Gaviotas de papel

De un clásico de Chéjov nació “Pasajera en trance perpetuo”, el diario de una mujer que inicia su viaje artístico con sueños jóvenes y pesadas herencias en su valija.

Estudio Barnó fue la sala elegida para el estreno de Pasajera en trance perpetuo, el pasado
viernes 22 de julio. Con dirección de Walter Arosteguy (Teatro del bardo) y la actuación de
Violeta Vignatti, la obra es una “libérrima versión” de La gaviota de Antón Chéjov. Habrá dos funciones más, en la misma sala, los viernes 29 de julio y 5 de agosto, siempre desde las 21 horas.

Cada obra de teatro es un juego distinto. En algunas, como en Pasajera en trance perpetuo, una de las reglas es que el público no tiene licencia para hablar ni para expresarse (más allá de las reacciones a lo que pasa en escena, claro). Es en la previa, entonces, el momento en que la concurrencia aprovecha para charlar y para darle ritmo a la barra del lugar, que dispensa tragos y bocados al ritmo de la canción de Charly García homenajeada en el título.

Con el permiso para entrar con vasos y latas a ocupar las butacas (agotadas), desde la fila
se escucha una voz a capella entonando una canción de Rosario Bléfari. Mientras la gente se acomoda, la voz sigue sonando. Termina y la canción se repite, como un mantra con
gusto a nostalgia dulce. El crédito por la dirección de canto es para Elisa Candioti.

Una actriz dentro de otra

Walter Arosteguy es docente y director experimentado en el prestigioso Teatro del Bardo, escuela entrerriana con más de 20 años de historia en la región y el país que llegó a presentar shows en Europa. Violeta Vignatti, en cambio, es una actriz novata, debutante en
teatro. Este combo generacional se da también en la obra original de Chéjov, donde el
contraste entre experiencia y juventud se pone en tensión constantemente.

“Elegimos La gaviota por su metateatralidad: se habla mucho ahí sobre cómo se hace el teatro y cuáles son sus posibles nuevas formas. Con Violeta nos llevamos 20 años de edad y también nuestras visiones del mundo son muy distintas, así que nos gustó la idea de poner en funcionamiento la conversación entre esos dos mundos”, cuenta Arosteguy después de la función en Barnó. Aunque no es una intención declarada, la presentación en sociedad de la artista es uno de los desafíos que subyace y vaya que lo hace, siendo que su primer rol en teatro es unipersonal.

“Violeta es una joven actriz que viaja por distintos escenarios para mostrar una versión de La gaviota de Chéjov que deviene en la reconstrucción errática de su identidad”, adelanta el grupo a modo de sinopsis. Al igual que la intérprete de carne y hueso, el personaje-actriz, la pasajera en trance perpetuo, también se llama Violeta y encarna diferentes roles mientras avanza la obra.

En los 50 minutos de escena la actriz apenas si tiene algunos momentos para tomar aire y seguir con los textos de los varios personajes que en su cuerpo se manifiestan. Termina de repetir la canción del inicio y suspira, cansada, fastidiosa. Dice que se siente “como un clavo en la mente”.

Ya desde el comienzo Violeta-personaje deja claro que está tratando de fortalecer su eje, de formar su identidad como artista. Es una joven con una valija que, a lo mejor, representa a la tradición, que no es nada menos que una herencia y uno de los temas que se van a problematizar en la puesta. Apenas toca la maleta provoca una lluvia de plumas. Con la vista busca, entre asustada y perdida, un faro que la guíe en su viaje.

“Las pocas veces/que he sido feliz/he tenido un profundo miedo”, dice como confesando un secreto. De tanto en tanto, le tiemblan las manos. Se da cuenta de que son palabras de un poema de Cristina Peri Rossi y se fastidia porque se acuerda de que no es algo suyo. “Es
que, a veces, cuando leés un poema, es como si lo hubiera escrito una”, dice.

La pasajera en trance perpetuo cuenta algunas cosas con sus palabras, otras con las voces de Chéjov o de Peri Rossi y también sabe hacerlo en silencio, a puro gesto, chistosa e
íntima, mudándose de vestuario como de personalidad. Habla mientras prende y desprende los botones secretos que mágicamente cambian la forma de la ropa. La coreografía fue
supervisada por Ana Romero mientras que Ignacio Estigarribia estuvo a cargo del vestuario.

“Lo que se pone en juego en esta obra son cosas que nos tocan a todos. La cuestión del
deseo es fundamental porque tiene que ver con lo que queremos ser, con lo que somos y lo que se supone que seamos. Y esa frustración que genera toda esa mezcla es parte de este
viaje perpetuo y le pasa a cualquiera”, le revela Vignatti a Pausa.

Sobre el escenario, Violeta junta las plumas de la gaviota y las guarda en la valija, como
quien está partiendo de viaje o como si el mismo pájaro estuviera a punto de salir de la
jaula. Mira para atrás. La canción de Rosario Bléfari de nuevo en su boca nos devuelve al
inicio, como cuando se llega de nuevo a casa.

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