“Donde mueren los pajaritos”

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En el mes de los 40 años de la Guerra de Malvinas, Londres le muestra al mundo la pérdida de un tesoro argentino: la casaca azul de Maradona. Aquí, un texto sobre la polémica subasta de la camiseta del 10.

Por Gastón Chansard y Diego Spontón

Desde el 19 de abril hasta el 4 de mayo se subasta la camiseta azul de Maradona: esperan
recaudar entre 5 y 7 millones de dólares. El “manto sagrado del fútbol argentino” quedó en manos del exfutbolista británico Steve Hodge y fue utilizada por Diego en la histórica victoria a los ingleses en México 86.

“Ha habido una oferta de 4 millones de libras esterlinas (5,2 millones de dólares). Sinceramente, creo que excederá el precio que estimamos y que se convertirá en la pieza de fútbol que más dinero ha alcanzado en una subasta”, indicó Brahm Wachter, jefe de la sección de objetos modernos de la casa de subastas Sotheby’s en el día de la apertura.

Ezequiel Fernández Moores nos recuerda que en “buena parte de los tesoros de la humanidad están en Inglaterra. El Imperio saqueó monumentos, obras de arte y hasta mármoles y estatuas del Partenón de Atenas, históricamente reclamadas por Grecia y que son atractivo central del Museo Británico. Millones de piezas de todos los continentes (algunas pocas devueltas en estos años) apoderadas con el pretexto de que en los grandes museos de Europa Occidental tendrán mejor cuidado y porque pasaron a ser 'patrimonio de la humanidad'. También hay un 'lado B' en Sotheby’s, la casa de subastas fundada en 1744 en Reino Unido. Lo cuentan algunos libros (El arte de robar) y hasta la historia de Al Taubman, su propietario cuando Diego convirtió 'La Mano de Dios' y que, en 2002, con 78 años, fue encarcelado diez meses en Estados Unidos por un esquema de fijación de precios con Chritie’s, su competidora. La camiseta de Diego, cuya subasta online se extenderá hasta el 4 de mayo, no es fruto de ninguna piratería. Y, para dolor de algunas hijas del 10, es auténtica”.

La camiseta histórica de Diego, el mes de los 40 años de la Guerra de Malvinas y esta polémica subasta de uno de los derrotados en México 86 se unen en este artículo.

Donde mueren los pajaritos

“Sabíamos que habían muerto muchos pibes argentinos allá, que los habían matado como pajaritos”, dijo Diego Maradona en una entrevista a la revista Roling Stone Argentina en el año 1999. La noticia recorre los portales de todo el mundo: Steve Hodge subasta la camiseta que cambió con Maradona en México 86. Espera recaudar 7 millones de dólares. Tardaron apenas 48 horas para publicarla, a sólo dos días de haberse cumplido 40 años de aquella guerra irracional, tan incomprensible como la subasta. Pero alguien llamado Charles Darwin demostró que los animales de una misma especie no sólo compiten entre sí por el morfi diario, se disputan el refugio y hasta apuestan por aparearse; sino que también luchan por la capacidad de adaptarse a su entorno.

EL 22 de junio de 1986 en la capital mexicana, con el pleno sol de mediodía en el Estadio Azteca, jugaron los seleccionados de fútbol de Argentina e Inglaterra por los cuartos de final de la Copa del Mundo. Hasta acá un hecho deportivo, una disputa atlética más, aunque determinante por la instancia que se jugaban dentro del deporte rey.
Steve Hodge subasta la camiseta... Un perverso error de la Historia, una imperfección, una falla; es como si al casco de Ayrton Senna, el nacional amarelo, se lo encuentre en una compraventa organizada por Alain Prost. Una verdadera y escalofriante injusticia.
Pero tres días antes del partido a Carlos Bilardo le informan que su selección deberá jugar
nuevamente con la camiseta alternativa. Algunos jugadores habían intercambiado la casaca azul en el encuentro anterior con los uruguayos, no había dos juegos de camisetas sustitutas. Sí, había una tercera, blanca, que nunca se estrenó oficialmente.

