Y se puso alas para cruzar muros

“Una mujer fantástica”, la película chilena ganadora del Oscar al mejor film de habla no inglesa, llegó a Netflix. Es la historia de una mujer trans que debe afrontar la segregación y la violencia machista.

Una tormenta de viento la deja suspendida sin poder avanzar en medio de la vereda. Su cuerpo se inclina hacia delante, resistente al ímpetu del clima. Sigue adelante. Su nombre es Marina, es una mujer trans y aún no puede llorar por la muerte de su pareja, Orlando (un varón cis). Los familiares del fallecido y sus miradas aversivas, más la intervención policial, la responsabilizan y la segregan. Marina trabaja como camarera en un bar. Es cantante y toma clases con un profesor de lírica. Marina es Una mujer fantástica (Chile, 2017).

Se trata del drama dirigido por Sebastián Lelio que sacudió el mapa cinematográfico en el continente y el mundo. En efecto, el filme obtuvo sendos lauros en festivales internacionales como el de Berlín y el de San Sebastián y alzarse con un Globo de Oro, un Goya y un Oscar. Ahora forma parte del catálogo de Netflix y acercarse a esta historia es más que una buena oportunidad para reflexionar sobre las vivencias de las personas transgénero en sociedades colmadas de preconceptos y enjuiciamientos carentes de la más mínima compresión. Es una ocasión, también, para encontrarse con una muy buena película.

La trama se centra en el periplo de la protagonista en una ciudad pocas veces amigable y muchas veces adversa para alguien que parece no merecer ni consuelo ni condolencias ante la pérdida de un ser querido. Es así como el personaje central se vuelve un símbolo de lucha. Y lo que no es menos relevante: las peripecias de Marina hallan en el cine un lenguaje extraordinario para hacer del argumento un hecho artístico. Daniela Vega interpreta a esa joven con la gestualidad necesaria, sin más, sin menos. Si bien su corporalidad habla en cada escena (un cuerpo rechazado y denigrado), es el rostro de la propia actriz trans el que porta la expresión de cada momento que la cámara trasmite. Vega y la cámara se entienden a la perfección para darle vida a las emociones. Y en ese sentido, el pulso del director es impecable al saber que a la emotividad no hay que forzarla, sino permitir que Marina pueda, por sí sola, contar cómo vive su dolor.

Los aciertos en la fotografía, la iluminación, la banda de sonido y la elección del elenco conforman un cuadro que honores tributa para el cine chileno, en particular, y latinoamericano en general. Una mujer fantástica es una historia de discriminaciones y violencias hacia todo aquello que el mandato heteronormativo considera disfuncional o monstruoso. Como Orlando, ya muerto, no puede defender su amor, queda en manos de Marina validar el vínculo que ambos sostenían, con romances y con proyectos. Es ella quien se debe plantar en contra la tormenta de viento, en una calle de Santiago, soportar el maltrato, quitárselo de encima y se hacerse tan potente como libre. Fundamentalmente, cuando suena un bolero, una canción melódica, un aria de Händel o el ritmo frenético de un boliche. Quizás porque asumir una identidad de género determinada supone, todavía, dar explicaciones, rendir cuentas y exigir derechos, Marina convierte la pena y el duelo en una puerta que le abre las alas. Y vuela en un cielo abierto y despejado.

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