Los comentaristas de la actualidad sustentan sus análisis en prácticas ilegales y en burlas a un gobierno democrático. Les calienta el fantasma de un gobierno que no llegará a término. Del otro lado, la calle y la gente. El cansancio y la angustia. La incertidumbre.

El zapping en los canales de televisión dice que no aprendimos nada. El scroll en Twitter lo confirma. El sonido del helicóptero seduce a comentaristas de pantalla: ¿a cuánto está hoy el dólar ilegal? ¿Cómo reaccionarán los mercados? ¿Cuántos segundos falta para que estalle todo? Cuántos segundos, porque todo tiene que quebrarse de una vez. Les calienta (es evidente) el fantasma de un gobierno que no llegará a término. Del otro lado, la calle y la gente. El cansancio y la angustia. La incertidumbre.

Es fácil cuestionar a Clarín, el multimedio que durante el gobierno de Mauricio Macri publicaba notas sobre las bondades de comer de la basura y que hoy es uno de los principales agitadores de ir a trapear pisos a Nueva Zelanda porque cualquier lugar del mundo es mejor que esta tierra maldita. Pero qué pasa cuando no hay otra cosa que el discurso del estallido: el caldo que se cocina cada mañana cuando se informa la temperatura, la humedad (de Buenos Aires, claro), el tránsito en los accesos a Capital Federal y el valor en suba o en baja del dólar blue. 

A tragar sin culpa

Esta sopa tiene ruido de cacerola y su principal ingrediente es horadar la institucionalidad y la memoria reciente. Los comentaristas promocionan las cuevas de la city porteña, cimentan el análisis económico sobre una práctica ilegal y el análisis político sobre la rosca interminable del frente de gobierno. Escuchamos sin parar que el problema es si Alberto y Cristina se hablan, si una ministra de Economía tiene el aval de la gestión que integra para hacer anuncios, si el plan económico se fue con Kulfas y Guzmán y hay que inventar otra cosa. A rosquear no se aprende mirando televisión ni charlando con las fuentes. Y no hay rosca que se haga pública sin querer. Todo lo demás es tribuna y más caldito.

Se pretende imponer el olvido a fuerza de placas y zócalos rimbombantes. La relación con el Fondo Monetario Internacional no fue un invento de este gobierno ni del anterior (el primer crédito Stand By lo tomó Frondizi en 1958). Pero hay más: la política de dependencia es tan vieja como la patria misma. Primero fue aquel sueño racista de la pampa gringa, el granero del mundo, la manteca al techo. Y después la revolución verde y la expulsión de las familias campesinas a los cordones de pobreza de las grandes ciudades. 

La concentración de la tierra, los gringos en camionetas subsidiadas y la soja transgénica llegaron para quedarse porque había que producir más grano para vender afuera y -según el gobierno de turno- rifarla en timba o apuntar a desarrollar la industria nacional. Todo en la nada: los patrones del campo siguen siendo patrones que hacen paro y esconden la comida. La promesa de la megaminería -propalada por igual por macristas y kirchneristas- es otro capítulo de esa dependencia.

Lo que nunca está en discusión es el fondo del modelo: granos para vender afuera, litio para vender afuera, tres o cuatro empresas enriquecidas y los pueblos pampeanos y andinos cada vez más sacrificados. Qué se hace, entonces, con la gente que no vive en la ciudad de Buenos Aires o en su conurbano, donde van a parar los subsidios de casi todo y qué hacemos con un sistema de distribución de la renta que se sigue sosteniendo en la imposibilidad de pensar un programa realmente soberano.

Ojalá algo de todo esto estuviera presente en el debate público. En cambio, así como en el 2001 se informaba compulsivamente el índice del riesgo país, hoy nuestra paz mental se mide por la suba del dólar blue en el marco de una economía bimonetaria donde lo oficial (moneda, instituciones de gobierno, autoridades públicas, mecanismos legales) está cada vez más caricaturizado. El fantasma del 300 a 1 sin coto, la inflación y la pérdida del salario real se explica -una vez más- por aquellos que la levantan en pala y que especulan con el mejor momento para sacar los granos de los silobolsas pero también con el precio del aceite y de los fideos. Son los que pasaron la pandemia derecho pero a los que nunca les alcanza. 

