cristina copes
Foto: Centro Cultural Provincial Paco Urondo.

Fue bailarina, coreógrafa, docente y gestora cultural, una referente para el quehacer artístico local. Falleció el viernes 25 de noviembre.

Por Agustín Serruya e Ivana Carino

Cuando una persona destina gran parte de su vida a brindarle arte al mundo, esa persona subsiste más allá de la materialidad, trasciende como retahíla en sus obras y acciones.

El pasado viernes 25  de noviembre desde el campo de las artes escénicas y la cultura en general despedimos a Cristina Copes. Son de esas noticias que nunca hubiéramos querido escuchar, que llegan para pegarnos de una manera amarga, impiadosa e irrespetuosa. Es difícil no caer en convenciones, frases trilladas o en repeticiones de cosas ya dichas, pero lo cierto es que el dolor se vuelve un espacio común, que nos emparenta desde el lugar del sentir. Quienes compartimos el privilegio de conocerla de cerca, sabemos que las palabras jamás serán suficientes para definir toda su versatilidad y entusiasmo. Seguramente, de ahora en más, nos vamos a sentir más desprotegidos en este tránsito por lo cotidiano, porque nos va a faltar su forma generosa, íntegra y humana de hacer cultura.

Este texto funciona como aquel acto de agregar melodía a su danza; como una especie de contrapunto, entre un enfoque subjetivo y emocional y lo académico que exige lo periodístico.

Al principio fue la danza

María Cristina López Pianello nació en la ciudad de Santa Fe el 27 de agosto de 1947. Su padre fue Alberto López Pianello, escritor, historiador, caballista y bisnieto del gobernador y caudillo de Santa Fe Brigadier Estanislao López; su madre Hilda Calderón, una mujer reconocida en la vida social santafesina, educada en las Adoratrices, era maestra normal; fue elegida tres veces como presidenta de la Congregación de los Milagros.

Cristina era la segunda de tres hermanos, estudió y se graduó en abogacía en la Universidad Nacional del Litoral, sin embargo nunca ejerció esa profesión porque siendo muy joven la danza la cautivó, marcó un quiebre en su vida, a partir del momento en que vio a Jorge Donn y Maya Plisétskaya brindando espectáculos en emblemáticos teatros de Buenos Aires. Quizá fue en ese movimiento donde encontró el germen de una secuencia infinita de expresión, pensamiento e ideas cada vez más altas y grandes.

Sus primeros pasos en la danza la encontraron de pequeña en el folklore y luego, cuando estaba finalizando la carrera de abogacía, se introdujo en el mundo de la danza contemporánea. Estudió en el Liceo Municipal Antonio Funes de Arco de la ciudad de Santa Fe, allí se formó como bailarina profesional con el maestro Mario Giromini Droz. Su debut fue con la obra de danza-teatro “Hiroshima”, un espectáculo que se estrenó en 1974.

Hizo el Profesorado de Danza y se dedicó a la docencia. Creó su propio elenco de ballet contemporáneo y también se destacó como reconocida coreógrafa. Su quehacer artístico estuvo muy influenciado por el estilo de Pina Bausch, coreógrafa y bailarina contemporánea alemana (de quien pudo ver “Cafe Müller”, hecho que la atravesó y conmovió), a quien admiraba por saber conjugar de una manera muy peculiar la danza con el resto de las expresiones artísticas.

Después de su matrimonio con Jorge Copes Rucci, Cristina cambió su apellido y adoptó el de su marido como marca artística. A partir de ese momento fue Cristina Copes, una persona que sabía que la rutina podía desafiarse a partir de la composición de movimientos curvos, desde la danza, la cual entendía como una idea poética. Una imagen, una pieza musical, un relato, un sueño, una idea, todo contribuía de manera coral en la construcción de un diseño coreográfico.

“Hasta el silencio se puede bailar”

Alguna vez se definió, dentro de un juego de brutal honestidad, como “muy ansiosa, sensible, inquieta”, características que han dotado su excepcional trayectoria y legado.

