Tres escenas para Clara Anahí

Foto de Matías Pintos

“Instrucciones para abrazar el aire”, la obra del grupo Malayerba, se presentó en el Centro Cultural Provincial.

Arístides Vargas y Charo Francés, del grupo teatral ecuatoriano Malayerba, brindaron una función especial de la obra Instrucciones para abrazar el aire en el marco de la Escuela de Espectadores del Centro Cultural Provincial Francisco Paco Urondo.

Párrafo aparte merece el programa, que brinda además una formación en Filosofía del Teatro a cargo de Jorge Dubatti y encuentros con directorxs, dramaturgxs e intérpretes.

La obra, escrita por Arístides e inspirada en un hecho real, está formada por tres grandes escenas que se superponen con tres duplas de personajes. La primera, que tiene lugar en la parte de adelante del escenario, comienza con dos ancianos. “Todos los días nos tenemos que contar la misma historia, para poder seguir amándonos”, dicen. “La realidad es una lámpara, para dormir y soñarla hay que apagarla”, confiesan.

En otro momento, Arístides y Charo se van al fondo del escenario. Ella levanta la nariz, hace gestos de señora pituca con las manos y habla sin parar. En esa escena son una pareja de vecinos, gente bien que chusmea todo el día lo que pasa en la casa de al lado, donde vive gente diferente. 

La otra escena se arma en el medio del escenario: los actores se sientan en una mesa larga y se colocan en la cabeza sendos gorros blancos. Tienen que preparar una receta: conejos en escabeche. Son un cocinero soberbio y una cocinera que es medio despistada, pero sabe ubicarlo en su lugar. “Es que es un hombre”, nos dirá como por el costado en un momento, para disculpar a su compañero. Mientras ellos cocinan, mencionan un patio que nunca vemos, y una niña que juega abajo de un limonero. 

Si con los ancianos lloramos, con los cocineros nos reímos con ruido. Se despliegan una cantidad de recursos expresivos y referencias: los planos generales del cine se leen como estrategia política y Bergman deriva en Batman; los morrones son títeres de dedo -el olor a morrón se siente desde la platea- y las hojas de albahaca señalan las salidas de emergencia. La jerarquía gastronómica es el código de secreto de una orga.

Foto de Matías Pintos

Un documento poético

Una empresa de conejos en escabeche era la fachada de Montoneros para la casa de la calle 30 número 1136 en la ciudad de La Plata, propiedad de Diana Teruggi y Daniel Mariani. Allí funcionaba una imprenta clandestina que editaba la revista Evita Montonera. El 24 de noviembre de 1976 la casa fue atacada por más de más de cien efectivos del Ejército y de la Policía Bonaerense, en un operativo que duró más de cuatro horas. Diana fue asesinada junto a cuatro compañeros y su beba Clara Anahí, de tres meses, fue secuestrada. 

Daniel, que estaba trabajando en Buenos Aires el día del ataque, fue asesinado al año siguiente. Su madre, María Isabel Chorobik de Mariani, “Chicha” Mariani, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, dedicó su vida a buscar a su nieta. Murió en 2018, sin encontrarla. 

Aquella casa de la calle 30 es actualmente la Casa Mariani-Teruggi, Monumento Histórico en memoria del terrorismo de Estado. Pero cuando Arístides Vargas entró por primera vez estaba todavía como la habían dejado los militares. Impactado, después de conocer el lugar se reunió varias veces con Chicha. "La dimensión de la tragedia que sucedió es imposible de llevar al teatro. Opté por crear una ficción, una especie de documento poético, basándome en ciertas cosas que nacían de esa conversación”, explica el autor. El mismo tipo de documento hizo la escritora Laura Alcoba, que vivió de niña junto a su madre en la clandestinidad en la misma casa, con la trilogía La casa de los conejos.

A partir de sus entrevistas a Chicha, Arístides se puso a escribir. Cuando escribe, dijo en respuesta a una pregunta en la charla antes de la función, es como si le picara un tábano. Después, la obra tomó cuerpo llevando el texto a la acción a partir de la interacción actoral de ambos intérpretes. 

El estreno tuvo lugar en el living de Chicha, para ella y algunas amigas. Esa primera función, recuerdan Charo y Arístides, duró más del doble, porque a cada rato paraban para preguntarle a Chicha si estaba bien, si no le estaban haciendo daño. “Sigan”, decía ella. Como estaba empezando a perder la vista, Arístides y Charo le describían cada acción (“ahora me voy”, “ahora me peino”), y esas marcas quedaron en el texto. 

Foto de Matías Pintos

El hecho real se desarma con la poética del espacio de las tres escenas: la de los ancianos, que cargan cada día con la reivindicación de la memoria y la angustia de la búsqueda de su nieta; la de los vecinos, que miran desde la maldad del que no sabe, expuesta en su ridiculez, y en el medio, como un espejo distorsiona lo que refleja, suelta de referentes pero no de referencias históricas y estéticas, la de los cocineros. 

La obra asume el peso específico de la historia y aun así logra elevar al público en el aire. Conmocionarnos sin destruirnos, darnos aliento. Después de la muerte de Chicha, Arístides y Charo pensaron en dejar de hacerla, porque era ella quien tenía “todas las claves”, pero siguieron. Como dice Charo  después de la función, "a lo mejor Clara Anahí un día se despista y llega al teatro, y ahí quién sabe". 

Migrantes y exiliados

Malayerba fue fundado en Quito en 1979 por Arístides y Charo junto a Susana Pautasso. Como Charo, nacida en España durante el franquismo, y Arístides, que nació en Córdoba, vivió en Mendoza y en el 75 huyó a Ecuador, el grupo nació de migrantes y exiliados. 

“El exilio supone mucha soledad y una necesidad emocional de sostenerse en otro, hicimos un grupo porque fue humanamente necesario, venían otros perdidos, aislados, ponían todo su bagaje en el conjunto y eso nos enriqueció”, cuenta Arístides, y explica: “Teníamos muchos léxicos, posturas y entrenamientos distintos, investigamos mucho para poder entender al otro”.

Por esa característica migrante, las obras de Malayerba suelen estar situadas en un lugar no especificado. En los acentos de Arístides y de Charo se mezclan muchas tonadas, desde Mendoza hasta Pamplona, pasando por Ecuador. “Nosotros estamos acá”, afirman los cocineros en Instrucciones…, y ese acá es el escenario, en el lugar del mundo donde sea la función, y también es la casa de la calle 30 de La Plata.

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