De inmediato ordenó a un empleado administrativo de AFA salir a comprar camisetas aireadas a una casa de deportes al centro del gigantesco Distrito Federal, no sólo para cumplimentar con lo requerido por FIFA sino también, para aplicar aquella teoría darwinista. Es decir, como la prioridad en la hoja de ruta era combatir la altura y el calor, invitó a bordadoras mexicanas a zurcir escudos y planchar números plateados y brillosos sobre las improvisadas camisetas azules, a fin de que los jugadores se sientan más aclimatados a la hora de correr al rayo del sol y así poder adaptarse a un contexto a priori desfavorable.

Steve Hodge subasta la camiseta... Como si se pudiera comer un chupín de surubí bien regado en Chiquito sin los guantes de Carlos Monzón como testigo.

Como todo el mundo sabe, el 2 de abril de 1982 la dictadura militar argentina ordenó el envío de tropas de soldados a las islas del Atlántico Sur para disputarle la soberanía y enfrentarse, en absurda desigualdad, al ejército sofisticado del Reino Unido.

Un profundo significado cultural que se agiganta, a partir de aquella charla de mañana en el bufet del América desayunando un pebete de mortadela con Coca Cola bien fría; crece más tarde desde el ómnibus cantando una canción épica de Valeria Lynch camino al Azteca; y luego se hincha desde la arenga del vestuario, se cuela en el pasillo del túnel que los deposita en el campo, hasta nuestros días (no importa cuándo estés leyendo esto, ni desde qué lugar del mundo lo hagas).

Siempre presente el significado. Un significado digo, cultural pero, por lo popular, por lo
sobresaliente por lo inmensamente público y notorio. Además, didáctico: porque primero les explicó, como se siente estar en los borceguíes de un pibe congelado por el frío, con el fusil oxidado haciéndole frente a la oscuridad y a la nada. Les expuso cómo se siente ser afanado, afanándolos; recién ahí repararon en el saqueo, cuando le fueron a llorar al tunecino.

Y luego continuó con su pedagogía, se tomó cinco minutos y eligió su mejor pincel para trazar el serpenteo más bello, puro y audaz que se recuerde, sobre un bastidor verde de 107 metros por 70. Ahora sí, de un sorbo probaron el sabor a soledad de quedar en medio de un relámpago de ametralla.

Steve Hodge subasta la camiseta... Como si la 14 emblemática del flaco Cruiff estuviese en manos de Helenio Herrera, un exponente del catenaccio, en lugar de atesorarla su hijo Jordi en el placard. Un casco de soldado, no es sólo un elemento de protección sino más bien un símbolo que identifica al soldado, en este caso la camiseta del jugador es su armadura como defensor de la Patria futbolera.

Cuando un soldado argentino recibe un casco le coloca su nombre, y aunque esté perforado por las esquirlas de mortero lleva el nombre de su dueño, por más que se lo hayan pirateado de Monte Longdon como trofeo de guerra. Por esto la camiseta azul tiene un vínculo irrompible. Esa con el número 10 de fútbol americano, es solo de Diego y de nadie más.

Y porque el que vende turrones en el bondi es un excombatiente; y cuenta que ese día, cuando escuchó bien fuerte en la radio las declaraciones de Maradona después del partido, lloró sin lágrimas, como rumiando el mejunje de gloria y dolor.

Steve Hodge subasta la camiseta... Como si al Williams FW 07 de Reutemann lo hubiese
transferido Emerson Fittipaldi. De ese audio se extrae la muestra cabal de la teoría naturalista: “Era como ganarle a un país, no a un equipo de fútbol. Si bien nosotros decíamos, antes del partido, que el fútbol no tenía nada que ver con la Guerra de las Malvinas…y se despachó: “Y esto era una revancha, era recuperar algo de las Malvinas. Estábamos defendiendo nuestra bandera, a los pibes muertos, a los sobrevivientes”.

Así lo proyectó sin rodeos, con la granada antitanque que desclavó en el segundo tiempo contra el Comando de los Royal Marines vestidos de shortcito y botines preparados para tirar centros a la olla.

Ese hombre entrecano del bondi, con las chirolas en el sombrero, hace equilibrio con la caja de turrones y antes de bajarse en la Plaza de las Banderas asevera en su perorata final. Que allá lejos, bien al sur del sur, donde el cielo está siempre encapotado, en el mástil de la entrada al cementerio de Darwin, como un eterno centinela, flamea bien alto un paño azul con un número 10 plateado. Sí, allá donde mueren los pajaritos.

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