Ya sea como bailarina, ocasional actriz, docente y luego en roles como coreógrafa, directora, gestora, productora o programadora; su vinculación con el mundo de la danza y el teatro fue total y constante. Solía destacar, dentro de su vasto repertorio, el espectáculo multimedial “Tiempo a contratiempo”, que incorporaba a escena el video junto a los cuerpos danzantes. Participó también, desde distintos roles (ya sea como coreógrafa o directora), en espectáculos como “Tempus Terra”, “Soñar no cuesta nada”, “La Heroica”, “Último tango sangriento”, “Recorrerás el cansancio”, "Datos urbanos", “En tu memoria danzo”, “El revés de la trama”, etc.

Formó parte del Ballet Contemporáneo de Santa Fe y luego, como intérprete y directora, del Taller de Danza Contemporánea de Santa Fe (TDC). Dictó talleres de esta misma disciplina en múltiples lugares, tanto privados como públicos, entre ellos, el Centro Balear y el Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez. También brindó cursos en el Liceo Municipal de Esperanza.

Se destacó en la gestión pública como integrante del equipo de Producción y Programación del Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe. Este vínculo la llevó a coordinar el Centro Cultural Provincial, con la promesa de realizar una travesía corta; sin embargo su labor en ese lugar terminó extendiéndose por casi tres años. Ahí dentro plasmó un modo distinto de ser funcionaria de la cultura, porque ella era diferente. Siempre con la entrega más absoluta; con generosidad, brindando oportunidades y regalando dos de los más preciados recursos que las personas tenemos: la dedicación y el tiempo.

En la intensidad de esos años, nos dejamos mojar por sus “Gotas de Música”; recorrimos la magnitud de los “Escenarios Mínimos”; nos envolvimos en Programas de Capacitación de Lenguaje Escénico y vimos cambiar el nombre de la sala que dirigía. Al mismo tiempo,  fuimos testigos del nacimiento de un hito en la historia de la ciudad y el clown argentino: en 2013, fue partícipe de la creación del “Festiclown en primavera”, el primer festival nacional de clown y payasos compuesto por espectáculos, experiencias y formaciones llevadas a cabo por artistas locales e internacionales. Este ciclo, de carácter anual, contó con ocho destacadas ediciones.

La defensa a ultranza de los procesos democráticos, el interés por los derechos humanos, la admiración por la “Chiqui” González, el amor por el Tríptico de la Imaginación, la pasión por la arquitectura, el sentido de comunidad, el feminismo como praxis de libertad, la promoción altruista, la militancia socialista y las convicciones en los cambios sociales a través del carácter transformador de la cultura y el arte, así como también generar una abierta y diversa agenda de espectáculos definían su impronta personal.

Eterna hacedora

Gran observadora del hecho artístico e incesante espectadora, fue jurado en múltiples concursos y convocatorias realizadas en torno al mundo de la danza y el teatro, integró como moderadora mesas de debate y realizó la cobertura de la crítica dentro de los míticos “Argentinos de Danza”, organizados por la Universidad Nacional del Litoral (ciclo hoy embebido dentro del “Argentino de Artes Escénicas”). En su instancia en el Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Ródriguez ofició de programadora de los míticos y aplaudidos “Viernes en el Rosa”, luego transformados en los también célebres “Viernes en la Mirage”.

Durante más de 10 años formó parte del jurado de los "Premios Máscara", una ceremonia que selecciona y distingue a personalidades, organismos y espacios culturales locales de todas las ramas artísticas (teatro, danza, música, títeres, gestión y producción, rubros técnicos, entre otros).

Cris Copes, como le gustaba que la llamen, fue una mujer íntegra como pocas. En los tiempos que corren es difícil encontrar una persona con tanta pasión, dedicación y entrega, quiźas por eso nos conmueve tanto su partida.

Ella sostenía que: “Bailar es soñar, vivir, pensar, dibujar, sentir. Es algo fuerte, muy fuerte”. Siempre vamos a extrañar su capacidad para componer movimientos, frases o ritmos que alteren el estado natural de las cosas… esa gracia y simpleza que tenía para engañar a la quietud.

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