar esa movida. Muchas veces se necesitan apoyos y no siempre se tienen. Muchas personas ni siquiera pueden pensar en salir porque no tienen esa opción. Por ejemplo, quienes están en instituciones o internadas. Con la enorme falta de accesibilidad que hay tampoco se puede estar en la calle cómodamente –enfatizó–, o con la falta de transportes accesibles no se puede llegar.

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