Noticias de ayer

El mercado no es una entelequia que mira a Chicago desde un rascacielos. El mercado se hace con decisiones políticas, con la inteligencia y con la miseria humana, con el afán de acumular mientras a otros y a otras les duelen los intestinos vacíos. No hubo mercado que abriera las exportaciones de granos en el Mar Negro, fue la política internacional activándose porque quién iba a pagar el costo de retener el trigo en los puertos mientras solo en 2021 (sin guerra pero con pandemia) el número de personas con hambre a nivel mundial se incrementó en 46 millones en relación a 2020.

Lo mismo podría decirse, en estas latitudes, de la llegada de Sergio Massa como superministro y la caída del dólar ilegal. Otra vez: el mercado no son los padres, es la política. La política en ejecución y la política en potencial: a quiénes responden los candidatos y quienes entran y salen de los gabinetes.

El ejemplo del acuerdo entre Rusia y Ucrania mediado por la política internacional es solo una muestra de que nada se regula solo en el mundo capitalista. Pero nos trae a nuestro país la necesidad de hacer memoria, al menos de corto plazo. No hace falta ser un eximio analista para saber que el kirchnerismo pagó al FMI y pagó siempre. Y que cuando Cristina eligió a Alberto no eligió a su amigo del alma sino a un adversario dentro del peronismo. Esa fue la densidad del gesto. Cristina acomodó al PJ en 2019 con la intención expresa de parar la fiesta que estaban haciendo los nenes bien que Bertolt Brecht hubiese calificado sin esfuerzo como analfabetos políticos. 

Era la oposición entre dos modelos: el de la organicidad partidaria y el de la ideología del negocio por el negocio mismo. La timba sin proyecto colectivo. Cristina apuntó a ganar para frenar y pagar; para retomar la herencia de Néstor de dejar un país con margen externo. Esa fue la alternativa que ganó en 2019; quien dice que votó otra cosa finge ceguera política. Es sabido que no hay forma de pagar a los organismos externos (sí, los del Consenso de Washington) sin las políticas de ajuste que esos organismos imponen. Quizás lo que haga falta sea asumir que para un país dependiente como el nuestro el fin de este entramado está muy lejos. Más aún si el sistema de partidos local no tiene una propuesta real en ese sentido.

Mortales escabeches

La respuesta no debería ser abonar a la inestabilidad de un gobierno elegido democráticamente. Una cosa es criticar y criticar quiere decir tener argumentos. Otra muy diferente es concluir que todo está prendido fuego por la suba del dólar ilegal en medio de una guerra y a la salida de una pandemia (donde hubo, también, intervencionismo a través de programas sociales y de vacunación gratuita). Por pereza mental o por malicia, eso es lo que proclaman los comentaristas de la televisión que buscan legitimar la timba desinformando; que descontextualizan lo que pasa en Argentina mientras en las añoradas Europas de los abuelos el euro por primera vez cotizó a la baja del dólar.

Más lejos van aún quienes contribuyen a la tinellización de la política riéndose del presidente electo. Quienes llaman a este país bananero y creen que vender garrapiñadas en Estados Unidos es mejor que hacer cualquier cosa acá son los que hacen de nuestra democracia una parodia. Todo eso, que también vimos por años en la televisión (y más atrás, en los diarios) ya dejó en la historia argentina el saldo conocido de balas y de sangre. 

Hay que parar la pelota e imaginar cómo salimos de la cultura neoliberal que nunca se fue. El neoliberalismo no es una tía que vive lejos y te visita cada cuatro años. No es un chaleco que te ponés y te sacás según quién te gobierne. Es algo que se instaló con desapariciones forzadas, que signó la educación de generaciones y es el código que tenemos hoy para comunicarnos. Así pasamos de amar a Alberto como el fan de Wanda a Wanda y al mes decir que ojo porque banca a Alfonsín entonces tan peronista no es y al mes gritar a los cuatro vientos que es un inútil. 

En el medio, la calle y la gente. El cansancio y la angustia. La incertidumbre. Nuestra propia incertidumbre y nuestro futuro. No podemos darnos el lujo de tirar tanto la cuerda. En la historia de la humanidad cinco o seis años son un suspiro y la experiencia de Trump y Bolsonaro están a la vuelta de la esquina.

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